Argentina es un país de movilizaciones sociales. De protestas y reclamos que mantienen acelerado, al mismo tiempo, el pulso político y el de la cotidianidad. Siempre dispuesto a tomar las calles ante lo que considera una injusticia o la urgencia de un nuevo derecho. Siempre atento al vaivén de las decisiones del legislativo o el ejecutivo para levantar las pancartas. Subir las voces. Agitar las manos. Hacer sonar las cacerolas.
En Buenos Aires, por ejemplo, cada mañana los noticieros se enfocan en tres elementos vitales para los porteños: el clima, el valor del dólar y las calles que estarán cerradas por las marchas.
Entre los últimos paros, sin embargo, uno se ha destacado por el tamaño de la movilización, las formas de la protesta y las consecuencias: la huelga docente de las universidades públicas que agrupa a 57 instituciones, 190 mil profesores y más de un millón y medio de alumnos. Muchos de ellos extranjeros. Muchos de ellos colombianos.
El sistema público de educación superior está paralizado hace tres semanas y no se ve una solución pronta. Los docentes votaron por no iniciar el segundo cuatrimestre del año, a principios de agosto, para exigirle al gobierno del presidente Mauricio Macri que revise sus políticas de ajuste económico que están asfixiando a las universidades. Los salarios se han ido al traste luego de tres años de una inflación que solo para este 2018 se espera superior al 30 %, la infraestructura está abandonada a su suerte –con inversiones minúsculas y apenas paliativas en facultades que no tienen gas, sufren cortes de luz e inundaciones-, y la promesa de campaña de un aumento en el presupuesto de ciencia y tecnología, que incluye entre adhesión de nuevos investigadores y becarios, no solo no se ha cumplido sino que cada vez llegan menos recursos.
La Plaza de Mayo, lugar histórico de protestas y reivindicaciones argentinas, se transformó el pasado viernes en un inmenso salón de clases –a pesar del frío invernal– con pupitres improvisados y tableros de papel con lecciones de física, sociología o economía. La facultad más curiosa del mundo a los ojos de miles de caminantes. Muchos se detenían con extrañeza a mirar a los profesores. A los alumnos. Incluso algunos se quedaban un tiempo y recibían la lección. Formas de una huelga que quiere ir más allá de las marchas.
Una de las clases era Teoría Sociológica, de cuarto año de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). El profesor es Daniel Jones, doctor en ciencias sociales, investigador, y docente por más de dos décadas. “Nos estamos muriendo de frío, pero mantenemos el espíritu”, le dice Jones a EL COLOMBIANO, antes de explicar que la protesta pretende visibilizar una problemática que ya tocó fondo.
Jones dice que no es optimista con una salida a la huelga porque el presidente Macri no ha ofrecido acercamientos. “Yo no veía algo igual desde finales de los noventa, con Carlos Menem. Es un desmantelamiento progresivo. No son solo los salarios. Es la precariedad de las instalaciones de las universidades, la poca inversión en ciencia. Este es el primer presidente en la historia de Argentina que no viene de una universidad pública y su visión es distinta. Es evidente”.