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Cada día trae su propia contradicción, porque esencialmente somos seres que nos contradecimos. El ejemplo perfecto nos lo está dando Francia en este momento con la lucha desatada en sus calles para evitar que la edad de jubilación pase de los 62 a los 64 años. Justo ahora, cuando múltiples estudios revelan que la gente mayor de 70 años conserva mejores capacidades físicas y cognitivas que los que tenían esta misma edad hace una década. Y cuando el jubilado inactivo va dando paso a un sénior lleno de vitalidad y experiencia que da señales de querer ampliar su vida laboral.
Los franceses están decididos a dar la pelea por esos dos años. Protestas, incendios, y barricadas por doquier y, sólo en París más de 7.000 toneladas de basuras que inundan sus calles para que al gobierno le quede claro que sus ciudadanos quieren poder retirarse a la edad que habían pactado. Francia es espejo de esa gran contradicción que viven los países de la Unión Europea, una región del mundo que al ritmo que va, está a un paso de convertirse en una residencia para la tercera edad porque su longevidad va en aumento constante. Los porcentajes de mayores de 65 años crecen anualmente, mientras los de menores de 25 decrecen. En la vecina España se calcula que para el 2050, el 40% de la población con derecho a votar tendrá más de 65 años. ¿Entonces cómo creen que van a poder disfrutar de su anhelado retiro si no hay gente joven que produzca para sostener sus pensiones?
Y aquí viene otra gran contradicción: sabemos que gracias a la prevención en temas de salud, a la buena alimentación y a distintos factores medioambientales el promedio de vida en esta zona del mundo ha llegado a los 83 años. Que la capacidad de las personas mayores para mantenerse útiles y relevantes aumenta también. Y sin embargo, no se había visto un fenómeno de edadismo tan marcado como el que hay en la sociedad actual.
Entre otras porque hemos llegado al punto de creer que si alguien no entiende el lenguaje digital poco tiene para aportar. La verdad es que a la velocidad a la que se desarrolla la tecnología, en medio del revolcón que nos está dando la Inteligencia Artificial, todos vamos a quedar obsoletos si ese va a ser el criterio de medición de las habilidades de una persona.
Es probable que muchos de esos miles que ahora ocupan las calles de Francia defendiendo una idílica jubilación, se den cuenta cuando les llegue el momento de que aún tienen mucho que ofrecer. Sobre todo aquellos profesionales cuyo estado mental y físico es excelente. También es probable que quienes ahora manejan con los “ojos cerrados” TikTok o Snapchat, y tantas otras aplicaciones que se consideran el no va más de la comunicación digital, sean una minoría absoluta por simples razones demográficas. ¿Qué va a pasar entonces?
La solución para todas estas paradojas podría estar en eso que llaman intergeneracionalidad, o sea la conexión entre personas de distinta edad y el intercambio de saberes, viejos y nuevos. Dice Manel Domínguez, autor de Sénior, que hay que dejar de hablar de jubilación y empezar a hablar de transformación. A ver si la vieja Europa, cada vez más vieja, escucha