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Los piratas no sacian su sed

LA PIRATERÍA DE gaseosas es real. No alcanzan a afectar el mercado, pero sí la salud pública. También desprestigian las marcas.

  • Los piratas no sacian su sed | John Saldarriaga | La mercancía decomisada por la Sijín es mantenida en cuarentena, en calidad de evidencia, en una de las bodegas de la policía, hasta que el juez encargado de la investigación ordene la destrucción del líquido, al final del proceso.
    Los piratas no sacian su sed | John Saldarriaga | La mercancía decomisada por la Sijín es mantenida en cuarentena, en calidad de evidencia, en una de las bodegas de la policía, hasta que el juez encargado de la investigación ordene la destrucción del líquido, al final del proceso.
22 de julio de 2011
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Cuando Marcela* observó que el refresco que pidió en la tienda de su barrio, al norte de la ciudad, tenía un asiento extraño, oscuro y viscoso, ya se la había terminado de tomar. Atinó a decirle al tendero lo sucedido y a mostrarle el envase "de esta gaseosa tan rara", pero no le dio más importancia al asunto. Dos horas más tarde, relacionó su dolor de estómago con esa bebida, para ella habitual y que jamás le había causado molestia alguna.

"Yo no dejé de tomar tamarindo, que es la que más me gusta, sólo que no volví a tomarlo donde don Pablo* y nada me ha vuelto a suceder, contó ella, de dieciocho años.

La piratería de gaseosas es un fenómeno real. "No es un problema que afecte el mercado -comenta Aníbal Fernández de Soto, director de la Cámara de la Industria de Bebidas Gaseosas de la Andi, pues no llega ni al 5 por ciento de las ventas, sino un problema de salud pública y de desprestigio de marcas".

Como las empresas productoras de refrescos son competidoras entre sí, no intercambian información al respecto. Por eso, una de las funciones de esa Cámara es conseguir que se unan al menos para atacar este problema común.

Un problema de salud pública porque, como señala el mayor Ínier Alfonso, de la Sijín, los falsificadores de gaseosas no tienen los cuidados ni la infraestructura técnica para lavar los envases de manera adecuada. Simplemente les dan una pasada con escobillón o los sumergen durante minutos en una caneca de agua a la cual adicionan un chorrito de hipoclorito para que la botella quede "limpia". Mientras en la empresa -Postobón fue la que visité- tienen una máquina lavadora en la que las botellas tardan más de una hora en desinfectarse. Pasan por compuestos de soda cáustica y por aguas a altas temperaturas y, al final, son revisadas por un medidor electrónico para verificar que, en efecto, hayan quedado desprovistas de microorganismos.

De desprestigio de la marca porque, como explica Salustriano Jiménez López, director Nacional de Gestión de Marca de Postobón, los piratas, con sus prácticas antihigiénicas y lejanas a las cualidades del producto original, consiguen que quien consuma una bebida falsa, "llegue a creer que la firma está dañando el producto y puede decepcionarse".

Formas de falsificación
Existen varias clases de piratería de gaseosas. La más sencilla es que los delincuentes reenvasen el contenido de una botella original de tamaño megalitro en nueve botellas de vidrio, de 350 mililitros. Además, como explica Felipe Castaño, gestionador de Calidad en el Mercado de Antioquia de la misma empresa, los piratas mantienen atentos a las promociones y así le sacan más dividendos a su actividad.

En esta práctica, además de la falta de higiene de la botella, el producto original pierde propiedades al entrar en contacto con el aire, especialmente gas carbónico, lo cual modifica su sabor.

Otra forma de falsificación, más sofisticada, es la fabricación del jarabe, es decir, de la sustancia básica que incluye agua y azúcar, y la posterior adición de saborizantes, endulzantes, colorantes y gas carbónico.

"Quienes se dedican a esto -señala el mayor Alfonso- son, principalmente, personas que estuvieron o están vinculadas con las mismas empresas de refrescos. Conocen de manera empírica la receta y el procedimiento de fabricación de bebidas y se dedican a producirlas".

A este grupo de falsificadores, el de los fabricantes, pertenece Carlos Alberto Arcila López, un hombre que en el garaje de su casa, situada en el barrio El Playón de los Comuneros, producía Coca Cola tan parecida a la original que no le iba nada mal. Distribuía en muchas tiendas del norte del Valle de Aburrá. En diciembre de 2007 lo pillaron, al parecer por denuncias de alguna persona. Lo detuvieron, lo condenaron a 48 meses de prisión -aunque posteriormente se los rebajaron a 24-, y le impusieron una multa, a favor de la multinacional, por 178 mil dólares -los cuales no le rebajaron-. En un país con un nivel de impunidad que supera el 80 por ciento y en el cual otras piraterías, como la de libros, queda prácticamente impune, resulta singular. Arcila López tenía hasta vehículo de distribución, que le incautaron.

"Yo sí veía que ese muchacho entraba con tarros vacíos y salía con ellos llenos de gaseosa, pero pensaba que era una distribuidora", dijo un vecino.

Cuando alguna persona sospecha de la originalidad de una bebida -es lo que debió haber hecho Marcela-, puede llamar a la línea de servicio al cliente de la empresa de refrescos respectiva o a la Sijín. Los agentes de esta dependencia visitan el sitio denunciado. Una vez allí, y luego del allanamiento en el cual someten con esposas a las personas que trabajen en el negocio, llaman al perito o técnico de la empresa de refrescos, pues es éste quien puede decir si la gaseosa está adulterada.

"Cuando me llaman los agentes de la Sijín -cuenta Felipe Castaño- yo acudo con una galga y un medidor de gas carbónico, para un análisis preliminar; luego hago trasladar el producto a la empresa, donde disponemos de mayor tecnología para un análisis más profundo. Escribo un acta con los resultados y lo envío a la Fiscalía para que el juez tome las decisiones del caso".

La galga es un utensilio en forma de rectángulo con varios huecos circulares para medir la tapa. "Porque en el tapado es en lo que más fallan todavía los falsificadores -dice el mayor Alfonso-. Como usan tapas viejas, fijándolas a presión con una troqueladora, la abollan un poco y esta abolladura nos sirve de indicio de que una botella fue retapada".

En Moravia, precisamente, don Roberto *, un tendero de siglos, me dice que le han llegado a ofrecer refrescos falsos, pero "yo tengo mis distribuidores autorizados desde hace tiempos y voy a la fija. Vender productos piratas, hombre, es pan pa' hoy y hambre pa' mañana".

En cuanto a Marcela, ella no debió quedarse muda. Nada le costaba una llamada a la compañía de gaseosas o a la policía y poner su queja. "Pero lo voy a hacer, si vuelve a ocurrirme. Lo bueno es que no tengo que poner la cara".

* Nombres cambiados.

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