17 de diciembre. De tanto escuchar historias del control y presión social que padecen los cubanos, siento tedio. Melancolía porque aquello que un día me contaron mis padres —los logros de la Revolución Cubana, su lucha contra el neoliberalismo y el reconocido valor de los isleños— se contradice con el hartazgo de la gente por tanto padecer y ver que las cosas no cambiaban.
Son las 10 de la mañana y en el Palacio de las Convenciones, en La Habana, cinco periodistas de Colombia, más un puñado de corresponsales extranjeros, estamos a la espera de un anuncio de tregua de la guerrilla de las Farc.
Como cualquier otro día, los miles y miles de cubanos ya están inmersos en la rutina del único país socialista de América: Ser pionerito (en Cuba así nombran a los estudiantes de primaria), estudiante de secundaria, empleado del Estado, estar aislado del mundo en una isla donde alrededor pasa todo.
Súbitamente la seguridad cubana nos dice que la rueda de prensa se canceló. Llamo al periódico, en Colombia, y José Guillermo Palacio me cuentan la noticia: Alan Gross, de la Usaid y preso desde 2009, había sido liberado por el gobierno de Raúl Castro muy temprano, en la madrugada. Me pide que esté atento por lo que puede pasar en la isla.
Jairo Tarazona, uno de los periodistas de RCN, también me alerta de que Barack Obama se va a dirigir a su país al mediodía, para hacer un anuncio sobre Cuba y que lo mismo hará el hermano de Fidel Castro.
Camino rápido al hotel El Palco. Allí veo el revoloteo de funcionarios que se aglomeran alrededor de un televisor. En Telesur repite la presentadora: “El presidente del Consejo de Estado y de Ministros hará un importante anuncio al país al mediodía sobre el futuro de las relaciones con Estados Unidos”.
—Liberaron a ese gringo y ahora van a volver los tres que faltan y se acaba el embargo, dice un funcionario del Palco caminando de un lado al otro, ansioso. Un ‘mulato’ de dos metros, de traje azul oscuro, fumándose un puro, está pegado de la pantalla.
Afuera converso con Joel y asegura que es pan de todos los días que en La Habana se hablen de anuncios, discursos y peleas con Estados Unidos.
Otra vez en el hotel repaso las noticias de Telesur; más funcionarios y angoleños se acercan. Vuelvo y llamo al periódico. En Medellín también están a la expectativa de lo que puedan decir Obama y Castro.
—En Miami hicieron una encuesta que muestra que la mayoría de los americanos quieren que se acabe el embargo gringo —nos cuenta a todos los que estamos en el lobby el hombre de traje azul, así con esa voz y acento duro de los cubanos.
Salgo y empiezo a correr, ya estoy en el taxi y Joel conduce por la Quinta Avenida. Escuchamos la emisora nacional Radio Reloj: “Atención, el señor presidente Raúl Castro se dirigirá a toda la patria”, habla el locutor una y otra vez con su vozarrón, da la hora. En el Meliá pago dos horas de Internet, 20 CUC, prendo el computador y empiezo a escuchar el discurso de Castro y luego el del presidente de los Estados Unidos.
“Como prometió Fidel, en junio del 2001, cuando dijo: ¡Volverán!, arribaron a nuestra patria Gerardo, Ramón y Antonio (...) Hemos acordado el restablecimiento de las relaciones diplomáticas”. Y Obama responde: “Hoy Estados Unidos de América empieza a cambiar su relación con el pueblo de Cuba. En el cambio más significativo de nuestra política en más de 50 años, terminaremos con un enfoque obsoleto”.
Ahí, en esa salita del Meliá, con seis turistas —dos mexicanos, tres italianos y una española— escuché la noticia más importante para los cubanos desde el primero de enero de 1959. Ambos mandatarios le manifestaron al mundo que los dos países restablecían sus relaciones diplomáticas, rotas desde 1961, y que empezaría un intercambio comercial. Que Estados Unidos echaría abajo las restricciones de viajes de sus ciudadanos a la isla, que facilitaría la inversión en tecnología y en telecomunicaciones, el flujo de dinero entre vecinos.
Aunque en el primer piso del hotel parece que una decena de turistas no se han enterado de lo que está pasando y menos los trabajadores cubanos. Salto de aquí y allá en las páginas de Internet de The New York Times, The Washington Post, el USA Today, FOX, NBC, Miami Herald, El País, The Guardian, BBC, El Clarín, Times de la India y El Colombiano. Todos titulan como “Histórico” el acuerdo de Cuba y E.U., como el principio del fin del “Muro de Berlín del Caribe”. Observo que Twitter y Facebook se llenan de menciones a favor y en contra de tamaña decisión, de réplicas de frases de los dos discursos, de euforia porque se acaba la “Guerra Fría en el Caribe”.
De inmediato apago el computador y confirmo que alrededor todo sigue tranquilo. En la calle, con la efervescencia de ser testigo de un acontecimiento, me acero al carro de Joel que está parqueado al lado de otros cuatro Lada. Creí que en pocos minutos esta noticia se propagaría por todas las calles de La Habana, que se llenarían de gente, de carros pitando con banderas, no solo por la liberación de Gerardo, Ramón y Antonio, también porque Cuba se abría a su mayor vecino, al país más poderoso del mundo que un día lo bloqueó y lo quebró.
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El presidente Raúl Castro nunca le había hablado así al país y menos de esa manera a los Estados Unidos, dice Joel mientras escucha, otra vez, la declaración del jefe de Estado. En el Centro Internacional de Negocios, los cinco Lada, con sus conductores, están parqueados al frente del hotel. Tienen prendido el radio, a todo volumen. Oye chico, grita uno de ellos, ahora sí hay que sacar la visa. “Le informa Radio Reloj la mejor noticia del año”, es el locutor que repite frases de la intervención de Raúl.
Le pido a Joel que conduzca rápido hasta la Universidad de La Habana, en la zona de El Vedado. El locutor informa que 100 estudiantes están en la Avenida 23 celebrando porque volvieron “los tres héroes antiterroristas”. Este es el día más caluroso desde que entró y se fue el frente frío en la isla; la noticia se riega de un lado a otro. Que sí, que lo que han esperado desde hace más de 50 años por fin sucedió. Que su más cercano vecino ya no los verá como parias. Que pronto se pondrá una embajada de E.U, que dejarán de ser restringidos los viajes, que los millones de cubanos de Miami y otras ciudades podrán enviarles a sus familiares de La Habana, de Santiago, de Camagüey, de donde sea, entre 500 a 2.000 dólares por trimestre.
De la exclusiva zona de Miramar llegamos a El Vedado. Me bajo del carro cerca del pequeño Centro de Prensa Internacional. Pese al histórico anuncio, por estos lados de la Avenida 23 todo transcurre normalmente. Subo hasta El Coppelia y solo se ven unos veinte jóvenes que gritan consignas porque Gerardo, Ramón y Antonio retornaron a casa. Los marchantes bajan por la calle L y llegan hasta la Tribuna Antiimperialista. El mitin no dura más de 15 minutos. Por estas mismas calles un día caminaron triunfantes Fidel, Camilo Cienfuegos y el Che, en enero de 1959, cuando empezó la Revolución.
“Radio Reloj, Cuba está de fiesta, son las 2 y 30 de la tarde”. Regreso, a pie, a la avenida 23. Busco otra marcha, a más gente, pero no encuentro a nadie. Me detengo en una esquina donde venden pan con refrescos.
—Pronto se acabará el bloqueo mi hermano —dice el tendero que pide que no lo grabe.
—Fidel lo dijo, yo siempre creí en él —replica una mujer de 60 años. La gente está feliz pero cuando les digo que soy de prensa internacional muy pocos quieren hablar.
Sin embargo, cuando regreso al Coppelia, el estudiante José Luis Moutan, de 24 años, se me acerca y, de inmediato, me invita a que prenda la grabadora:
—Este es un gran paso de Cuba para restablecer las relaciones con E.U. Los cubanos vemos esto con las ansias de felicidad que siempre hemos tenido.
A un diplomático del gobierno, sentado en la heladería del parque, toma café con leche, le pregunto por la noticia:
—Nosotros sabíamos que Cuba iba restablecer relaciones, que este aislamiento no iba a durar toda la vida pero nunca pensamos que este anuncio llegaría tan de repente.
Son las 4 de la tarde. Vuelvo al carro y nos trasladamos cerca de Miramar. En un café de la Quinta Avenida me espera Martina. La saludo, está exaltada.
—Este embargo acabó con el corazón de Cuba, que es la familia —me dice en voz baja y llora.
En el Lada sigue sonando Radio Reloj: “Los héroes volvieron”. Pero Joel hace la siguiente sentencia cuando le pregunto si cree que el fin del embargo y la apertura están a la vuelta de la esquina:
—Esto nunca se había dicho pero como estamos de jodidos necesitamos ver para creer —Martina está de acuerdo con él.
Rumbo a la Universidad de La Habana, pensé que cuatro horas después del anuncio eran suficientes para que se llenaran las calles de las ciudades cubanas. Pero no pasó. A esa hora quienes caminaban o estaban en los carros destartalados, las guaguas, lo hicieron al ritmo que se impuso hace cinco décadas.
—Usted nunca va a ver aquí una marcha, una manifestación espontánea. Eso lo dirige el Gobierno —me aclara el profesor de la Universidad de La Habana.
18 de diciembre
Ciudad Escolar Libertad fue el campamento Columbia, el cuartel militar más importante de La Habana en los años de la dictadura de Fulgencio Batista. El 31 de diciembre de 1958, el dictador y sus más cercanos colaboradores volaron fuera de la isla desde el aeropuerto de este complejo educativo, ubicado en el municipio de Marianao.
En uno de los círculos infantiles saludo a los pioneritos, la maestra entona con ellos una canción de Polo Montañez: “Martí coraje, Martí valor, a ti Maestro gran pensador va mi canción. Martí del monte, Martí del sol, hecho de fuego, sangre y sudor”. Sonríen al verme, una foto, una foto, gritan. En una de las escuelas secundarias converso con el rector. En su pequeña oficina tiene un cuadro de Fidel y otro de Camilo. Le pido el permiso de tomar fotografías a los pioneros y al campus. Coge el teléfono y llama a la directora, que va a preguntar en el Ministerio de las Comunicaciones. Cuelga. Cinco minutos después recibe una llamada. Es del Ministerio del Interior, le explican que van a solicitar una autorización especial en el Consejo de Estado y de Ministros.
Aprovecha y declara que sí habrán marchas con consigas por “este nuevo triunfo de Cuba”. Aunque hace sus salvedades, porque cree que no será fácil olvidar tan pronto el sufrimiento acumulado de cinco décadas, “ni los ataques de la CIA”. Opina de las contrariedades en la isla, las de los falsos revolucionarios, las de familias que ya viven “como burgueses en los cafés y restaurantes”; de los cubanos que todos los días hacen fila en la oficina de intereses de los Estados Unidos, de las estudiantes que eluden las clases para trabajar como jineteras. Se pregunta, como desahogándose, hacia dónde van los cubanos, ahora que se hacen las paces con su mayor enemigo, si la razón para seguir en la isla “era la de defender el socialismo y luchar contra el imperialismo y la invasión yanqui”.
Tocan la puerta. Es la rectora, alta, de unos 50 años. Trae una torta en la mano porque es el día del maestro.
—Si usted quiere hacer un trabajo aquí debe de ir personalmente al Ministerio de las Comunicaciones y hablar de lo que quiere usted hacer —recita con tono de milicia.
—Bueno —le digo—, solo tomaré unas fotos en las canchas y a los pioneritos que están haciendo ejercicio.
—Si usted quiere hacer un trabajo aquí debe de ir... —repite, militar.
19 de diciembre
Recuerdo que las primeras canciones que escuché, cuando era muy pequeño, eran las de Silvio Rodríguez y la Sonora Matancera, un coctel de trova cubana y son de los años 20. Mi padre ponía los LP con Playa Girón, Mujeres, Río y La Masa, y luego ajustaba el equipo y acomodaba los discos, ya viejos, para dejar sonar a El Recluta y Maringá.
Eran entrañables esos días, como solo son entrañables los recuerdos de la niñez. Esta tarde, mientras espero el avión en el aeropuerto internacional José Martí, en la zona libre, busco en los DVD esas canciones. Veo también a Habana de Primera, los Van Van, Manolito y su trabuco y los álbumes de Buena Vista Social Club. A un lado están los libros de Alejo Carpentier y películas reconocidas labradas en la Escuela de cine San Antonio de los Baños.
También exhiben las obras de Gabo, que era amigo de Fidel, y las de tantos otros escritores latinoamericanos, poetas, dramaturgos, ensayistas, todos de izquierda, que a lo largo de estos años han apoyado el socialismo. Una pequeña industria cultural que se unió para ponerle cachos y cola a la imagen del Tío Sam.
Aunque de ese país, ya en la adolescencia y juventud, también apareció en nuestra casa la influencia de la televisión, MTV, de Nirvana, Metallica y de Whitman, Salinger y Carver. Un pensador norteamericano, Noam Chomsky, escribe que el bloqueo no era más que la doble moral de los Estados Unidos para que fracasara un sistema socialista y así no fuera ejemplo a los países latinoamericanos, y el gigante del norte no perdiera influencia en toda la región.
“La nación más rica invierte en China Roja, e intercambia embajadores con Vietnam, pero a Cuba impone, por ser comunista, un bloqueo de anacronismo charlatán. Y aunque sea marxista el dictador en China y aunque invada y avasalle al Tibet, la nación más rica hoy lo certifica, pero a Cuba la condenan por Fidel”, dice Rubén Blades.
Repaso también los argumentos de los desencantados y escépticos que describen el fracaso de la dictadura del proletariado. Ahora se encuentran los primeros y los segundos; socialismo y capitalismo; Estados Unidos y Cuba; David y Goliat se dan la mano tras un larga pelea donde el más perjudicado ha sido el pueblo cubano, que hasta al Estado le roba para sobrevivir.
Cerca de la puerta 14 me siento a tomar un café. En un plato, al lado de la máquina de la registradora hay monedas que dejan de propina los viajeros. Media hora antes de que llamen a los pasajeros, me acerco y pago. Le entrego a la mesera dos CUC pero no los deja en la caja sino que se los mete en el bolsillo con todas las monedas que están en el plato.