Los gritos de jolgorio de los indígenas Inga del Putumayo, su música y sus trajes vistosos rompieron con la monotonía del centro de Medellín este martes.
Contrario a la tradición occidental que suele celebrar el año nuevo el último día de diciembre para dar la bienvenida a otro ciclo vital, esta etnia lo hace el 4 de marzo, y eso quiere decir que para ellos el 2025 sólo comienza este miércoles, 5 de marzo.
Otra diferencia es que para este pueblo originario del valle del Sibundoy la fecha tiene una connotación especial porque es además una ocasión para propiciar la reconciliación y la paz. Ellos lo llaman el Atun Puncha, que dedican a honrar al Taita Kuichi (padre arcoiris) y a la Alpa Mama (Madre tierra).
Se trata de un agradecimiento a la vida en el que comparten entre sí con sus danzas y con cantos que acompañan con los sonidos de cascabeles, bombos, flautas, zampoñas, luinas y el bututo, todos instrumentos tradicionales para alegrar el encuentro.
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Al estar lejos de su tierra en el extremo sur del país, también esta es una manera de reivindicar sus costumbres y su cultura, mostrándole al resto de la ciudad que tienen su propia forma de habitar este territorio al que llegaron por diversas circunstancias y que los adoptó desde hace varias décadas.
El festejo comenzó en la mañana con un desfile que tomó como punto de partida la Plaza de las Luces y se extendió a lo largo del pasaje peatonal de Carabobo, por el sector de El Hueco, capturando las miradas de los comerciantes y los compradores que transitaban por la zona.
La mayoría caminó con sus cotizas y otros en el tipo de calzado que utilizan durante su cotidianidad en el ambiente urbano. Las mujeres llevaban esas especies de batas coloridas a las que ellas nombran como baidas y los hombres, sus respectivas ruanas tradicionales llamadas capisayos.
Tampoco faltaron los penachos hechos de plumas de guacamayas en las cabezas de los personajes connotados dentro del grupo ni en los niños que empiezan a entender la importancia de preservar su acervo.
La tarde fue para el corredor de bandereros, donde mostraron sobre todo los estandartes que distinguen a los subgrupos de su familia lingüística inga y la noche la dedicaron seguir con su alborozo, probablemente acompañado con la respectiva chicha pero ya en la intimidad de los barrios donde están asentados.
“En el territorio del valle del Sibundoy se está cumpliendo esta misma festividad y en el contexto de Medellín también la aplicamos porque no se pueden dejar las costumbres, sobre todo para enseñarles a los niños, para que ellos también vayan aprendiendo”, apuntó el taita Juan Cuatindioy Cuatindioy, que cumple el rol de alcalde mayor en el cabildo Inga-Kamentzá.
Esta es la organización que tiene el aval del Ministerio del Interior para esa comunidad que está conformada por aproximadamente 260 personas en el Distrito de Medellín. Igualmente, la Alcaldía les dio su reconocimiento desde hace alrededor de 70 años, cuando comenzaron a arribar.
El taita Juan añadió que algunos se vinieron desde el Putumayo buscando oportunidades para ganarse mejor la vida y otros huyendo de la violencia de los grupos armados. La primera ola migratoria ocurrió hacia la década de 1950, pero la mayor parte se desplazaron entre la década de 1990 y la del 2000.
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“Nos hemos ubicado sobre todo por Robledo, pero también por el Popular y el barrio Tricentenario; nos sentimos bien porque todos somos como hermanos y nos reunimos para ayudarnos y tomar decisiones”, agregó el taita Juan.
La mayoría se dedican a la producción y el comercio de artesanías, mientras que otros lo hacen ejerciendo la medicina tradicional.
No hay que olvidar que la Corte Constitucional declaró la cultura inga en riesgo de desaparición y por esa misma razón le ordenó al Estado que tomara medidas para su conservación, estén donde estén sus integrantes.
