Un mes y 18 días antes de ser asesinado a sangre fría en su consultorio, en medio de una balacera y un incendio que obligó a una evacuación de emergencia de la Clínica Medellín de El Poblado, la sentencia de muerte del urólogo Juan Guillermo Aristizábal ya había quedado plasmada en un libro de 362 páginas.
Hoy, ocho días después del crimen que estremeció al gremio médico y a la ciudad, la aparición de este texto no solo volvió a plantear el debate sobre la vulnerabilidad a la que están expuestos miles de especialistas en todo el país, sino que abrió una ventana a la vida más íntima de John Ferney Cano González, el hombre que apretó el gatillo durante esa convulsa mañana del pasado 18 de abril y cuyo cuerpo sin vida fue encontrado en el baño de un consultorio con un disparo en la sien.
“Este caso está resuelto, se trata de una venganza por una lesión física que, a su vez, causó un malestar mental”, escribió Cano en su extenso relato, en el que no solo hizo un repaso por su vida desde la niñez, sino que también dio cuenta de cómo fue planeado el asesinato del médico que hoy tiene a dos familias sumidas en una profunda tragedia.
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Mientras que desde la orilla del urólogo asesinado, colegas insisten en que Cano arrastraba padecimientos mentales que lo llevaron a apartarse de la realidad y obsesionarse con un especialista que nunca actuó de mala fe y que era reconocido por su trayectoria profesional, la familia de Cano sostiene que las raíces de su sufrimiento estaban ancladas a la complicación de un procedimiento médico que explicaría en parte sus atormentados días finales.
“Fue un mal diagnóstico y procedimiento, junto con la falta de información que provocaron dos años y medio de dolor continuo”, dijo uno de los hermanos de Cano que se acercó, con algunos otros de sus hermanos, a EL COLOMBIANO por que querían presentar su versión de lo ocurrido.
En contraste, uno de los colegas de Aristizábal, dice: “Llevaba 25 años ejerciendo como especialista, toda la vida en esta clínica y era una excelente persona, un gran amigo. Es un hecho que nos tiene a todos consternados”, e insta a que se abra una discusión de fondo por la seguridad de su gremio en Antioquia y que ven en el controvertido libro que se ha difundido rápidamente durante los últimos días por redes sociales un retrato vivo de la violencia que muchos pacientes ejercen contra ellos cuando no comparten sus conceptos profesionales, poniendo en riesgo su vida y la de sus familias.
El germen del odio
Más de una década antes de irrumpir con un arma de fuego en el consultorio del urólogo Aristizábal, ubicado en un noveno piso de la clínica, Cano aseguró en sus memorias que todo comenzó en 2013, cuando tras sostener algunos encuentros sexuales sin protección terminó padeciendo una enfermedad de transmisión sexual, que empezó a ocasionarle ardor y supuración en sus genitales.
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Pese a que dicha infección consistía en una bacteria que logró combatir con antibióticos, y que posteriormente los médicos no relacionaron con las afecciones que aseguraba sentir, en noviembre de 2016 Cano cuenta que volvió a sentir un dolor en la punta de su pene, que lo llevó a buscar de nuevo ayuda médica.
Tras probar con varios profesionales que no lograban dar con el origen preciso de su molestia, Cano cuenta que obtuvo una cita con un especialista que le autorizó una cistoscopia, un incómodo examen que permite revisar el interior de la uretra.
“Aquel procedimiento fue tortuoso. Recuerdo que él me preguntó para qué habían mandado ese examen y yo le respondí que llevaba tiempo con ardor uretral (...). El médico no encontró nada y antes de finalizar ese examen, llenó con un líquido mi vejiga para medir la capacidad de la misma. Esa experiencia fue realmente desagradable y no arrojó ningún hallazgo sobre mi problema”, narró en su escrito.
Pese a no encontrar ninguna respuesta, Cano cuenta que continuó con su vida soportando las molestias, pero dice que en enero de 2018 tuvo que volver a consulta al ver que su dolor empeoraba y, además, empezaba a sentir afectada su vida sexual.
En medio de ese proceso, en 2017, Cano perdió también a su madre, un hecho que en sus propias memorias señala que fue visto por muchos especialistas como un posible detonante de una depresión que podría relacionarse con el dolor físico que decía sentir.
Fue en esa búsqueda que Cano se topó con el urólogo Juan Guillermo Aristizábal, que trabajaba en el mismo consultorio de un antiguo especialista suyo de confianza que ya se había jubilado.
En una evaluación realizada el 31 de agosto de 2020, según se lee en el libro, el especialista le habría recomendado hacerse la circuncisión. El procedimiento fue programado para el 21 de octubre de 2021 y, según el testimonio de Cano, terminaría agravando el padecimiento que decía sentir.
Una de las partes clave del escrito se sitúa en el 22 de octubre de 2021, día en el que se habría quitado la venda luego del procedimiento y aseguró tener el mismo dolor.
“Lo primero que pensé fue: el que hizo esta mierda tiene que pagar con su vida”, plasmó en su escrito. “(...) En el pequeño baño de mi casa me juré venganza”, añadió en sus escritos, que llamó Memorias de un loco sensible.
En su relato, Cano narra que tras el procedimiento también habría perdido sensibilidad en sus genitales.
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Luego de la operación, en el libro se enuncian otras revisiones y citas en las que la relación entre Aristizábal y Cano se habría vuelto tensa, al punto de que este último empezó a rehusarse a ser revisado y a buscar opiniones con otros especialistas.
Al no estar conforme con los conceptos de los otros médicos, Cano empezó a buscar por internet información médica por cuenta propia, que anexó al libro que escribió para argumentar que su diagnóstico supuestamente habría sido errado.
En páginas posteriores Cano también elaboró una especie de resumen histórico sobre la práctica de la circuncisión en las diferentes culturas del mundo, que lo terminó llevando a la conclusión de que había sido mutilado y fermentando en su mente la idea y el sentimiento de que debía cobrar venganza.
El médico se encontraba en una encrucijada de temor, según contaron muchos de sus allegados. Se sentía amenazado y habría hasta desarrollado un código con su asistente, que no estaba el día del crimen en el consultorio, para evitar toparse con el paciente, quien se mostraba hostil con él.
Al final del escrito, que fue conocido unos días después del asesinato, también se narran intentos de emprender acciones legales contra el urólogo por los que también terminó enemistado con un abogado que consideró se volvió en su contra. Cano incluyó una carta a uno de sus hermanos, que aparece con fecha del 29 de febrero de 2024, en la que plasmó la decisión de cometer el homicidio.
“Mis últimos tres meses han sido verdaderamente horribles. Mi dolor me ha llevado al límite. Ni siquiera sé cómo he podido aguantar tanto tiempo. Todos mis esfuerzos han sido en vano. Me siento más cansado. Ya he tenido suficiente”, expresó. “Lamento haber desperdiciado tanto tiempo y dinero. Pero nunca imaginé que esto me fuera a suceder. Este caso está resuelto, se trata de una venganza”, sentenció el hombre, y dejó clara su decisión de atentar contra el médico.
El día del crimen
Con todas esas ideas en su cabeza dando vueltas, se sabe que Cano ingresó armado al consultorio del urólogo Aristizábal, para sacar del papel su plan macabro.
Según han indicado allegados al especialista fallecido, en medio de las fricciones entre ambos, Aristizábal ya había alertado de su preocupación por un atentado en su contra, estableciendo incluso medidas restrictivas para que Cano no ingresara a su lugar de trabajo.
Sin que todavía se conozca cómo logró violar los filtros de seguridad de la clínica, la Policía narró que este terminó ingresando al consultorio de Aristizábal y esperó que llegara hacia las 10:30 a.m. para atacarlo. Primero abrió fuego contra una asistente, que estaba reemplazando a la que siempre estaba con el urólogo, y luego contra el especialista.
“Este hombre llega y se ubica en la sala de espera. Cuando llega el momento, se levanta y hiere a la enfermera del consultorio. Posteriormente ingresa al consultorio y agrede físicamente al médico con el arma de fuego”, narró el secretario de Seguridad de Medellín, Manuel Villa Mejía.
En medio de la balacera, cuyo estruendo recorrió los pasillos de la clínica, los médicos y el personal de seguridad alertaron a la Policía Metropolitana, que activó de inmediato un operativo y en cuestión de minutos rodeó las entradas del edificio con decenas de uniformados.
Mientras abajo los agentes contenían una masa desesperada de pacientes y médicos que salieron despavoridos temiendo por su vida, se presume que Cano, al sentirse rodeado, se atrincheró en el consultorio de Aristizábal.
“Tras cometer el crimen, la persona señalada del homicidio se atrincheró en uno de los consultorios y posteriormente se presenta la conflagración”, reconstruyó el comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá Óscar Lamprea aquel jueves, apuntando que cuando el humo comenzó a abrirse paso por los consultorios tuvieron incluso que suspenderse intervenciones quirúrgicas.
“Esta se llena de humo y cuando entran nuestras unidades encuentran que faltaba la puerta del baño. Allí encuentran el cuerpo de una persona, al parecer quien atacó al médico, y al lado un arma de fuego”, añadió Lamprea.
Según se confirmó luego, tras una labor de identificación forense, aquel cuerpo correspondía en efecto al de Cano González, quien luego de perpetrar el crimen habría atentado contra su propia vida.
Reacciones encontradas
Pese a que las autoridades aún avanzan en las investigaciones para esclarecer lo ocurrido, allegados tanto de Cano como Aristizábal entregaron sus impresiones sobre lo ocurrido.
En diálogo con EL COLOMBIANO, familiares de Cano expresaron por ejemplo haber atestiguado su sufrimiento y consideraron que en las reflexiones que ha suscitado lo ocurrido ese dolor no puede hacerse a un lado.
“Nunca me mantuvo al tanto de esta acción que tomó, a veces pienso que podría ser un sueño”, comentó su hermano Alexander, impactado por la noticia y en medio del dolor que le causa haber encontrado en el computador personal de Cano una copia del escrito que se ha difundido por internet.
“No esperábamos este final para él”, expresaron los seres queridos del homicida, quienes creen que en este caso habría habido “un mal diagnóstico y procedimiento”, como manifestó otra de sus hermanas, apuntando que John asistió a numerosas citas psiquiátricas y psicológicas, fue medicado con antidepresivos y luego, al ver que su sufrimiento persistía, expresó sentirse abandonado por el sistema médico.
En contraste, desde los gremios médicos, el asesinato de Aristizábal fue duramente rechazado por múltiples organizaciones, que consideraron que el episodio volvió a poner sobre la mesa los riesgos por los que atraviesan los especialistas de Medellín y del resto del país.
Y es que tan solo en 2023, según alertó la Mesa Nacional de Misión Médica en Colombia, se contabilizaron por lo menos 511 agresiones contra profesionales y trabajadores de la salud como médicos, enfermeros, psicólogos, odontólogos, auxiliares y conductores de ambulancia.
De ese consolidado, Antioquia aportaba 78 ataques, siendo el departamento con más casos.
“Antioquia es el departamento en el que más se ha documentado actos violentos sobre la asistencia en salud, con 78 casos, incluyendo los relacionados con conflicto y los que no están relacionados. Sigue siendo el departamento más afectado de Colombia, aunque ha habido una disminución este año 2023 con respecto a 2022 de casi un 70%.”, alertó Ignacio San Román, saliente director del Comité Internacional de la Cruz Roja.
En el caso del urólogo, varios de sus colegas sostuvieron que el médico había forjado una carrera a lo largo de más de dos décadas y que además de su ejercicio profesional también trabajaba como un respetado docente en la Universidad CES, dictando materias como neurología y semiología.
“Nos duele que circunstancias de violencia nos sigan arrebatando personas que cumplen con su misión de servir y preservar la vida, por ello, hacemos un llamado al respeto por el personal médico y de las áreas de la salud, que día a día trabajan incansablemente por el bienestar de sus pacientes”, expresaron desde esa universidad.
“Era un guerrero de la vida, después de la lucha que tuvo contra el cáncer del que salió hace poco. Esta muerte, y más como se presentó, nos deja un gran dolor a todos”, expresó por su parte otro médico amigo del urólogo.
En medio de la difusión del controvertido escrito, al interior del gremio de la salud también se abrió una discusión por la frecuencia de casos de pacientes como Cano, que sin pasar por una facultad de medicina pueden llegar al punto de presionar a los profesionales para que les aprueben tratamientos que investigaron por cuenta propia y que suelen derivar en peleas y ataques.
Al margen de esas consideraciones, para expertos en salud mental el caso también volvió a realzar la urgencia de fortalecer los protocolos para atender a muchos pacientes psiquiátricos que no logran encontrar ayuda antes de que sea demasiado tarde, pese a las múltiples rutas de atención que existen en el sistema de salud y el consenso entre todos los profesionales de que dichos casos deben atenderse de forma prioritaria.
Entre tanto, el testimonio de Cano, que ahora entra a formar parte del expediente del crimen que evalúan las autoridades, pone sobre la mesa múltiples interrogantes, como el de por qué no pudo atajarse un crimen que ya estaba advertido, como si se tratara de una novela.