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La historia del paisa que es guía turístico en la favela más grande de Río de Janeiro

Sergio Álvarez Cárdenas llegó a Brasil para el Mundial de fútbol y se quedó a vivir en la Rocinha. Hoy tiene una empresa que hace tours por los vericuetos del populoso barrio.

  • Ese laberinto apeñuscado es la Rocinha, la favela más populosa y conocida de Río de Janeiro, con más de 200.000 habitantes. Sergio es el paisa que hace tours guiados en esta barriada popular. FOTOS: EL COLOMBIANO
    Ese laberinto apeñuscado es la Rocinha, la favela más populosa y conocida de Río de Janeiro, con más de 200.000 habitantes. Sergio es el paisa que hace tours guiados en esta barriada popular. FOTOS: EL COLOMBIANO
  • Sergio nada sabía de las favelas hace 10 años. Trabajaba en Itagüí en un parqueadero del Centro de la Moda y su único sueño era ahorrar para viajar al Mundial de fútbol de 2014 que era en Brasil. FOTO: EL COLOMBIANO
    Sergio nada sabía de las favelas hace 10 años. Trabajaba en Itagüí en un parqueadero del Centro de la Moda y su único sueño era ahorrar para viajar al Mundial de fútbol de 2014 que era en Brasil. FOTO: EL COLOMBIANO
  • Sergio posa con turistas en el Mirador Rocinha, el primer mirador de la favela y donde comienza el recorrido.
    Sergio posa con turistas en el Mirador Rocinha, el primer mirador de la favela y donde comienza el recorrido.
  • El recorrido termina al pie de una capilla, y arriba, imponente, está la Pedra dois Hermãos y, a un costado, un enorme mural que se conoce como La última cena versión favela. FOTO: EL COLOMBIANO
    El recorrido termina al pie de una capilla, y arriba, imponente, está la Pedra dois Hermãos y, a un costado, un enorme mural que se conoce como La última cena versión favela. FOTO: EL COLOMBIANO
08 de julio de 2023
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“Guarden las cámaras y los celulares que en esta parte no se pueden tomar fotos”. Notificada la advertencia, hacemos una fila india y cruzamos entre cuadras por un callejón hasta que vuelve la luz en ese laberinto apeñuscado que es la Rocinha, la favela más populosa y conocida de Río de Janeiro, con más de 200.000 habitantes. Sergio va adelante del grupo, nos escurrimos entre ventorrillos, descamaderos de pescado, carretas de frutas, acopios de motos y máquinas tragamonedas incrustadas en paredes de barro. Apenas el guía pasa, la gente sonríe, le levanta la mano y le grita: “¡Colombiaaaa!”.

Aunque en todas las ciudades latinoamericanas hay comunas populares, barrios marginales que crecieron sin Dios y sin ley en extramuros y periferias, las favelas de Río tienen una particularidad, no están aisladas y, por el contrario, comparten las zonas privilegiadas o lo alto de los cerros, con los barrios de los ricos. Pasando la última calle de la Rocinha está Sao Conrado, un distrito costero conocido por sus condominios, hoteles de lujo y carros último modelo. La Rocinha ocupa casi todo el valle que está entre dos grandes peñas, la Pedra dois Hermãos y el Morro Cochrane. Era un antiguo bosque que comenzó a poblarse en los años 30, luego de oleadas migratorias de familias del nordeste de Brasil, hasta que a finales del siglo pasado se convirtió en la favela más grande de Río, con una superficie construida que llega a los 800.000 metros cuadrados.

Sergio nada sabía de las favelas hace 10 años. Trabajaba en Itagüí en un parqueadero del Centro de la Moda y su único sueño era ahorrar para viajar al Mundial de fútbol de 2014 que era en Brasil. FOTO: EL COLOMBIANO
Sergio nada sabía de las favelas hace 10 años. Trabajaba en Itagüí en un parqueadero del Centro de la Moda y su único sueño era ahorrar para viajar al Mundial de fútbol de 2014 que era en Brasil. FOTO: EL COLOMBIANO

Sergio nada sabía de las favelas hace 10 años. Trabajaba en Itagüí en un parqueadero del Centro de la Moda y su único sueño era ahorrar para viajar al Mundial de fútbol de 2014 que era en Brasil. Ya se tenía confianza, años atrás emprendió un largo viaje mochilero por el continente y tenía experiencia cruzando fronteras. Su meta inicial era llegar donde unos familiares en Chile, trabajar y ahorrar para poder ir al Mundial. Se fue por tierra desde Medellín, más de 20 días, pero cuando llegó a la frontera entre Bolivia y Chile no lo dejaron entrar. Se devolvió para intentar cruzar por Perú, pero tampoco fue posible, entonces, cambió los planes y decidió irse de una vez para Brasil. Retornó a Bolivia para entrar por Mato Grosso y seguir hasta Sao Paulo. En esos ires y venires conoció otros aventureros colombianos que se animaron a seguir el camino con él. Se hicieron amigos de la aventura, sin saber que dos de ellos, que eran de Cali, tenían familia en Río.

—Les dije que venía en aventura a buscar un empleo para quedarme y ver el Mundial, esa era mi decisión, nadie me la sacaba de la cabeza. Uno de los amigos me contó que su familia vivía en una favela, que tenía un negocio de motos. Cuando me dijeron que era en una favela, dije yo: uy, Dios mío, ¿dónde me voy a meter? Y la impresión fue muy grande.

Así fue que se conocieron Sergio y la Rocinha.

— Diosito es muy grande y las oraciones de mi mamá son muy buenas. Cuando llegué a la favela me preguntaba cómo iban a recibir a un colombiano. Y nunca pasó nada, al contrario, fui muy bien recibido, se respeta mucho a la gente trabajadora y me ayudaron a salir adelante. Tengo un agradecimiento muy grande con la favela.

Sergio posa con turistas en el Mirador Rocinha, el primer mirador de la favela y donde comienza el recorrido.
Sergio posa con turistas en el Mirador Rocinha, el primer mirador de la favela y donde comienza el recorrido.

***

La combi que nos lleva serpentea las calles estrechas que llevan a la Rocinha, en la emisora suena Lapada Dela, el éxito del año. Somos cinco colombianos y tres brasileños que vienen de Sao Paulo. “Bom dia”, decimos todos al bajar del carro y entrar al Mirante Rocinha, un balcón desde donde se divisa el sur de Río y la laguna Rodrigo de Freitas. No sabíamos quién era el guía y si alcanzaríamos a entender bien las instrucciones y la historia de la favela, asociada por películas, series y titulares a las guerras entre bandas narcotraficantes que se disputan el control territorial. Se imagina uno que ésta debe ser la Ciudad de Dios y que los Zé Pequeño estarán custodiando las esquinas. “Bom dia y buenos días, ¿ustedes son los que vienen de Medellín?”, pregunta Sergio, sin intentar disimular su portuñol paisa. No hay mucho tiempo para conversar, porque el tour está por arrancar, pero el mundo en definitiva es un pañuelo y debajo, casi siempre, hay un paisa.

Entramos a la Rocinha y la postal de comienzo es la de cualquier barrio popular de Medellín, calles estrechas, casas informales con dos o tres planchas encima, marañas de cables de energía pegados del transformador más cercano, carteles con promociones de carne y verduras, andenes minúsculos, gente en moto sin casco, muchas camisetas del Flamengo, un poco menos de Fluminense y Botafogo, y rutas de buses repletas que van para el centro.

—Rocinha es un lugar seguro, más que Ipanema o Copacabana—, dice Sergio, en alusión a las dos playas más famosas de Río, donde hay raponazos y carteristas esperando que algún turista se descuide.

Entramos por una madeja de pasadizos, cada tanto gritan “¡Colombiaaaaa!”. Sergio levanta la mano, saluda casi siempre por el nombre y seguimos el camino.

La gente de la Rocinha, cuenta, ha trabajado mucho para quitarse el estigma de comunidad peligrosa e impenetrable. Sergio reitera que es una zona segura para habitantes y turistas, siempre que se porten bien y trabajen de forma honesta. Esa ‘seguridad’ radica en el control absoluto que tienen dentro de la favela las bandas del crimen organizado. Desde hace décadas, como lo relatan investigaciones académicas sobre las favelas, incluida la Rocinha, las bandas imparten justicia, son árbitros de los problemas de vecinos, y administran servicios públicos, recreación y hasta deporte. La Policía solo hace presencia en las entradas y salidas de las favelas.

Sergio arrancó de cero en la Rocinha, acogido por su compañero de aventura de Cali. Trabajó los primeros meses limpiando motos en el taller que tenía esa familia.

—Un vecino que vivía a todo el frente me adoptó como un hijo. Me empezó a presentar a todo el mundo, me dio un par de consejos para que sacara la documentación brasileña y me dieran el permiso de trabajo. Cuando te contratan, te dan alimentación, sueldo y pasajes. Fueron los meses más difíciles hasta lograr esa carta.

Una vez legalizó su estadía en Brasil, consiguió un trabajo con cartera asignada, algo como su primer empleo formal, en un restaurante de Copacabana. Fue como recrear el cuento costumbrista Que pase el aserrador de Jesús del Corral, salvo que acá el antioqueño no apeló a mentiras piadosas.

El día que me fueron a contratar me preguntaron si era mesero. Les dije que nunca, pero que aprendía rápido y sabía vender. Y ahí ya le metí el estilo paisa. No sabía abrir una botella de vino, pero sé contar chistes y hablar de fútbol, la gente empezaba a reír. Los dueños eran unos portugueses, quedamos en que íbamos a probar si ellos se amañaban conmigo y yo con ellos. El primer día me hice como 100.000 pesos colombianos en propinas y desde ahí mi vida cambió.

El recorrido termina al pie de una capilla, y arriba, imponente, está la Pedra dois Hermãos y, a un costado, un enorme mural que se conoce como La última cena versión favela. FOTO: EL COLOMBIANO
El recorrido termina al pie de una capilla, y arriba, imponente, está la Pedra dois Hermãos y, a un costado, un enorme mural que se conoce como La última cena versión favela. FOTO: EL COLOMBIANO

Con el pasar de los días le ofrecieron un salario mejor, tenía todos los beneficios de transporte y alimentación. A todas estas, ya era el año del Mundial y Sergio se convirtió en la mano derecha de los hinchas latinoamericanos, compraba y revendía boletas en el restaurante, y era guía de direcciones y destinos. Al fin cumplió su sueño, viajó a Belo Horizonte para ver el triunfo 3-0 de Colombia a Grecia. También estuvo en el Maracaná, en el 2-0 a Uruguay, el día del golazo de James.

Y así empezó a vincularse con el turismo, la gente llegaba al restaurante y le preguntaba cómo iba al Cristo del Corcovado o al Pan de Azúcar.

—Les decía, venga le explico, y le ofrecía el paquete completo. Ahí empecé a ganar comisiones. Ya tenía los clientes del restaurante y las propinas, más lo que me daban las empresas por vender los paseos.

Todo fue en ascenso en su vida hasta que llegó el momento en que tenía más clientes por turismo que en el restaurante. Su plan estrella era la Favela tour. Al inicio llevaba la gente en taxi y el recorrido seguía en moto. Tomó la decisión de independizarse y ya con la liquidación del restaurante, junto con su esposa brasileña Dayana, compraron un carrito para transportar la gente de los paseos. Así nació Rio Day Tours.

Sergio vuelve a decir que guardemos cámaras y celulares, que vamos a cruzar una parte difícil, pero que no temamos, que no pasará nada. Bajamos unas escaleras y llegamos a una esquina donde se arremolinan los que mandan, uno de ellos lleva chaleco y un fusil, están regañando a un pelao que se emborrachó y estaba poniendo problema en la calle. Apenas nos acercamos, se vuelve a escuchar el grito: “¡Colombiaaaa!”. Sergio levanta la mano, los saluda, les dice que nosotros también somos de Medellín y de nuevo se escuchan varios “¡Colombiaaaa!”.

—Ofrecemos todo como en Medellín, estamos muy pendientes de ofrecer el uno a uno, muy personalizado, y el plus es la Rocinha, porque yo no solo soy un guía sino que soy un hijo de la favela. Cuando vamos en los recorridos la gente se levanta para saludarnos, para abrazarnos, me dicen que parezco un alcalde.

Rio Day Tours creció y ahora ofrece todos los planes turísticos de Río, hasta paseos en helicóptero para ver el Cristo. Sergio cuenta que por fin, después de tanto andar, encontró su lugar en el mundo, una ciudad hermosa, con montañas, gente alegre y mucho fútbol. Dice que Río es como un Medellín pero con mar. Tiene una hija brasileña de nueve años y ahora una familia y una empresa próspera con Dayana.

El recorrido termina al pie de una capilla, y arriba, imponente, está la Pedra dois Hermãos y, a un costado, un enorme mural que se conoce como La última cena versión favela, Jesús es negro, tiene afro, está de rodillas cerca de un balón de fútbol y tiene unos largos brazos para acoger a los discípulos que son gente de todos los colores. Sergio toma una selfie del grupo, los brazos del Jesús negro alcanzan a cubrirnos. Pienso en una frase de Lao Tsé que adoptaron hace rato los mochileros: no corras, ve despacio. No hay a donde ir, todo viaje empieza y termina en uno mismo.

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