Era tanta la energía que irradiaba "Correíta" y la pasión con la que desempeñaba su oficio, que tres años y medio después de su muerte pareciera seguir vivo, dando pasos en la tierra, pues cuentan que a veces ronda por La Macarena, el lugar donde ocurrió su muerte el 1 de abril de 2008.
En las oficinas del Tránsito de Medellín circula el rumor de que al agente Juan Carlos Correa lo han visto los policías del CAI de la plaza de toros, que han llamado a las 3:00 de la mañana al Tránsito a preguntar qué hace un guarda por ahí a esas horas, "y cuando vamos a ver quién es, resulta que no es nadie", comenta Ernesto Sierra, comandante de los azules en Medellín y quien conserva de "Correíta", como le decían allí, los mejores recuerdos.
Según su versión, era excelente trabajador, "un buen muchacho", que perdió la vida cumpliendo su deber y de la manera más insólita.
Como lo reportó este diario en su momento, el agente llegó a las 5:00 de la mañana a atender un accidente de moto que había ocurrido a esa hora en toda la curva de La Macarena, sitio de muy alta accidentalidad.
Cuando arribó al lugar, ya el motociclista no estaba, se lo habían llevado herido al hospital. Entonces, pidió un carro para subir la moto y transportarla a los patios del Tránsito.
La sorpresa fue grande cuando otros azules se hicieron presentes con el vehículo y lo que vieron fue algo que los dejó atónitos: tirado, a unos diez metros del CAI, estaba el cadáver de Correa, el mismo que minutos antes los había llamado a pedir el camión.
En la indagación, los guardas establecieron que cuando su compañero atendía el caso, un camión repartidor de productos lácteos se fue contra las dos motos accidentadas, junto a las que estaba Correa, a quien el golpe aventó diez metros y le produjo la muerte en el instante.
Este triste deceso aún lo recuerdan con amargura sus compañeros. Ernesto Sierra, quien fue su jefe, lo recalca: "murió cumpliendo su deber, porque esta profesión tiene sus riesgos".
De guarda a locutor
En Envigado, a veinte kilómetros de la oficina del comandante Sierra, está la casa de Jairo Alberto Gaviria Zapata, guarda de Envigado, y quien casi muere en otro aparatoso accidente cuando cumplía su misión de agilizar la movilidad en su localidad.
El percance ocurrió en el cruce de la avenida Las Vegas con la calle 30 sur, el pasado 3 de marzo, cuando su cuerpo fue embestido por un vehículo Twingo que se precipitó contra el separador donde él ejercía, en ese momento, su labor.
"Eran las 6 y 40 de la mañana, yo acababa de llegar al lugar, cuando veo que el carro se viene sobre mí empujado por otro que trató de sobrepasarlo, pero la maniobra no le dio. Yo traté de protegerme con el semáforo, pero vi que el Twingo se montó al separador, entonces solté el semáforo y salí corriendo, pero no alcancé a salvarme, con el bómper me golpeó la cadera y caí al separador con un dolor muy fuerte...".
Las consecuencias de este grave percance, en el que ambos conductores se pasaron el semáforo en rojo, las está pagando Jairo con la pérdida de su función como 'azul' en las calles y con su salud e integridad físicas bastante diezmadas.
Fruto del accidente, este agente que lleva 9 años vinculado al Tránsito de Envigado, quedó con la tercera vértebra dorsal quebrada y aplastada en un 70 por ciento y corrida a un milímetro de la espina dorsal.
Fue precisamente ese escaso milímetro el que lo salvó de quedar parapléjico, a lo que ayudó la delicadeza y cuidados con los que fue recogido del piso y transportado por los bomberos de Envigado hasta el hospital, pues consciente de lo que le había sucedido, el mismo Jairo casi que dirigió el operativo.
"Les dije que con delicadeza, que me había golpeado la columna y que sentía un dolor muy fuerte".
Ocho meses después, Jairo sigue vinculado a la institución, pero ya no en las calles, como a él le gusta, sino de radio operador, labor que desempeña con lujos, pues le toca organizar y estar atento a todos los incidentes de las vías para tomar las medidas pertinentes y darles solución.
"Me dicen que lo hago bien, porque hice un curso de locución, pero lo mío es la calle, estar con la comunidad, hacer pedagogía y quiero volver a eso".
Para hacerlo, se somete a intensas y dolorosas sesiones de fisioterapia e hidroterapia por su propia cuenta. Y pese a que en 2009 también sufrió una fractura de su pie izquierdo cuando fue agredido por unos motociclistas que se resistieron a un parte, no pierde el amor por su profesión.
"Esto es algo que llevo en la sangre, con orgullo. Es una labor de sacrificio, uno no puede compartir con la familia tanto y muchos lo ven como el verdugo, pero uno es un ser humano que cumple una función para salvar vidas y agilizar la movilidad", comenta Jairo, que también entiende que tras el volante no sólo hay un conductor sino un ser humano con problemas y dificultades.
Sin ley de protección
Tal como lo entienden Elías Hincapié, guarda de Envigado con cierto liderazgo en su grupo, y el comandante Sierra, de Medellín.
Elías se lamenta de que el presidente Juan Manuel Santos haya objetado una ley del Congreso que busca considerar como de alto riesgo la profesión de guarda.
Explica que la norma pasó todos los debates en ambas cámaras, pero al final el Presidente no la firmó con el argumento de que esa consideración es válida para agentes de grandes ciudades, pero no para quienes ejercen su labor en pequeños pueblos.
"Creemos que el riesgo es el mismo. Como la ley pasó todo el trámite en el Congreso, está a consideración de la Corte Constitucional, que dará la última palabra", apunta Elías, a quien en 1994 le tocó ir hasta el Congreso, junto a voceros de los guardas de todo el país, a defender que su función no pasara a ser ejercida por la Policía, como sí ocurrió en Bogotá.
La pretensión era del general Rosso José Serrano, jefe del cuerpo policial de entonces, pero un gran movimiento nacional echó al traste sus intenciones.
En un oficio cargado de satisfacciones y amarguras, Elías, Sierra y Jairo tienen claro que los guardas cumplen una función vital en la sociedad.
Pese a que a muchos los han asesinado o herido ejerciendo su trabajo, muy pocos quieren colgar el uniforme, "porque la comunidad es nuestra aliada y son pocos los intolerantes que nos agreden", advierte Sierra.
Expuestos a las inclemencias del clima, a los insultos y la incomprensión, e incluso a las agresiones físicas, a los 'azules' se les ve trabajando con esmero.
Dotados sólo de lapicero, talonario, pito y radio, agilizan la movilidad en unas vías cada vez más estrechas y congestionadas. Lo hacen con amor y entrega, aplazando vacaciones, acumulando compensatorios y sacrificando el tiempo que le deberían dedicar a lo más valioso de la vida: sus familias.
"Es tal vez lo que más nos duele, pero menos mal nuestras esposas e hijos nos comprenden, si no todos estaríamos divorciados", concluye Jairo y se pone el uniforme para que le hagamos fotos y así evocar esos tiempos en los que se sentía a su anchas organizando el tráfico en las calles de Envigado, de su Envigado del alma.
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