He sostenido, sin falso pudor, que lo malo del aguardiente es que es muy bueno. Por eso no hay familia en Antioquia y el País Paisa que se haya librado de la tragedia de tener su propio borracho consuetudinario. Aunque el licor ha sido causante de incontables desgracias, en esta región nunca hemos escarmentado y seguimos consumiéndolo en cantidades navegables. Cualquier evento, que sea un motivo. La Feria de las Flores y los 200 años de Independencia sirven de pretextos para alzar la copa y brindar, si no para tomar a pico de botella.
Esa forma desaforada de beber, característica de gran parte de nuestra gente, no puede ser señal de fortaleza ni de luminosidad intelectual, sino de subdesarrollo social y debilidad para resistir la tentación porque vendría alojada en los genes. En la crianza y la educación elemental se han eludido los saberes básicos del hombre, entre ellos el de disfrutar el trago con medida, sin vanos alardes de prepotencia, sin ocasionarle daño a nadie, sin malograr el derecho a la alegría ni poner la fiesta en riesgo de volverla tragedia.
La Fábrica de Licores sostiene las rentas del Departamento. En su misión asume el curioso objetivo de despertar "emociones y sensaciones, bajo criterios de responsabilidad social". Pero sus campañas preventivas y educativas son flojas e ineficaces, comparadas con las de promoción de sus productos, de amplísima difusión. La FLA aconseja, por ejemplo: "Tómate la vida, tómala con responsabilidad". Sin embargo, a la hora de repartir botellas se dilatan los controles y ¡sálvese quien pueda…, pues llegó El Anfitrión de la Fiesta.
Nunca ha habido en la tradición educativa regional una estrategia coherente para afrontar el gravísimo problema del alcoholismo, como si se tratara no sólo de soportar sino de alcahuetear e impulsar un mal necesario, porque se sabe que el aguardiente, el Ron Medellín y los demás etílicos enriquecen el tesoro departamental. Como si la euforia o la embriaguez por la prosperidad de las ventas borraran los estragos colectivos que se evidencian con la resaca.
Para un Gobernador como Sergio Fajardo, que ha tenido el acierto de enfatizar en la educación como prioridad de los antioqueños, debe ser motivo de inmensa frustración reconocer la impotencia para civilizar una sociedad tan bebedora y morigerar el consumo escandaloso de alcohol, que se dispara en cada celebración festiva en Medellín y en los pueblos. Su recordado antecesor, Diego Calle, decía, en las nostálgicas Décimas del aguardiente escritas lejos del país, que un antioqueño sin trago es un cántaro vacío.
Por eso, en parafraseo de la conocida anécdota de José María Villa, habrá que seguir exclamando, con profunda y emotiva resignación paisa: ¡Que viva… Sí, que viva, pero, sobre todo: ¡Que beba Antioquia….
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