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Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
Si fuéramos a resumir en una palabra alguno de los sentimientos que han acompañado la celebración del primer año de gobierno del presidente Petro, hay una que cae como anillo al dedo: desencanto. Creo que todos, o casi todos para no ser injustos, vencedores y derrotados, políticos y apolíticos, sufragantes y abstencionistas en las votaciones, estamos simplemente desencantados. Que el desencanto, más que la euforia pasajera del triunfo, es casi consustancial a la democracia.
Y desencanto significa, en primera instancia, que se rompió el hechizo. ¿Cuál hechizo? El de una democracia noble, limpia, despojada de ambiciones de poder, sin intereses personalistas. Porque se ha querido hacer creer al pueblo que la democracia es el paraíso, un estado de inocencia. Pero llegan las votaciones y todos, candidatos y electores, quedamos desnudos coma Adán y Eva ante Yahvé, arrojados del Edén. Un desengaño que no es porque ganó uno u otro candidato, sino porque se descubre una democracia que más que frágil es ficticia. Un engaño que es desengaño.
El problema a mi juicio no es de votos, no es de personas, no es de grupos políticos, no es de programas. El problema es ya de saber manejar ese desencanto democrático. Y el peligro es que la sociedad se vuelva no ya abstencionista frente a futuras elecciones, sino que se vuelva antidemocrática. O más grave todavía, que se vuelva “a-democrática”. Es decir, que la democracia le importe un pepino.
Leo, para apaciguar el desencanto, el libro “Persona y Democracia-La historia sacrificial” de la filósofa española María Zambrano. “La democracia- dice ella- es el régimen de la unidad de la multiplicidad, de reconocimiento, por tanto, de todas las diversidades, de todas las diferencias de situación. El absolutismo y aún sus residuos operantes en el seno de un régimen democrático, tiene en cuenta solamente una situación determinada. Si en efecto así sucediese, si no hubiera de hecho más que esa sola situación en el momento presente, sería posible el género de unidad que el absolutismo -declarado o encubierto- propone. Pero una sociedad es un conjunto de situaciones diversas: perder de vista siquiera una de las más decisivas significa la catástrofe o el estancamiento”.
Y dice también doña María Zambrano: “En todo absolutismo de pensamiento y en todo despotismo yace el miedo a la realidad humana y aún a la realidad, previa a la humana. Se teme a la riqueza, a la multiplicidad, al cambio. Se intuye o se presiente la disciplina que es necesario ganar para vivir frente a una realidad que se reconoce como movimiento. Pues si se cree que lo real es inmóvil, se tiende a quedarse inmóvil, o bien, si el que esto cree se mueve con la ingenua seguridad de los niños que creen que la luna y las estrellas están fijas. Y aún el afán de dominación: si todo está quieto y yo solo me muevo, quiero decir que lo puedo dominar”.
Corolario para mis adentros: algo tiene de bueno el desencanto, a pesar de las tristezas y otros desengaños: me mete en la realidad. Lo que puede ser un consuelo. O un absoluto desconsuelo.