Hace unos meses, durante una conversación de esas que son desde el alma, de las que solo se dan con aquellas personas tan cercanas que puedes hablarles con total libertad, sin tener que medir tus palabras, mi hermano me preguntó qué lugares del mundo, de los muchos que aún no conozco, quisiera realmente conocer.
Mi respuesta le sorprendió, pues le dije que había muchísimos, como Guadalajara, Machu Pichu, Buenos Aires, Barcelona, Praga, Grecia, Estambul, el Gran Cañón del Colorado, la India de Gandhi, y muchos otros. Pero que no sentía que a mi vida le haría falta no conocerlos. Que lo que yo sí deseaba de verdad era conocer grandes personalidades. Que, por ejemplo, aún lamentaba no haber conocido a la Madre Teresa, la gran Santa de nuestro tiempo.
Entonces él, conocedor de mi gran pasión por las biografías, replicó: ¿Y si te dieran la oportunidad de conocer a cualquier gran personalidad, a quién escogerías? Sin dudarlo le contesté: ¡A Vicente Fernández!
¿Por qué a Vicente Fernández?, me preguntó.
Porque cuando uno ha vivido más de 50 años ya sabe muy bien que el enorme éxito de alguien como Vicente Fernández no se construye solamente con su prodigiosa voz. Eso requiere, además de voz y talento, de una gran disciplina y determinación. Convertirse, según mi opinión y la de muchos con más conocimiento, en el más grande cantante de la historia de la música ranchera y mexicana no es tarea fácil para nadie. Y mucho menos mantenerse en el primer plano por cerca de 40 años. Vicente Fernández ha brindado felicidad a millones de personas en el mundo y ha sido siempre un caballero. Ha sido siempre sencillo y generoso. En un mundo desorientado como este, ha sido un ejemplo a seguir.
Pero hay mucho más. Es su vida entera, su calidad humana, la forma como ha construido y lidera su familia, la forma como ha enfrentado las adversidades, incluyendo el secuestro de su hijo. En síntesis, no tengo ninguna duda de que Vicente Fernández, más que un extraordinario cantante con una voz prodigiosa, es un ser humano excepcional. Por eso quiero conocerlo.
Emerson decía: "No sé de ningún caso en que la integridad de un ser humano haya aumentado con su fortuna". Yo sí lo sé: ¡Se llama Vicente Fernández!
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