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Botones de medio ambiente y movilidad

03 de junio de 2008
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Los contratistas de la mole de cemento que reemplazó el puente de Colombia sobre la Avenida del Ferrocarril han sido despiadados con la naturaleza y con las personas.

Por eso no tuvieron inconveniente en tumbar los árboles de la zona verde noroccidental, frente a la estación expendedora de gas vehicular, para instalar sus campamentos.

Quizás así trabajarían más cómodos y, por añadidura, se ganarían unos pesos adicionales, no sólo por tumbar los árboles originales sino por la recuperación posterior de la zona verde mutilada cuyos frondosos pulmones de antes serán reemplazados por maticas de jardín que todos pisotearán como pisotean las que han sembrado en el separador central del puente y su prolongación por Colombia hacia el occidente.

Si hubiese consideración con el ciudadano, en vez de barreras de cemento y precarios jardines podrían haber construido un sendero peatonal que le garantizaría una ruta segura a sus usuarios hasta la carrera 65, por lo menos, desde Salamina. Específicamente desde donde sembraron un incipiente almendro para reemplazar el frondoso y fructífero mango que allí había y que los poderosos contratistas no dudaron en sacrificar, si necesidad.

Con la prolongación del corredor central que atraviesa el viejo puente de Colombia, los peatones quedarían protegidos del flujo vehicular por un largo trayecto. No obstante, lo que han hecho los contratistas es poner en peligro inminente la vida de miles de peatones que diariamente transitan a lo largo de la Avenida Colombia y seguirán haciéndolo después de construido el metroplús.

Los que toman el amplio costado sur se ven obligados a trepar una barrera de metal que cierra el paso natural y lógico, respaldado por el sentido común de la gran mayoría de los peatones pero que los flamantes contratistas se empeñan en contradecir intentando obligar a las personas a tomar una diagonal hacia la vía del metroplús. Pero éstas prefieren trepar la barrera para salir más rápido y aquellos no entienden que su miopía causa malestar y pone en riesgo a los peatones que, en vez de un jardín lineal, reclaman un paso expedito que acorte y racionalice el camino.

Por el estrecho costado norte la cosa es peor porque, al salir del puente, el peatón queda desamparado a merced de tres flujos de carros y sin posibilidad de pasar al separador central que lo salvaría, pues los contratistas prefirieron meterle matas al que sería salvífico camino para los viandantes. Quien las pise pasaría por montañero inculto, aunque muchos prefieren eso a ser montañeros muertos.

De haber voluntad e interés auténticos en el bienestar y la seguridad del peatón, la solución sería simple, eficaz y económica. Basta construir en el extremo occidental un puente peatonal que una las orillas norte y sur del puente nuevo con el separador central, y reemplazar el absurdo jardín lineal por una vereda en cemento que empalme con la que existe en el centro del puente sobre el río y que tanto sirve. La obra podría complementarse agregándole al puente peatonal de Suramericana una sección que lo conecte con el actual separador central. Así, sin mayores gastos se protegerían numerosas vidas humanas, resolviendo bastante bien un delicado problema de movilidad.

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