Luces y sombras rodean al ser humano. Somos un compuesto de intenciones y acciones buenas, y acciones no tan buenas. Algunos se escudan en inclinaciones naturales hacia el egoísmo, la maldad o los vicios para justificar la debilidad y la tendencia a cometer actos que menosprecian a otros e irrespetan esa vida, su dignidad o bienestar.
Muchas personas aseguran que el "estado natural" del ser humano lo lleva a actuar de maneras no buenas, y que no es sino ver el egoísmo "tan natural" en los niños. Otros se atreven a decir que igual que los animales, el hombre es egoísta.
Pero he oído otras versiones: que los animales no son egoístas, sino que actúan por jerarquías y defensa de su territorio; nunca acumulan hasta dejar a otros sin lo necesario para vivir.
Podría ser que el ser humano tiene una "tendencia natural" al egoísmo, pero no está amarrado al egoísmo por naturaleza. Es decir: podría decidir ejecutar o no actos egoístas. Por eso es tan importante la educación y la cultura, porque ellas nos ayudan a salir de estados silvestres, primitivos, "naturales" que obstaculizan la construcción de una vida en comunidad.
Una vez el niño obtiene la información de la familia y la escuela sobre la importancia de compartir, ya como adulto y persona con capacidad de raciocinio, y sobre todo, atravesada por la libertad, estará en posibilidad de tomar decisiones que lo alejen del estado primitivo y de la "tendencia natural" hacia el egoísmo; aunque para muchos esas tendencias sean consideradas como características humanas.
Tenemos la capacidad para entender y razonar que algunas "tendencias naturales", por muy humanas que sean, pueden ser superadas para construir una vida que nos beneficie a todos, donde los otros sean respetados como un igual con derechos y deberes; un bienestar que, además, es completamente necesario para mi propio bienestar. Yo estaré bien, mientras el otro esté bien.
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