Gustavo Ospina Zapata, el Chiki, llegó a esta sala de Redacción, el 23 de octubre de 1991 y desde entonces sus crónicas y sus insólitas historias llenaron de buen periodismo las páginas de este diario. Ayer escribió su último texto y quería al despedirse de estas páginas entregarles a sus lectores una historia que siempre quiso escribir: la de sus raíces, la de su barrio, el que lo vio crecer junto a sus padres, sus hermanos y sus vecinos, a esos que él honra en su crónica del Alfonso López, en Castilla.
Selló así una larga vida al servicio de las causas sociales. Con su pluma siempre retrató las realidades de los más vulnerables para hacer visibles esos dramas por los que la mayoría de personas, incluso nosotros los periodistas, pasamos muchas veces de largo, tal como lo señaló Luz María Sierra, directora de EL COLOMBIANO.
Pero él tenía el olfato para ver en esos personajes olvidados grandes protagonistas de sus historias, sabía cómo encontrar la esencia de las personas, de sus vivencias, sin importar si estaban guardadas en lo más profundo de los pensamientos y de los años.
Se volvió el adalid de los viejitos centenarios que buscó por Antioquia para darles un lugar en la historia de sus pueblos y, de paso, en el corazón de todos.
Chiki, cuenta el editor Carlos Mario Gómez, además de su pasión por el periodismo, ejerce “el amor por la poesía y por los versos”. ¿Por qué? Él responde: “porque de la poesía no podemos vivir, pero la necesitamos para vivir”. Y fiel a su idea y a su barrio lo plasmó en sus libros de poemas El paisaje alucinante (1992) y Noticias del Insomnio (2015).
Cazador de historias
Dice el periodista León Jairo Saldarriaga que “Gustavo ha tenido la virtud de atraer historias cautivantes. Muchas veces ni las busca. Le llegan, se tropieza con ellas en las esquinas o las intuye. El mérito es que no las desprecia, sino que las engrandece con su prosa”.
Por eso se encontró en Tarso a Rosa, una mujer que vivió 20 años encerrada en su casa como pago de una promesa para que su hijo recuperara su salud. Él, conmovido por el amor de esa madre, pensó que la mejor forma de contar ese drama, era hablarle a Rosa de cómo su pueblo había cambiado en esos 20 años en los que ella ni se asomó a la ventana. Le hizo un retrato de esas calles que ella anduvo, de ese kiosko en el parque que ya no estaba. Un relato corto y revelador de un periodista que sentía como propia la vida del otro y por eso se emocionaba tanto y emocionaba a quienes editábamos y leíamos sus textos.