A lo que ocurre en Prado Centro se le ha llamado la segunda edad dorada, haciendo referencia al progresivo desarrollo de proyectos que se han asentado en el barrio en los últimos tres años para restaurar y transformar inmuebles patrimoniales deteriorados en hoteles de lujo, restaurantes y centros culturales.
Rescatar a Prado, lo que fue durante décadas una promesa gaseosa, finalmente se detonó gracias a una figura que incluyó el POT de 2014, pero que ninguna alcaldía se atrevió a tocar hasta que después de pandemia tomó forma con el liderazgo de la Agencia para la Gestión del Paisaje, el Patrimonio y las Alianzas Público Privadas: el instrumento de Compensación por Transferencia de Derechos de Construcción.
En términos sencillos, esto permite que los propietarios de casas patrimoniales en Prado pudieran vender su derecho de construcción a algún proyecto en otro sector de la ciudad y acceder a recursos para ejecutar restauraciones manteniendo el valor histórico y arquitectónico; o facilitar las alianzas público-privadas en las que nuevos inversores adquieren esas viviendas con el estímulo de poder desarrollar proyectos comerciales basados en la salvaguarda de esos inmuebles.
Así surgió la restauración de Casa Ángel, una de las más emblemáticas mansiones, que se convirtió en el primer bien de interés cultural en Medellín en concluir su restauración por cuenta de una alianza público-privada que recibió $3.000 millones. Por esa misma vía, rescataron otras casonas emblemáticas como Casa Roncari, Casa del Poeta y la del Ballet Folclórico, para convertirse en hoteles de lujo y centros culturales.
EL COLOMBIANO ha contado las historias de Casa Ángel y su nuevo futuro como hotel buitique de lujo, así como la de Salón Prado, un palacete que estaba moribundo y ahora será el proyecto sombrilla con una enorme oferta gastronómica y cultural, proyectos pioneros de esa puerta que se abrió para que propietarios en ese polígono con declaratoria patrimonial que comprende 74 manzanas puedan salir del limbo para recuperar las casas acogidos a proyectos comerciales similares o puedan venderlas a un precio justo. Todo esto enmarcado en el objetivo común de consolidar a Prado como un distrito cultural y patrimonial de referencia nacional y hasta latinoamericano.
Sin embargo, expertos en arquitectura, urbanismo y patrimonio plantean en una discusión planteada desde la Universidad Nacional temores sobre esta nueva edad dorada de Prado y los efectos que pueda tener a largo plazo.
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La profesora de la Escuela de Construcción de la facultad de Arquitectura de la Nacional, Gilda Wolf Amaya, defiende el instrumento que están ejecutando en Prado como una excelente herramienta para la protección del patrimonio. Sin embargo, plantea que no está dirigida a quienes corresponde realmente, por ejemplo, considera que es indispensable vincular directamente a la junta de acción comunal, pues tal como está concebida –a juicio de la experta– está fomentando un desequilibrio que podría prestarse para expulsar a los habitantes que hasta ahora han sostenido el patrimonio municipal, en beneficio de unos nuevos actores que han aterrizado recientemente al barrio.
Contrario a esta idea, la investigadora y docente de la facultad de Arquitectura de la UPB, Ana Cristina Herrera, piensa que la revitalización que se está llevando a cabo es pertinente en la medida en que incluye la refuncionalización de inmuebles que dejaron hace décadas de cumplir con su función original, la residencial, y ofrecen unas características de las cuales la ciudad puede sacar provecho con nuevos usos adaptados a las dinámicas actuales de Medellín.
Precisamente, Aurelio Arango Sierra, docente de arquitectura de la Nacional, señala que la forma en la que están implementando un nuevo “dinamismo” en Prado es desacertada, porque, a su criterio, esta nueva edad dorada del patrimonial barrio consiste principalmente en crear un turismo de élite, dejando de lado lo verdaderamente urgente y vital que es evitar mayor aislamiento de la comunidad que habita el barrio.
En este punto de la discusión, los expertos coinciden en que esta llamada revitalización que atraviesa Prado parece predominantemente centrada en sustituir y desplazar los usos actuales y consolidar nuevos usos enteramente comerciales, en lugar de buscar ser un complemento con los usos que, incluso aunque han sido estigmatizados, pueden ofrecer soluciones urbanísticas y sociales a la ciudad, por ejemplo los inquilinatos.
Hasta hace tres años Medellín tenía censados, con subregistro reconocido, 1.000 inquilinatos, el 25% de estos operan en Prado Centro. Los inquilinatos, con toda su carga de problemas y su funcionamiento generalmente en los márgenes entre la legalidad y la ilegalidad, han sido una papa caliente con la que nadie en las administraciones quiere meterse. Pero son una realidad y una forma de vivienda y hábitat cada vez más usuales en Medellín alimentada por la crisis de vivienda y fenómenos como la migración.
Por eso, autoridades como la experta en planeación urbana y profesora emérita de la Nacional, Françoise Coupé, llevan décadas planteándole a los alcaldes incluir en los procesos de revitalización urbana programas y estrategias a gran escala de reciclaje habitacional y rehabilitación de inquilinatos como una eficiente forma de masificar la vivienda popular y de contraer a la ciudad hacia su centro, al densificarla en zonas donde, a pesar de su centralidad y potencial residencial, sufren procesos masivos de desarraigo mientras Medellín se sigue construyendo peligrosamente en las periferias. Esto que planteó Coupé para Medellín ya está inventado y demostrado. Lo hizo México a partir de 1967 y hasta finales de los 90 con una política de mejoramiento de inquilinatos y rehabilitación de edificaciones antiguas que detonó el repoblamiento y recuperación de su Centro Histórico.
En Prado, una de las iniciativas más exitosas para intentar mantener el tejido comunitario ha sido insertar a la población migrante y hacerla parte activa de la vida comunitaria del barrio. Lo que hizo la JAC fue mapear a los vecinos migrantes y ofrecerles la posibilidad de aportar en los planes y programas del barrio, aprovechando que muchos de ellos, independiente de su difícil situación migratoria, son profesionales y expertos calificados en varios campos, como la salud, ingeniería, administración, entre otros. Ha sido una forma en la que han cerrado las distancias entre vecinos de toda la vida, muchos de ellos propietarios de inmuebles patrimoniales, y los nuevos residentes, muchos de ellos habitantes de inquilinatos y piezas. En últimas, una forma de insistir en la posibilidad de ser un barrio.
En ese orden de ideas, la profesora Wolf plantea que esa revitalización que se adelanta en Prado, y que ella considera “forzada”, tiene que solucionar los asuntos de fondo que de verdad permitan recuperar a Prado integralmente, no solo como lugar donde se ubiquen algunos hoteles y restaurantes de lujo. Ampliar el área que busca ser transformada, reconocer como valiosas las prácticas y formas en las que se habitan zonas como la avenida Oriental y Ecuador, Barbacoas y la calle Barranquilla, y partir de ese reconocimiento para solucionar asuntos como la seguridad y la apropiación del barrio. Por eso pregunta por qué no aprovechar la centralidad del barrio y permitir usarla como modelo de vivienda de bajo costo para las nuevas generaciones.
Jorge García, gestor de Salón Prado, apunta que hay tres elementos que son cruciales en esta discusión sobre el futuro de Prado. El primero, según señala, es que no es posible hablar de gentrificación en Prado porque esta ocurrió en los 70, cuando cambió su histórico uso residencial a servicios con la salida de familias y la llegada de oferta de servicios (geriátricos, de salud). En tal sentido, dice, lo que corresponde en este caso es hablar de revitalización, que busca frenar a través de una oferta cultural, gastronómica y artística el detrimento patrimonial y social que padece el barrio desde hace décadas, y fenómenos como la depreciación del valor de los inmuebles. “¿Cómo se valoriza más un inmueble, teniendo como vecino a un hotel, un centro cultural, o un inquilinato”, cuestiona Jorge.
Lo segundo que plantea es que lejos de parecerse a la gentrificación arrasadora de El Poblado, Laureles y la Comuna 13, el proceso que adelanta Prado, liderado por la Agencia APP, es el primer desarrollo organizado en un barrio en Medellín y tiene dos innegociables: la recuperación del tejido comunitario y la preservación del patrimonio, por eso, entre otras cosas, tienen el paso cerrado las discotecas y bares.
Y finalmente, García sostiene que además de recuperar la arquitectura lo que buscan los nuevos proyectos es conectar a sus habitantes a esquemas colaborativos de desarrollo económico y comunitario.
Que esto último ocurra será verdaderamente lo fundamental, más allá de recuperar fachadas, para garantizar que Prado vuelva a ser un barrio vivo y lleno de historia y no otra locación de lujo para turistas.