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Hoy lo más importante es la verdad, ese derecho que tienen las víctimas de saber al menos que pasó con sus seres queridos.
Por Natalia Zuluaga Rivera - nataliaprocentro@gmail.com
En 1985, Juliana Echeverry y yo teníamos 6 años de edad. Su padre tenía 32 años cuando fue nombrado magistrado auxiliar de la Corte Suprema de justicia. Después de la toma y retoma del palacio de justicia el 6 y 7 de noviembre, Juliana, nunca más volvió a escuchar la voz de su papá: Jorge Alberto Echeverry Correa.
En su casa nunca se hablaba del tema, si en las noticias proyectaban algo sobre la toma, su madre – Teresa, corría y apagaba la televisión, era un tema del que no se hablaba con sus hijas: Juliana, Cristina y Laura. Inicialmente, pensaron que los restos que habían recibido, correspondían a los de su padre, transcurridos 32 años se enteraron de que estuvieron velando a una persona que no era Jorge Alberto.
En 2012 presentaron demanda contra la Nación, pero el Estado alegaba que había operado la prescripción, argumento acogido por el Tribunal; luego de un estudio forense de los restos, todo dio un giro inesperado: la Fiscalía estableció que el caso no podía tramitarse por homicidio, sino, por Desaparición Forzaba, delito de lesa humanidad imprescriptible, lo que permitió que el Consejo de Estado, en sentencia del 7 noviembre de 2025, revocara la sentencia y fallara en contra de la Nación por falla del servicio y uso desproporcionado de la fuerza.
No se trataba de conocer un responsable individual en la toma del palacio, la sentencia se centró en reconocer que el Estado, como consecuencia conjunta del accionar, del M-19, falló en su deber máximo de proteger a los funcionarios judiciales que se encontraban en riesgo por amenazas que se habían advertido, además, el uso desproporcionado de la fuerza cuando trataron de recuperar el edificio, sin tener en cuenta la preservación de la vida de los rehenes.
Hoy Juliana me dice: Han pasado 40 años, pero la herida sigue abierta. “La incertidumbre de no saber donde está mi padre, de no saber qué pasó hacen que este vacío y dolor permanezcan ahí.” La fortaleza la encuentro en mi madre, a quien le tocó enfrentar sola este suceso doloroso. Me dicen que tengo mucho de mi padre: la lealtad y la disciplina vienen de él.
Laura Echeverry, en un acto simbólico por los 40 años, dijo: “tengo una necesidad de hablar, necesidad de venir y vivir lo que pasó, quiero saber si mi papá entró por esta misma puerta, porque quiero tocar las mismas paredes”.
40 años después, seguimos en la eterna discusión de quien fue el culpable de esta masacre: si fue la Guerrilla del M - 19 quien irrumpió y entró al palacio de justicia, o el ejército y la policía que llegaron a “defender” a los rehenes, e impartieron fuego a todo lo que se movía al interior del edificio.
Hoy lo más importante es la verdad, ese derecho que tienen las víctimas de saber al menos que pasó con sus seres queridos. Una verdad que, tal vez, se llevó a la tumba el presidente Belisario Betancur, quien, en la noche infernal del 85, no tuvo el valor de atender la llamada del entonces presidente de la Corte Suprema, Alfonso Reyes Echandía quien suplicaba al jefe de Estado, se ordenara un cese al fuego. Belisario nunca lo atendió, abandonó el barco siendo el capitán, y seguramente la historia nunca se lo perdonará.
*Para Teresa, Juliana, Laura y Cristina.