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SANGRE ARRIBA

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25 de octubre de 2013
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Es bueno echarse a andar hacia atrás por los caminos de la sangre. En sus recodos están, quizás, las respuestas que buscamos. Porque uno es algo más que el eslabón último de un apellido que perdura o que se agota. Es el eco de un tumulto de pasiones, de glorias y miserias, de amores y de odios, que forjaron lo que hoy somos.

Es fácil ubicar a los antepasados en un contexto histórico (de historia grande o de historia menuda) que los resucite o reviva. Basta documentarse. La dificultad está en analizarse uno mismo y aceptar o rechazar ese bagaje emocional y cultural que le tocó en suerte.

Porque el problema de buscar las propias raíces no es encontrarlas, sino saborear la amarga experiencia de sentirse desarraigado. Como persona o como sociedad, como pueblo. Que eso somos en Colombia: un pueblo desarraigado. La civilización indígena fue prácticamente arrasada por los conquistadores en acción violenta y guerrera. Los que no perecieron se dejaron morir lentamente.

No podía el indio sobrevivir. Perdió todos los útiles e instrumentos de su civilización: la lengua, la organización política y social, su religión. Y al perder las instituciones normales de su cultura, perdió también su cosmovisión. Al enfrentar su propia concepción del mundo con la del español, acabó por no comprenderse a sí mismo, ni entender lo que le imponían los conquistadores. Entonces murió como pueblo, como nación, como cultura.

Pero también el español que vino a las Indias tuvo que sufrir su propio desarraigo. Su trasplante al Nuevo Mundo no fue sólo una epopeya. Sino también el drama humano de un pueblo desplazado, que se vio enfrentado a lo irreversible sin más alternativa que el heroísmo o fenecer.

Mutuamente desarraigados, el español y el indio se mezclaron y en esa mezcla de sangres, las vidas y las mentalidades se configuraron, se desfiguraron o se transfiguraron. La primera generación de mestizos sufrió las consecuencias.

Con razón habla Fernando González en "Los negroides" de que los latinoamericanos tenemos "complejo de bastardía", el famoso "complejo de hijueputa", con que nuestro filósofo envigadeño ruborizó en su tiempo a lectores mojigatos y linotipos bienhablados. Es ese complejo el que nos lleva a la inautenticidad, la vergüenza de lo propio, la imitación y la copia. A la corrupción y a la mentira. Sentimientos y actitudes que llegan hasta nosotros soterradamente. Como la sangre.

Hay que luchar contra la falta de identidad, superar esa incertidumbre de no saber quién o qué es uno. De no tener raíces. El desarraigo es un confuso sentimiento de no pertenecer a ninguna parte, de no tener adónde ir, de estar perdido. No está mal viajar sangre arriba por la historia o por la propia genealogía familiar. En busca de identidad. Para descubrir verdades. O mentiras, que generalmente son las que ocultan las verdades

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