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La soledad del poder

Este nuevo círculo de confianza no ofrece ni estabilidad, ni institucionalidad, ni dirección. Ofrece lealtad ciega y una visión cada vez más alejada del interés público.

hace 9 horas
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  • La soledad del poder

Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev

La renuncia de Laura Sarabia no es un episodio más en el gobierno de Gustavo Petro. Es, en cambio, una señal inequívoca de que el proyecto presidencial ha entrado en una fase de aislamiento y desgaste interno que ya no puede disimularse. No se va cualquier funcionaria. Se va la mujer que, con todos sus cuestionamientos a cuestas, mantenía al gobierno andando.

Sarabia no representaba la ética del cambio ni era símbolo de transparencia. Su nombre quedó manchado por escándalos de interceptaciones ilegales y abuso de poder. Pero también era —y esto es lo relevante— el engranaje clave del petrismo en el poder. La que organizaba, la que apuraba, la que concretaba. En medio del caos discursivo de Palacio, era ella quien lograba que el presidente aterrizara en decisiones. Su salida, por tanto, no es simbólica. Es estructural.

Más aún por la forma en que se va: con una carta que habla de “decisiones que no comparte” y un “rumbo” que ya no puede acompañar. No es un desacuerdo menor. Es una ruptura con el modelo de gobierno que se está imponiendo desde adentro. Una ruptura que deja ver que, incluso para los más cercanos, la deriva del proyecto ya no se puede justificar.

Y lo que viene detrás no es menos preocupante. A falta de Sarabia, el vacío lo llenan Alfredo Saade, un predicador fundamentalista con ideas autoritarias, que defiende la idea de la constituyente y propone cerrar el Congreso; Eduardo Montealegre, un exfiscal cuyo camaleonismo político ya ni disimula: fue uribista, santista y ahora petrista, más que un jurista respetado, se convirtió en un mercenario que defiende lo que le toque con tal de estar cerca del poder; y Armando Benedetti, operador de vieja guardia marcado por el chantaje y el escándalo, no hace falta repetir su prontuario ampliamente conocido por la opinión pública. Este nuevo círculo de confianza no ofrece ni estabilidad, ni institucionalidad, ni dirección. Ofrece lealtad ciega y una visión cada vez más alejada del interés público.

La salida de Sarabia también anticipa una desbandada. Cuando se rompe el centro de mando, los equipos tiemblan. Cuando se va quien sostenía la disciplina, otros siguen el mismo camino. Y no porque haya una conspiración, sino porque ya no hay un proyecto coherente al cual aferrarse.

Lo más grave es que esto no lo causa la oposición, ni los medios, ni las élites económicas. El deterioro es interno. Viene de las decisiones presidenciales, de la falta de rumbo, del ensimismamiento. Viene de un poder que, al no escucharse sino a sí mismo, termina inevitablemente quedándose solo.

El gobierno que prometió ser distinto es cada vez más parecido a lo que dijo combatir. La salida de Sarabia, con todo lo que implica, es la confirmación de que el sueño de transformación ya no lo habita ni su círculo más íntimo. Queda un año y unos días para que Petro deje la Presidencia, pero lo que terminó hace rato fue la ilusión de millones de colombianos que creyeron en un cambio y encontraron, en su lugar, un gobierno atrapado en sus propias contradicciones.

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