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El mejor Clásico

Las barras populares comprendieron la oportunidad y asumieron el compromiso histórico.

hace 1 hora
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  • El mejor Clásico

Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho

El domingo pasado vivimos, entre colores y cánticos, una nueva versión del mejor clásico del país. No lo digo por regionalismo, lo digo porque el clásico paisa enfrenta a los equipos con las aficiones más fieles y con mayor despliegue de creatividad y recursos a la hora de celebrar su pasión. Lo digo porque es el único clásico regional del país (y uno de los pocos en Suramérica) que aún brinda la posibilidad de reunir a ambas hinchadas, una particularidad que merece elogios y cuidados.

No siempre fue así. Hasta hace diez años, ante la incapacidad de comprender y gestionar la rivalidad de las hinchadas locales, la administración municipal del momento optó por el camino fácil: empezó por segregar físicamente a los aficionados a través de vallas y cordones policiales y terminó por prohibir el ingreso de una de las hinchadas al clásico paisa. Fue una confesión de derrota, un mensaje a la sociedad que hablaba de la incapacidad de convivir en medio de las diferencias, una señal a los aficionados que daba a entender que no podíamos compartir el máximo escenario de la ciudad.

Por fortuna no nos quedamos callados: desde el barrismo y el periodismo, desde la academia y la política, muchos alzamos la voz para proponer una alternativa, para expresar la importancia simbólica del Clásico en una ciudad que se ha empeñado en romper barreras. Sobre ese tema hice mi primera campaña política y llegué al concejo de Medellín con la misión de cambiar el enfoque en que la administración municipal abordaba el fenómeno de la pasión por el fútbol. Y lo logramos.

El alcalde Federico Gutiérrez me escuchó, se convenció de la necesidad de cambiar de paradigmas y tomó la decisión de regresar al Clásico con las dos hinchadas. Las barras populares comprendieron la oportunidad y asumieron el compromiso histórico. Hubo críticas y escepticismo, algunos policías estuvieron en desacuerdo, varios de mis colegas en el concejo municipal expresaron su rechazo, periodistas y aficionados se mostraron preocupados. En el primer Clásico tras la decisión hubo una riña en las tribunas, un momento de total tensión para quienes habíamos luchado por entender el barrismo como un movimiento social lleno de oportunidades. El disturbio no pasó a mayores, pero quedó la sensación de que no seríamos capaces; aún recuerdo un grupo grande de hinchas rodeándome, señalándome y recriminándome, decían que era mi culpa, que todo lo malo que pasara sería mi responsabilidad.

No claudicamos: el alcalde se mantuvo firme, las barras ratificaron sus compromisos y la institucionalidad rodeó la decisión. En cada Clásico se mejoraron las estrategias y los episodios de violencia se redujeron drásticamente. Un año después construimos y aprobamos la política pública de Cultura del Fútbol (la primera del país) y hoy tenemos el mejor clásico de Colombia en términos de colorido, fútbol y convivencia.

El Clásico paisa encierra una metáfora para el país: no tenemos que renunciar a nuestras diferencias, esconder nuestras convicciones, ni disimular los colores que nos mueven; sólo tenemos que aprender a estar en desacuerdo, celebrar la diversidad de pensamiento y respetar unos acuerdos básicos para poder seguir compartiendo y construyendo una nación que ya está cansada de peleas.

Se viene tres clásicos más y es claro que tenemos que cuidarlos pues son parte de la transformación de la ciudad y del ejemplo que le damos al país. Somos capaces.

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