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Columnistas | PUBLICADO EL 05 mayo 2020

Decrecer, desindustrializar, descarbonizar

Por Francisco Cortés rodasfranciscocortes2007@gmail.com

Antes de que comenzara la pandemia vivíamos en una situación normalizada por la forma como el neoliberalismo había configurado el orden del poder y los valores en nuestras sociedades. El neoliberalismo agudizó la polarización entre los extremos de la distribución de la riqueza y el ingreso al crear un pequeño grupo en la cúspide del poder económico que concentra para sí las ganancias en casi todos los sectores económicos, y unas mayorías en las clases media y baja, empobrecidas y sometidas a la precarización laboral y la privatización de los servicios sociales. “El mal llamado ‘orden’ mundial y el orden social están fundados en una jerarquía de valores profundamente inmoral”, escribe el filósofo peruano Miguel Giusti (Andina, 29.04.2020). El desorden moral se concreta en el abandono de las políticas de protección social y en la defensa a ultranza del capitalismo.

El capitalismo, que es por naturaleza expansivo, generó un crecimiento económico mediante la ocupación constante de nuevas tierras, mercados, creó industrias, se llenaron las ciudades de cada vez más grandes centros comerciales, e influyó mediante la tentación del consumo en nuevos grupos de población. “Nuestra economía enormemente productiva exige que hagamos del consumo nuestra forma de vida, que convirtamos la compra y el uso de bienes en rituales, que busquemos nuestras satisfacciones espirituales, y del ego en el consumo”, escribió el consultor de marketing estadounidense Victor Lebow. La sociedad de consumo nos ha hecho sentir que la felicidad radica en tener cosas. Y esa es la única felicidad que conoce el hombre en la sociedad moderna.

Pero esta sociedad del consumo, de acumulación de bienes materiales de forma egoísta, muchos de ellos innecesarios, se encuentra en una situación límite, atenazada en medio de una crisis económica y ecológica. La crisis ecológica está relacionada estrechamente con la crisis sanitaria del coronavirus y las dos son resultado de la destrucción de la naturaleza por parte de un modelo desenfrenado de crecimiento económico y acumulación de riqueza.

La sociedad capitalista, globalizada, centrada en el consumo, está ante un profundo dilema, el cual se visibilizó de forma clara con la pandemia del coronavirus: continuar el proceso de crecimiento, que significa una mayor destrucción de la naturaleza y del trabajo o dar un paso atrás y decrecer, desindustrializar, descarbonizar. El dilema es, entonces: “rechazar el crecimiento es arriesgarse al colapso económico y social. Perseguirlo sin descanso es poner en peligro los ecosistemas” (Jackson, 2017).

Los defensores del “crecimiento” sin límites del capitalismo sostienen que el decrecimiento conduce a la disminución de la demanda de los consumidores, al aumento del desempleo, a la caída de la inversión, a la quiebre de las empresas. Los defensores del “decrecimiento” sostienen que el creciente consumo de recursos y el aumento de los costos ambientales están agravando las profundas disparidades en el bienestar social. ¿Cómo salir de este dilema? “una es hacer que el crecimiento sea sostenible; la otra es hacer que el decrecimiento sea estable”, escribe Tim Jackson en su influyente libro Prosperity without Growth.

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