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China se mueve e incomoda en el mar del sur

El mar del sur de China es una zona de conflictos territoriales históricos. La tensión se ha elevado en las últimas semanas por acusaciones de Filipinas.

  • Por las rutas del mar de China en disputa se moviliza la tercera parte del comercio mundial. FOTO GETTY
    Por las rutas del mar de China en disputa se moviliza la tercera parte del comercio mundial. FOTO GETTY
China se mueve e incomoda en el mar del sur
16 de abril de 2021
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Hay conflictos cuya perspectiva más alentadora es que nunca terminen. Que permanezcan alargando su sombra en el tiempo, latentes y en silencio. El mar del sur de China, del oeste de Filipinas o del sudeste asiático, según quien lo pronuncie, es el escenario de uno de ellos.

La disputa por la soberanía de más de 400 islas ha borrado incluso la certeza de cómo nombrarlas. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, seis países (China, Filipinas, Malasia, Vietnam, Brunei y Taiwán) fingen llevar una guerra por quien ondee más su bandera. Islotes, rocas y arrecifes, la mayoría inhabitados y muchos permanentemente sumergidos bajo el agua, incluso en marea baja, aparecen en los mapas como el botín.

Filipinas ha sido el último en reclamarlo. Recientemente, denunció la “amenazadora” flotilla de 200 barcos chinos cerca del arrecife Whitsun, que ella reconoce como “Julian Felipe Reef” y China como “Niu’e Jiao”. Si bien esta última sostiene que son pesqueros y solo están allí ejerciendo un “derecho milenario”, el de la pesca, los filipinos aseguran que se trata de “milicias marítimas”. “No soy ningún idiota”, dijo el ministro de Defensa filipino, Delfín Lorenzana, “el tiempo ha sido bueno, así que no tienen ninguna razón para permanecer allí”.

La tierra, más dispuesta a fronteras y líneas rojas, es la masa a la que se aferran millonarios intereses económicos. Tenerla asegura el derecho del agua que la rodea. El mar, tan poco dado a limitaciones, esconde el verdadero interés que mantiene vivo el conflicto, más de 70 años después.

Los recursos, la clave

“Allí hay yacimientos de gas y se especula sobre petróleo”, explica Mauricio Jaramillo Jassir, profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario. Son eso, apenas previsiones sobre riquezas que no se concretan debido a la falta de exploración, pero apenas suficientes para no dejar que nadie mueva las fichas.

Las estimaciones más modestas hablan de reservas de 11 billones de barriles de petróleo y de 190 trillones de pies cúbicos de gas natural. Tanto, que algunos han señalado estas aguas como el nuevo posible “Golfo Pérsico”. Mal se haría, sin embargo, en reducir el conflicto a la potencialidad de recursos que, pese a su supuesta vastedad, aún no existen. El control de esta zona guarda, aún si esa riqueza imaginada, especial interés.

Por esas aguas circula más de la tercera parte del comercio mundial. Si las rutas marítimas se pueden asemejar a arterias, las que atraviesan el mar del sudeste asiático tienen la capacidad de cortar la vida de las grandes potencias.

Según la investigación de Florencia Rubiolo, doctora en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, Corea del Sur obtiene de allí el 65 % del petróleo que importa del mundo, Japón y Taiwán el 60 % y China el 80 % del total de su abastecimiento. Algo más elemental, si se quiere: se pesca el 25 % de la proteína necesaria para más de 500 millones de personas de los países del litoral. Con hambre en juego, no es extraño que los roces entre los jugadores se hayan hecho una constante histórica.

Las sospechas filipinas de que los pesqueros chinos no son pesqueros no parecen infundadas. En 2002 la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por su sigla en inglés), conformada por Malasia, Indonesia, Brunéi, Vietnam, Camboya, Laos, Myanmar, Singapur, Tailandia y Filipinas, firmó con China la Declaración sobre la Conducta de las partes en el Mar de China Meridional. El acuerdo, que no es vinculante, quiso asentar una idea: era claro que ninguna parte iba a abandonar sus intereses en la zona. Pero eso no tenía por qué llevar a una confrontación armada.

“Se aceptó, por buena voluntad, no poner en vilo el status quo de la zona”, explica Jassir. El equilibrio estratégico de la disputa. Este documento, escribe Rubiolo, “no fue más que meramente declarativo”. Las naciones, no solo China, han hecho movimientos que les ha ganado tierra y su consiguiente pedazo de mar. “Vietnam ocupa 30 islas y arrecifes, Malasia posee control sobre tres y en una de ellas ha construido un hotel, y Filipinas ocupa diez islas y arrecifes”, asegura la investigadora. Todas lo han hecho ya sea en pequeñas escaramuzas militares o de forma solapada y en silencio.

En abril de 2012 Filipinas intentó arrestar a unos pesqueros chinos que estaban alrededor del arrecife Scarborough, en disputa. Como respuesta, el gigante asiático desplegó de inmediato buques de vigilancia que le dieron control completo. Según Lorenzana, eso podría estar pasando actualmente. “Han hecho algo así antes”.

“No creo que pase a mayores, creo que es más un recurso retórico del presidente filipino”, dice Jassir, “que revive las tensiones de China con sus vecinos y con Estados Unidos, que es aliado de la mayoría de estos países y le interesa mantener la estabilidad”.

Mientras otras grandes potencias se reparten y luchan por la tierra, EE.UU. ha tenido, desde el siglo XIX, sus ojos en el Pacífico. Y de allí nos lo ha quitado.

Los intereses de EE.UU.

La denuncia filipina y el enfrentamiento retórico que ha desatado llega en un mundo temeroso de una eventual transición. El creciente poderío económico y militar de China ha enrarecido su relación con Estados Unidos, en lo que incluso algunos han llamado una nueva “guerra fría”.

“Lo descartaría. Y lo digo porque no creo que China tenga interés en exportar su modelo, como lo quería hacer en su momento la Unión Soviética”, explica Jassir, “lo que hay es una competencia por tener mayor influencia económica, así funciona el mercado”. Una que durante el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos perdió en la zona.

El gigante asiático ha combinado la tensión militar que produce su presencia, con una relación socioeconómica fuerte con casi todos los países con los que se enfrenta, incluyendo Filipinas. Este último, por ejemplo, ha recibido miles de dosis de la vacuna china contra el covid. Hasta hace apenas unos días, el 29 de marzo, el presidente filipino posaba sonriente con el embajador chino en su país a la llegada de un nuevo lote.

“EE.UU. ha perdido mucho prestigio. Y en esta zona, en donde antes tenía influencia sin contrapeso, han ganado espacio China y Rusia,” dice Jassir. No deja de ser una lucha a varias puntas: la económica, por ahora, es la más abierta; la militar, la más improbable pero la que despierta más temores. La potencia norteamericana avisó en los últimos días que enviará su portaaviones Theodore Roosevelt y su escolta naval.

En un complejo juego de provocaciones, deseos no resueltos y muchos millones, la apuesta por mantener el status quo, el todo igual, se enfrenta a más retos en un mundo en cambio. Paradójicamente, el problema de este conflicto es que a alguien se le ocurra terminarlo.

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