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Columnistas | PUBLICADO EL 04 octubre 2022

¡Despertá Cali, mirá!

Cali, que aporta más del 5 % del PIB del país, está en mora de despertar, de dar un grito de independencia de la venenosa politiquería que la carcome hasta más no poder.

Algo subyace en el inconsciente o el subconsciente colectivo de los habitantes de Cali para que tantas veces se hayan equivocado en la selección democrática de sus gobernantes. Lo que está ocurriendo hoy con el médico Jorge Iván Ospina no es más o menos grave que lo que ya vivieron con John “Malo” Rodríguez, Apolinar Salcedo (ciego desde niño, destituido), Mauricio Guzmán Cuevas (renunció por negocios con narcos) y la primera alcaldía del mismo Ospina.

Santiago de Cali, modelo de ciudad colombiana durante las décadas de los 70 y 80, desde cuando organizó un evento que, para la época, parecía imposible en la Colombia atrasada y casi colonial de mediados del siglo XX, los Juegos Panamericanos —hasta hoy hazaña no repetida en el país; Barranquilla los hará en 2027—; Cali, modelo de cultura y civismo, orgullo de sus habitantes ya perdido; ciudad de símbolos culturales como Enrique Buenaventura y su teatro TEC, Andrés Caicedo y su fugaz genio perenne, el cine con Carlos Mayolo, la cultura salsera que llegó de Nueva York y se amañó del puente pa allá con Amparo Arrebato y Niche. Una Cali que hervía de sabor, arte y felicidad hasta cuando el influjo de los carteles del narcotráfico la empezó a estigmatizar con su par Medellín.

Y llegaron los malos gobernantes, los alcaldes del desastre; gracias al esquema de concentración de poder en el Ejecutivo que tiene Colombia —gran mal que no erradicó, sino que fortaleció la Constituyente de 1991—, una mala administración de cuatro años puede provocar un atraso de décadas en cualquier ciudad. Bogotá lo ha padecido por ciclos, Medellín ya anda ese camino que habían evadido inteligentemente sus ciudadanos y Barranquilla ha tomado una senda de progreso imparable después de las tenebrosas épocas del megacorrupto “cura” Bernardo Hoyos y un tal Hoenigsberg.

Lo que se pregunta cualquier observador desprevenido es a qué horas los cultos, inteligentes, laboriosos y alegres caleños se dejaron tomar ventaja del populismo barato, de los culebreros vestidos de “progresistas”, de los vendedores de mercancía clientelista y corrupta que hoy tiene a la ciudad sumida en el desorden, el caos, la sensación creciente de desesperanza y de inseguridad. Tras los estragos de la pandemia, mezclados con la destrucción y la toma violenta de la ciudad en el paro nacional de abril de 2021, llegó la arrasadora corrupción en la alcaldía del médico Ospina con Cali, que aporta al país más del 5 % del PIB (tamaño de la economía), que ha superado lenta pero vigorosamente los estragos del negocio del narcotráfico enquistado en los 80 y 90 en todos sus espacios, gran epicentro industrial con su área de influencia de Yumbo y en la vecindad con el Cauca, que ha gozado de un gran liderazgo empresarial en el país solo comparable con Medellín; esa Cali está en mora de despertar, de dar un grito de independencia de la venenosa politiquería que la carcome hasta más no poder.

Cali, otrora nuestra sucursal del cielo, debe reaccionar para evitar caer al infierno 

Melquisedec Torres

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