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Columnistas | PUBLICADO EL 31 marzo 2023

Democracia en riesgo: el caso colombiano

Por disposiciones normativas y condiciones espirituales, la virtud ha sido sustituida por dos condiciones odiosas: la incapacidad y la corrupción.

  • Democracia en riesgo: el caso colombiano
  • Democracia en riesgo: el caso colombiano
Por Luis Fernando Álvarez Jaramillo - lfalvarezj@gmail.com

En palabras de Abraham Lincoln, la democracia se define como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Para conjugar estos tres momentos, el gobierno democrático parte de un principio fundamental: la virtud. El hombre político debe ser y practicar la virtud política, que consiste en el valor máximo del espíritu de la persona, necesario para participar de manera correcta en la decisión política. Pero el grado más alto de la virtud política, lo debe sentir y vivir la persona que fue elegida por sus conciudadanos para administrar en su nombre la cosa pública. Es decir, el máximo grado de virtud debe reposar en el ser y el hacer del gobernante. Para Tomás de Aquino la virtud “es la disposición habitual al bien”, “el buen gobernante debe ser primero buen ciudadano”, “el gobernante debe ser prudente, ya que la prudencia es la capacidad para hacer la elección correcta, que por ser correcta conduce al bien.”

Es en este estado de la dinámica política, donde surge el germen que tarde o temprano terminará por extinguir el modelo democrático en sociedades inestables y heterogéneas como la nuestra. Por disposiciones normativas y por condiciones espirituales, la virtud se ha abandonado y ha sido sustituida por dos condiciones odiosas: la incapacidad y la corrupción. Sobre las exigencias normativas, las Constituciones consideran, como teóricamente debe ser, que la esencia de la democracia consiste en que cualquier individuo del grupo social pueda ser elegido para alguno de los cargos de elección popular, sin que deba cumplir mayores requisitos y calidades.

Para ser procurador, contralor, fiscal, magistrado, juez, por no mencionar sino algunos de los cargos superiores del Estado, se requieren especiales calidades personales y profesionales, en principio, orientadas a garantizar la ecuanimidad y conocimientos necesarios para participar en los asuntos públicos. No sucede lo mismo, en tratándose de cargos de elección, como presidente, congresista, gobernador o alcalde.

Las exigencias de virtud y conocimiento se desplazan y reemplazan por un discurso capaz de engañar, ocultando la incompetencia en el conocimiento y cubriendo con un manto de mentiras excelentemente construido, el desplazamiento de la virtud, por la astucia y aún por la corrupción.

Carecer de la verdadera capacidad profesional y la virtud necesarias para buscar el bien común, muy pronto comienza a mostrar resultados negativos en la gestión de quien se presentó como vocero de una ciudadanía emocional e ingenua. El fracaso del presidente de Colombia en el desarrollo de las sesiones extraordinarias del Congreso, su desconocimiento y el de sus más cercanos colaboradores, sobre asuntos vitales, como la salud, el sector energético, las circunstancias laborales y pensionales, explican el desgobierno que se vive en el país, que, de mantenerse, conlleva un enorme riesgo para la democracia.

Igual sucede a nivel local, el abandono de muchas ciudades, el despilfarro, el irrespeto a las reglas de contratación, explican la incompetencia y falta de virtud política de algunos alcaldes, también con grave riesgo para la continuidad democrática.

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