Tener casa es un regalo, un privilegio, una fortuna. Vivo en casa, salgo de casa, vuelvo a casa. Me siento feliz en casa. Es el lugar que moldeo y me moldea. Mi casa es lo que yo hago de ella, y yo lo que ella hace de mí.
La reciprocidad es un tesoro. Del cuerpo y del alma. Mi casa tiene el corazón que yo le pongo y yo el corazón que ella pone en mí. Me regala los atributos que pongo en ella. Limpia, ordenada, acogedora. Nunca me imaginé algo tan sensible, con tanta personalidad, tan maravillosamente recíproco.
Tengo necesidad de un medio favorable y de un abrigo protector para vivir. La casa donde vivo. Ella se hace unidad conmigo y yo unidad con ella. Tengo el poder de convertir un palacio en tugurio, y un tugurio en palacio.
En "Memorias de la casa de los muertos ", Dostoievski cuenta su liberación. Las cadenas que habían atado sus pies, al romperse, le dan el gusto de la libertad. Al salir, se despide de esos lugares sucios y desordenados: los amo, los llevo en el corazón.
Para san Agustín, "Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar". "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn. 14, 2). "¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?" (1 Cor. 3,16). Él en mí, yo en Él, dicen los místicos.
Casa, mansión, morada. Vivir, habitar, morar. Palabras que albergan la ternura del corazón. Dios habita y el hombre habita. El uno en el otro. Cosa de pasmo y sortilegio y maravilla. Él hace de mí su morada y yo la mía de Él.
Un día el amante toca tembloroso en la casa de la amada. Una voz interior pregunta: -¿Quién eres? Respuesta: -Soy yo. Detrás del silencio, se escucha, casi sin palabras: -En la casa del amor no hay sitio para dos.
Avergonzado, el amante se va. Va, viene; sube, baja; se pregunta sigiloso qué es amar. Camina a la deriva por los senderos infinitos del corazón. Toca de nuevo. Escucha la misma voz: -¿Quién eres? Responde como si inventara las palabras: -Soy tú misma. No hay puerta que no abra el talismán del amor, que es unidad de dos.
"Casa de oro" dice una letanía de enamorados en una invocación con tal magia que hace temporal lo eterno. "Casa de oro", murmura en silencio el amante de María.
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