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Columnistas | PUBLICADO EL 01 septiembre 2020

Del asombro a la singularidad tecnológica

Por Juan Camilo Quinterojuanquinterocti@gmail.com

En 1945 la revista Sur publicó uno de sus cuentos más imaginativos y famosos de Jorge Luis Borges: El Aleph. Este relato plantea la existencia de un objeto que abarca la totalidad de los asombros humanos, el infinito: el “punto que contiene los puntos del universo”. Ese sueño Borgiano, que también podría ser una biblioteca infinita, resume bien un viejo e imposible anhelo humano por abarcar lo inabarcable, por aprehender el infinito, por tener acceso y conectarnos a todo lo que existe y está por existir. En últimas por gobernar y dirigir nuestro asombro hasta borrar sus límites y hacerlos tangibles.

En noviembre de 1989 Tim Berners Lee estableció la primera comunicación entre un cliente y un servidor usando el protocolo HTTP. Solo cinco años después, en octubre de 1994, fundó el Word Wide Web, que dio el impulso definitivo para el funcionamiento de Internet. El 3 de enero de 2006 se alcanzaba el hito donde más de mil millones de usuarios accedían al mundo gracias a Internet.

El 27 de septiembre de 1998 Larry Page y Sergey Brin estrenan en Internet un motor de búsqueda llamado Google. El sueño imposible de Borges encuentra en Google un asidero cierto. Después del Internet y de Google, todos somos Borges, el personaje del cuento, y podemos entrar en la casa de Beatriz Viterbo a corroborar que el Aleph existe, que es parte de nuestras vidas y que está ahí a la distancia de un computador o de revisar el celular. Nuestro asombro tiene nombre y formas.

En efecto, en apenas algo más de cincuenta años uno a uno nuestros asombros se quedaron cortos frente a la realidad que los concretaba. Videollamadas, realidad virtual, la información acumulada a lo largo de siglos a un solo clic. En este maremágnum todo es real, pero a la vez pareciera un espejismo. El Internet hizo posible la hiperconectividad, de su mano entramos en la utopía tecnológica y los que fueron los sueños más alocados habitan hoy nuestra realidad con asombrosa aceptación y creación de bienestar.

Cuesta creer que nos falta mucho por descubrir e inventar. A la velocidad de vértigo que avanzamos todo parece posible y hasta la ciencia ficción pareciera ser algo rezagado en el pasado. Aún así cuesta imaginarse el siguiente paso en un mundo en el que todo parece inventado.

La semana pasada Elon Musk anunció los avances de Neurolink, que implica conectar al cerebro un dispositivo electrónico que va a una computadora. El avance ya probado en cerdos, promete aliviar algunas de las más terribles enfermedades cerebrales y en un futuro aún lejano crear superhombres. Pareciera ser que, nuestro próximo objetivo será buscar la inmortalidad, derrotar a la muerte y a la enfermedad, dos cosas que por paradójico que parezcan son estímulos de la vida. Quizás en un futuro no muy lejano vidas con altas longevidades, revivir personajes del pasado que hoy se encuentran conservados y hasta seres completamente embebidos en la computación cuántica pudieran existir, con toda seguridad preguntándonos hasta dónde debe llegar el avance de la humanidad, cuál es el papel de la ciencia y la tecnología y quién regulará este ritmo desenfrenado donde, más temprano que tarde alcanzaremos la Singularidad, y para ese momento, tal vez sea demasiado tarde. Por perseguir la inmortalidad encontrarnos con nuestra propia autodestrucción.

Desde la utopía de Borges hasta las innovaciones de Musk, ya se empieza a despuntar el nivel de incertidumbre más alto que puede tener la humanidad, esto es la Singularidad.

Juan Camilo Quintero

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