Si olvidaba por un instante su pasado y se concentraba en su paisaje, la vida era poesía: tenía una casita en el aire, las nubes al frente, Medellín de fondo, un unicornio de mascota y la primicia de luz matutina del sol en lo más alto del Oriente.
Pero cuando escuchaba ese grito, que recibía como un verso de mal gusto, doña Yorladis Quiñones aterrizaba en su vivienda de madera con tapete de pantano y techo de lata, y sentía que su historia estaba untada de mierda: '¡Vecinaaaa, se le fue el chivo a la letrinaaaa!'.
Era el segundo ser que caía al hueco de María donde desembocaban los excrementos de la familia Márquez. El primero fue un perro criollo de pelo negro con lunarcitos de canas que terminaron tiznados de color pantano.
'Qué chandoso pa' ladrar', pensó María cuando oyó por primera vez ese bullicio nocturno que le ahuyentó el sueño. '¿De dónde se apaga ese perro?', se preguntó a la madrugada. Hasta que en la mañana salió de cacería a perseguir con sus orejas el origen de la algarabía.
Bajó al solar, saltó los matorrales, revisó el galpón y cuando notó que faltaba uno de los cinco tronquitos que obstruían el mal olor que emanaba del fondo de su letrina, tuvo la certeza de que ese animalito había pasado una literal 'noche de perros'.
'Me ensucio o no me ensucio', comenzó el dilema cuando se asomó con la nariz tapada y lo vio chapalear tres metros bajo tierra en medio de una nata achocolatada. Por un lado, era un greñudo NN al que nadie buscaba por allá en el sector 2 de Altos de Oriente.
Pero recordó que 'Tony' tampoco era de raza. Que 'era una chandita por la que nadie hubiera dado nada'. Y aún así, doña Rubiela, la señora de la curva de arriba, descendió su escalera de madera y dejó que le diera el abrazo más nauseabundo cuando lo rescató de su piscina de heces.
Regresó castaño oscuro cuando era rubio. María le amarró las patas y lo bañó 'con jabón de ropa, detergente hasta con límpido para desinfectarlo'. Después le echó champú y rinse. 'Y ni a sí se le quitó el olor a podrido'.
Solo cuando su vecina le contó que por un día pasó de ser ama de casa a ser 'salvaperros' comprendió que 'Tony' no se había ido detrás de perras en calor a Santo Domingo Savio sino que había sido víctima de una caída en seco a una de las siete mil letrinas que, aproximadamente, hay en la vereda Granizal del municipio de Bello que colinda con la comuna 1 de Medellín.
Por caridad canina, María bajó al rescate, aguantó su respiración y le dio la mano al forastero que le robó un beso con lengua mientras subía cada peldaño con él cargado. Al soltarlo, jadeó, la miró un par de segundos y, mientras movía la colita, se perdió por el camino que baja a la carretera vieja de Guarne.
'¡Mi chivito!', gritaba doña Yorladis mientras agitaba sus manos como un abanico para darle aire. Como no tenía escalera, lo sacó con un lazo que casi lo ahorca. Era el consentido que compró en una promoción por 70 mil pesos solo porque le faltaba un cacho, 'pero era chivo al fin de cuentas' y sería el plato fuerte de una fiesta, cuando su hija cumpliera 15 años.
Le pagó el pasaje y abordaron uno de los buses que cada tres horas parte desde Prado Centro hasta el cielo extremo donde hace varios años familias desplazadas por la violencia o por la pobreza invadieron la montaña. A la comunidad lo presentó como 'Solocacho' y le pidió permiso para que anduviera por ahí comiendo pasto para engordarlo. Seis meses después cayó por su propio peso a la letrina.
"¡Solocacho no te mueras!", sollozaba la dueña cuando lo vio flotando en ese caldo espeso. 'Me dio mucho sentimiento verlo en el fondo, mirando hacia arriba', recuerda. Desde ese día, los vecinos ya no la llaman doña Yorladis sino 'La llorona de Solocacho'. Pero no solo por el llanto de ese día al pie de la letrina, porque de hecho sobrevivió, sino porque cuando su hija cumplió los quince, rogó en vano a su propia familia para que no lo mataran e hicieran sancocho o marranada en vez de chivo sudado. 'Yo no le encontré gracia', exclamó doña Yorladis cuando probó un pedacito de su unicornio que, después del vals, terminó servido en plato deshechable.
La letrina del siglo XXI
Por cavar el hueco de una letrina de tres metros de ancho por tres metros de largo, don Miguel Mazo se demora 12 horas y cobra 80 mil pesos. 'Si la quiere tapada, yo le pongo unas varillas, le hago una planchita de cemento, le pongo el tubo para que salgan los gases y no se le explote -garantiza- le dura de 10 a 15 años hasta que se le llene. Ahí sí le cobro 500 mil pesitos'.
No son muchos los clientes que se le miden al medio millón en los 19 asentamientos humanos y conjuntos de viviendas irregulares de tipo invasivo en Bello que no tienen, ni tendrán, acueducto ni alcantarillado mientras no estén en proceso de 'regularización urbanística', legalización de barrio y titulación de predios.
Por ahora, seguirán las mangueras gotereando por doquier, echándole 10 gotitas de cloro 'para purificar el agua', cavando huecos como sepultureros y cubriendo letrinas como recicladores: con plástico, lata y cartón.
Cero y van dos
La familia Echavarría no olvida el año nuevo porque llegó con una tragedia el 1 de enero. Desde el desayuno, cuando la bisnieta de cinco años salió de la casa detrás de una gata y no aparecía, doña María Luisa Echavarría presentía que iba a ser el almuerzo. Al mediodía cuando notaron que faltaba un cartoncito que cubría la letrina comenzó el verdadero guayabo a la salida del sector 1 de Altos de Oriente.
Desde el martes 13 de septiembre don Navarro se aguanta toda la cantaleta que le riega la comunidad del Manantial por no haber cubierto a tiempo su pozo cuando le advirtió que lo 'bregara a tapar', luego de que la caída de un perrito mandara una primera señal.
A los tres años de edad, la hija de Jairo tenía tres cosas claras. Era aficionada al buñuelito de 200 pesos que le entraba por los oídos cuando un pregón de 6 de la mañana la despertaba; que era catadora número uno del tinto que hacía la abuela en el ocaso del día; y la fiel seguidora de las uchuvas que nacían en las matas del barrio.
El lunes se frustró la recolección de frutas en el solar de la 'mamita' porque todas las uchuvas estaban verdes. Le vendió un par de besitos al papá por 400 pesos para que le alcanzara al otro día para dos buñuelos. Y se levantó con el sol, se arregló solita y hasta alcanzó a pintarse tres uñas de la mano para que el señor la encontrara bonita.
Mientras su madre lavaba la ropa en la lavadora alquilada, se convirtió en una repostera de tierra y jugó 'chocolito', el juego que los niños del barrio se inventaron, al encontrarle un parecido al pantano con el chocolate.
Y como de costumbre bajó a hacer su brindis vespertino en la casa de la 'mamita' que lindaba con el solar de don Navarro. Y fue entre las 6:30 y las 7:30 de la noche que la niña se perdió. Antes de que el sol se escondiera del todo, alertó a todo el barrio y pregonó a toda voz a través del megáfono que buscaba a su niña, que antes de salir a tomar tinto vestía saco verde de capota, faldashort azul con morado, chanclas naranjadas y tenía tres uñas pintadas de rojo.
Antes de las 8 de la noche una linterna alumbró su rostro en el fondo de la letrina de la casa de don Navarro. Ya era tarde para reanimarla y los golpecitos en el pecho y la respiración boca a boca que aprendieron de la televisión, no sirvieron.
En el Manantial se desbordaron las lágrimas de noche. 'Que no amanezca', añoraba su madre para que el buñolero no le recordara tan pronto que su hija había muerto. Y se preguntó ¿por qué?, muchas veces, para tratar de enterder por qué, justo al pie de la letrina, había una matica con uchuvas amarillas.
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