Si la conocieras en ese momento que se apagan las cámaras, culmina la manifestación y charla con sus amigos de la huelga de viernes de esa semana, es otra persona. Bromea, ríe. Cuando está en grupos grandes de personas, ante esas multitudes que la escuchan, se abruma, y solo dice lo que tiene que decir. Pero con pocos, es otra Greta Thunberg. La Greta que conocen sus amigos.
Roma ardía a más de 40 grados centígrados y David Wicker había emprendido ese largo camino por tierra desde su ciudad, Turín, hasta allá, al pleno del Senado italiano, en el Palazzo Madama, para encontrarse con otros jóvenes que, como él, se sumaron a los Fridays For Future (FFF) y la huelga por el clima que Greta empezó una tarde de agosto de 2018, con un cartel blanco con letras negras que rezaba, en sueco: “Huelga escolar por el clima”.
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Wicker recuerda ese día mientras viaja en un tren a otra marcha. Lleva nueve meses, desde enero de este año, plantándose cada viernes en una plaza pública, afuera de alguna organización estatal o hasta frente al Parlamento Europeo, en Bruselas, para pedir actuar sobre el clima. Y en esa Roma ardiente, él conocería a Greta, la niña de 16 años –en ese entonces 15– que creó el movimiento al que pertenece.
La primera huelga de David fue de solo siete personas. Ese día de abril, recuerda, eran “centenares”, y Greta daba su discurso en un escenario con luces alimentadas por 130 bicicletas que hacían las veces de generadoras de energía para ambientar el escenario de la icónica chica. “Es abierta, divertida y muy inteligente. Pero pude notar que estaba abrumada por el clima caliente y los periodistas sobre ella”.
Se hizo su amigo. Tiempo después se encontrarían en Lausana, Suiza, para otra manifestación. Llegó septiembre de 2019 y Greta, la niña que comenzó sola postrada frente al Palacio del Parlamento en Estocolmo, lideraría una marcha de más 4 millones de jóvenes en 170 países con unos 6 mil eventos simultáneos, según los números que ella entregó. Al tiempo, mientras Berlín, Madrid o São Paulo marchaban, ella se plantaría ante el Congreso de Estados Unidos y en la ONU con su discurso de que “no hay un planeta B”.
Él que está detrás de Greta
Mientras hablaba, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, la miraba como un abuelo contempla a su nieto recién nacido. Lunes 23 de septiembre, un público de más de 60 Estados, tres jóvenes enfrente en el escenario y Guterres esperando las palabras de Greta. Comenzó con un “me robaron la juventud”, seguido por “nos estamos enfrentando a la sexta extinción masiva y el ritmo de extinción es 10 mil veces más rápido de lo normal. De todo lo que hablan es dinero y cuentos del crecimiento económico eterno”.
Pintó una línea imaginaria y sentenció: “El mundo se está despertando y está cambiando, les guste o no”.
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Guterres la llevó hasta la Asamblea General de la ONU, en Nueva York. Pero su travesía no fue un viaje convencional. Zarpó del puerto de Plymouth, Inglaterra, en el Malizia II, un velero que pertenece a la realeza de Mónaco y que está dotado con paneles solares y turbinas subacuáticas. Esa tecnología le permite utilizar electricidad a bordo sin emitir dióxido de carbono.
Greta tocó tierra vestida de negro y con una trenza que adornaba su larga cabellera rubia. Con su arribo, los ecos en su contra se multiplicaron. “Parece una niña muy feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Tan agradable de ver!”, dijo Donald Trump. Entonces, llegó un reporte que cambiaría la percepción sobre la joven, al menos para los escépticos de su discurso. Según The Sunday Times, detrás de Greta está el negocio del capitalismo verde, una denuncia que en febrero hizo la ex eurodiputada Isabelle Attard.
El origen de esa primera foto de una adolescente postrada frente al parlamento le pasaría factura esta semana cuando daba su mensaje ante la ONU. Sus críticos recordaron que esa imagen la tomó y divulgó Ingmar Rentzhog, creador de la empresa We don’t have time (No tenemos tiempo), frase que coincide con uno de los lemas de FFF.