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En la Ciudadela para la Cuarta Revolución, en San Javier, hay un vecino molesto. Más que un vecino, es un visitante inoportuno que llega cuando nadie lo ha llamado. Se trata de un grupo de muchachos que, buscando adrenalina, se toma las cuadras aledañas para hacer piruetas en sus motocicletas. El problema no es menor: en el sector han aumentado los robos y el ruido llegó a ser tan insoportable que hasta hace un par de semanas no dejaba ni dictar clases.
El problema, que viene en aumento, comenzó en 2021. La Ciudadela se planeó en la administración de Aníbal Gaviria con los recursos de la venta de UNE. Federico Gutiérrez (2016-2019) inició la obra, que tuvo varios retrasos, y esta nueva alcaldía la recibió en 2020, con un avance cercano al 90%, pero quedaba faltando la dotación.
Las obras se ralentizaron con la pandemia y en 2021 se presentó un problema técnico. Resulta que los cálculos eléctricos se tuvieron que corregir para que el centro educativo funcionara correctamente y esto obligó al cambio de un transformador. Para ello tuvo que hacerse un nuevo contrato. El edificio, que ya estaba terminado, cayó en un limbo.
Sin clases y con menos obreros, el edificio quedó casi vacío. Sin Dios ni ley, comenzaron a llegar los muchachos de las motos y cogieron como su parche la carrera 95. Primero fueron unos cuantos que se podían contar con los dedos, pero el ‘combo’ fue creciendo y se hizo cada vez más popular. No hubo mayores problemas mientras la institución estuvo cerrada, pero en febrero del año pasado llegaron los primeros estudiantes. Ahí comenzó el verdadero padecimiento.
Los muchachos llegan en sus motos, casi todos los días, sobre las cinco de la tarde, y comienzan el espectáculo. A eso se le agrega que ponen música a alto volumen y, según testigos, consumen droga abiertamente. EL COLOMBIANO estuvo en el sector para evidenciar lo que pasa.
Los afectados no han sido solo los estudiantes. Los vigilantes también llevaron del arrume. De manera informal, dos de ellos dijeron que estaban “hartos” del ruido de las motos y que poco podían hacer al respecto.
“En el turno de noche uno se quiere enloquecer. Comienzan en la tarde y van hasta la 1:00 de la mañana. A mí me da dolor de cabeza ese ruido y no me lo soporto. Tenemos que hacer esfuerzo para hablar por el radioteléfono o escondernos para poder hablar”, relató uno de los vigilantes.
Los piques se volvieron una piedra en el zapato para la desarrollo normal de la Ciudadela. Hasta exámenes han tenido que interrumpir por la intensidad del ruido. A los vigilantes les ha tocado ver de todo durante estos meses; violentas trifulcas y hasta accidentes delicados de muchachos que se caen y se raspan.
Los piques fuera de control pusieron en aprietos hasta al director de Sapiencia, el encargado de la ciudadela, Carlos Chaparro, quien contó que una vez se reunió con unos delegados de una universidad internacional para hablar sobre un convenio. Pero tuvo que suspender la junta porque el ruido no los dejaba escuchar. “No hay derecho de que uno esté trabajando y estos, con sus motos, no dejen”, se quejó el director de Sapiencia.
Después de meses de padecimiento y quejas constantes, en los últimos días los operativos de la policía y la secretaría de Movilidad han logrado mitigar el problema. Ahora, por lo menos, las clases se están dictando sin tanto traumatismo gracias a que la fuerza pública intensificó los operativos y Secretaría de Movilidad aumentó los retenes.
Pero la problemática todavía está lejos de controlarse. Por eso Chaparro considera que una de las soluciones de fondo es construir dos policías acostados que ayuden a reducir la velocidad y no permitan la realización de los piques.
También dijo que la Alcaldía adelanta el proceso para instalar un puesto fijo de la Policía y así tener presencia permanente y arrebatarle de una vez por todas este sector que a la fuerza decidió tomarse un grupo de muchachos a costa del bienestar de vecinos y estudiantes.