Los desfalcos al erario y la corrupción en Colombia están tocando los límites de la destrucción nacional. Nadie sabría decir si es peor ahora que antes. Lo que es claro es que hoy son más visibles, gracias al importante papel de los medios, en ese tema. A la corrupción que generó el narcotráfico en el pasado reciente, y que aún campea soterrada, ahora hay que sumarle la corrupción de aquellos que alguna vez orgullosos posaron para la foto con un cartón universitario.
¿Cómo pretendemos evolucionar moralmente si cada vez hay menos reconocimiento del otro como persona? ¿Los que roban los recursos de la salud piensan en cuántas personas mueren por su egoísmo? Su conciencia los debería acusar de homicidio.
Si no le ponemos freno a la multiplicación de los antivalores morales, el país podría llegar a ser inviable no solo económicamente y laboralmente sino también en términos de seguridad y convivencia ciudadana. No nos ganamos nada con intentar mejorar el nivel educativo para la competencia técnica y tecnológica, cuando esos muchachos no tienen claro la responsabilidad social que conlleva un saber y un hacer. ¿De qué nos sirve tener los "mejores" bachilleres o profesionales o ejecutivos o gerentes si cuando estén en la vida laboral solo estarán pensando en cómo "sacar tajada" sin importarles que sus acciones arrasen personas, empresas y naciones?
Estamos ante una profunda encrucijada por una razón simple: cada vez perdemos más la confianza entre nosotros, y hacia las instituciones que alguna vez sirvieron de ejemplo, guía y certeza de honradez. El asunto es que las instituciones no existen per se , las instituciones están conformadas por personas. Necesitamos recuperar el extraviado camino de la honradez porque todos necesitamos de los otros y todos somos los otros de los otros.
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