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"El opio de los intelectuales"

25 de marzo de 2009
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Para Edwar W. Said, el intelectual debe ser un "permanente francotirador, un perturbador, un crítico constante del statu quo".

Dejando a un lado la compleja definición de lo que debe entenderse por intelectual, lo cierto es que quien detenta tal calificación permanentemente asume posturas diferentes e incómodas para el gobernante o para lo que se llama el establecimiento.

Constantemente está señalando lo que no funciona bien y no desfallece en la lucha por la defensa de valores esenciales para la vida en comunidad, como la libertad y el respeto por la opinión ajena dentro de los parámetros de la civilidad. Pero a su vez, la sociedad espera que el intelectual sea honesto, que no se preste para la manipulación ni para el juego de sectores políticos. Cuando esto le ocurre, pierde su estatus y termina siendo un opinador afín a una ideología o agrupación política y por tanto no tiene derecho a conservar el calificativo de intelectual.

Precisamente ahora que está surgiendo tanto personaje con el mencionado calificativo, a través de un curioso e ingenuo ejercicio epistolar, por medio del cual están tratando de oxigenar a las agrupaciones fascistas y totalitarias que azotan a la sociedad colombiana, con exclusiva finalidad proselitista, es necesario volver a los escritos y al pensamiento del sociólogo y filósofo francés Raymond Aron, quien se llegó a convertir en uno de los más feroces críticos del comunismo, cuando se dio cuenta de la verdadera naturaleza de este pensamiento y de sus fórmulas para gobernar. Llegó hasta el punto de enfrentarse a quien fuera su gran amigo, el señor Jean Paul Sartre, quien tanto alababa el régimen de terror de Stalin y a la Cuba castrista.

Aron fue víctima de los sectores de intelectuales imperantes en la sociedad occidental, tan afines a la izquierda y tan enemigos del centro y de la derecha. Tan dedicados a sobrevalorar el papel de personajes que en su vida personal fueron totalmente contradictorios con las posturas que asumieron (Marx, Picasso, Brecht) y a minimizar sin descanso a otros que asumieron posturas críticas frente al comunismo y la izquierda radical (Dalí, Borges).

Y hay que volver a Aron porque hoy nuevamente un grupo de intelectuales criollos pretende rescatar posturas ideológicas caducas, nefastas para el país, acudiendo a falsos dilemas de diálogos y negociaciones con quien hay muy poco para dialogar y con quien no tiene voluntad de negociar.

Y es importante repasar su pensamiento para no caer en las trampas que sectores de la intelectualidad establecen. Es necesario plantearles a los de estas tierras la misma pregunta expresada en el libro El opio de los intelectuales, publicado en 1955, y en la que se interrogaba por qué algunos intelectuales son "implacables con los defectos de la democracia pero están dispuestos a tolerar los peores crímenes siempre que sean cometidos a nombre de las doctrinas correctas".

Citando al periodista norteamericano Roger Kimball, sería bueno que nuestros autodenominados intelectuales contradijeran a Orwell, cuando sostuvo "que hay algunas ideas tan absurdas que solo un intelectual podía creer en ellas".

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