Debió cerrarse ayer domingo el concurso que organizó el Ministerio de Educación para que los estudiantes preguntaran sobre el Bicentenario de la Independencia.
Con el señuelo de los computadores y las becas ofrecidos como premios se ha pretendido "estimular el desarrollo del pensamiento científico" y "reflexionar sobre la manera como estamos enseñando y aprendiendo historia y ciencias sociales". Pueda ser que así la materia histórica deje de ser marginal en el pénsum.
La intención y los objetivos son plausibles. Se les propone a los alumnos que funjan de historiadores, que participen en la construcción de la memoria de la Independencia mediante nuevos relatos diversos y plurales, que desarrollen el pensamiento científico y las competencias en ciencias sociales, lenguaje y ciudadanía, etc.
El Bicentenario del Grito de Independencia del 20 de julio de 1810 (que en realidad fue una expresión de rebeldía ilustrada contra el bonapartismo imperante en España y el punto de partida de todo un proceso) es el motivo primordial.
En el conjunto de las preguntas hechas por los neohistoriadores debe haber de todo, desde las cuestiones más insustanciales hasta las más cruciales, desde la insignificancia hasta la trascendencia. Cuando se enfatiza en los microeventos de la cotidianidad no es raro que el uno pregunte si los próceres usaban desodorante, el otro averigüe cuánto les duraba la cuerda a los relojes y el de más allá indague por los colores de moda en los calcetines o por el mejor método de elaboración del jugo de tamarindo.
En la investigación y el relato de la historia es significativo lo anecdótico. Pero no puede constituir el todo, si se pretende una historiografía integral. A qué buen lector no van a entretenerlo los cinco volúmenes de la Historia de la vida privada, del francés Georges Duby, o las Historias detrás de la Historia de Colombia, de Eduardo Lemaitre. Pero las anécdotas, por más divertidas que sean, si no representan referentes contextualizables carecen de real importancia, sólo sirven como elementos decorativos o condimentos picantes.
Los episodios individuales o familiares de apariencia irrelevante enriquecen el discurrir de la sociedad y el desarrollo histórico, en contraste con los macroeventos de los protagonistas estelares.
Si el concurso ayuda a restarle magnitud al pecado original de la exaltación de las guerras civiles e inciviles y lo pondera con la condición histórica de la gente, se habrá alcanzado un avance trascendental que podría marcar un punto de equilibrio y quizás un giro en la historia de la educación.
Si no, si la compilación final carece de criterio histórico, si reproduce sólo cuentos y más cuentos de la microhistoria, ha de constituir una prolongación demagógica de la antigua historia incompleta, mejor dicho de la chismografía secular, deliciosa pero sin sentido.
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