Creo que el Presidente Álvaro Uribe Vélez ha sido un hombre honesto, trabajador y valiente. Que ha servido bien al país, con entrega y pasión.
Personalmente creo en él. No soy uribista, porque estoy convencido de dos cosas: la primera, que no se puede gastar más en la seguridad de la casa que en la educación o la salud, y segundo, porque creo que la democracia es un ejercicio de renovación.
Sin embargo, el Presidente Uribe hizo lo que tenía que hacer. El origen de todos nuestros males se originó en el odio, pero ante todo, en la falta de institucionalidad que fue su causa primaria.
En el relato "La barbarie que no vimos", publicado por la revista Semana hace un par de años, se retrata perfectamente esa realidad: muchachos que vivieron en el abandono estatal, sometidos por las arbitrariedades de la guerrilla y obligados por la necesidad, se convirtieron en carniceros implacables al servicio de los paramilitares.
Faltaba un presidente que pusiera las cosas en orden y con mano firme. No vamos a decir tampoco que ya todo se resolvió, mientras observamos cómo los jóvenes de Medellín se están volviendo a matar los unos con los otros. A pesar de esto, los niños de ahora y la sociedad actual no pueden negar que hay Estado, un ejército que los comienza a proteger, un Gobierno que los asiste y más confianza en el país.
Sin embargo, la política de Seguridad Democrática está originada en el dolor. No en la venganza ni en el rencor, pero sí en un dolor que aprieta el corazón de nuestro gobernante que no le permite ningún tipo de flexibilidades.
Ese origen, que no facilita ver un horizonte más allá de las armas para acabar con la guerrilla, los terroristas y los criminales, obnubila lo que debe ser el verdadero Estado, un promotor de la paz y la reconciliación.
Esa obstinación cerril también origina los desmadres más aparatosos en que han incurrido las autoridades del país: los mal llamados falsos positivos y las chuzadas del DAS a magistrados y periodistas.
Personalmente no creo que el Presidente tenga algo que ver en eso, sin embargo, ese discurso de la Seguridad Democrática y la cohesión social, junto a los irrefutables éxitos de las Fuerzas Armadas, las encumbró en un cielo donde no los pueden alcanzar, como a Remedios, ni los más altos pájaros de la memoria. Y ya sabemos lo que ha venido pasando.
Además, lo turbio del proceso del referendo dice mucho de lo que sería un tercer periodo, sin olvidar los principios de democracia y renovación política. Es hora que el alma del Presidente le haga caso al país, no a una supuesta mayoría, sino a la patria que tanto quiere y no se lance a buscar un tercer periodo.
Colombianos capaces de ser presidentes, muchos. Y muy buenos.
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