Hace una semana caminé por la vía El Carretero del barrio Manila, cerca de la avenida El Poblado. Llegué para ver la feria Viarte y escuchar el concierto de la Banda Sinfónica de la Universidad de Antioquia. Con la entrega y talento de siempre, los músicos interpretaron esta vez y a propósito de diciembre, canciones de Lucho Bermúdez. Después de los aplausos y la vitoreada frase: "otra, otra", un hombre alto y de simpatía ilimitada comenzó a cantar el porro que cerró el concierto: (…) "Borrachera, borrachera, borrachera, eres la causa de mi pelea... borrachera, borrachera, borrachera, tú eres muy fea".
Mientras el hombre cantaba, recordé la primera vez que sentí los efectos despiadados del alcohol en la sangre. Eran los días de universidad y estaba en una de esas fiestas de integración en Las Palmas. Después de tomar dos cócteles que ofrecía la llamada barra libre, el mundo comenzó a girar. Literalmente. No sé qué tenía eso. Lo único seguro es que minutos más tarde estaba sentada en el carro, con ganas de salirme del cuerpo, el estómago convulsionado e intentando tomar el agua que me ofrecían. Con los años y los viajes, aprendí a amar el sauvignon y otros vinos. Una cerveza en grupo y un par de mojitos con amigas. Nunca en exceso porque detesto el malestar del día después, hacer el ridículo y no recordar.
En lo que va corrido de este mes, he visto varios borrachos en la calle. Gente con botella en mano a punto de caer de una chiva y bailando de una forma que si fuera filmada para Facebook o You Tube, ameritaría el cierre de su cuenta. He escuchado a vecinos de edificio contar historias que ya quisieran borrar cuando me los encuentro en el ascensor.
Hace un tiempo asistí a una fiesta nocturna empresarial en la que un hombre de carácter tímido y con un trago de ron en la mano, se lanzó a darle un beso en la boca a una de las secretarias. No lo juzgo. Probablemente su actitud se deba a la razón que plantea Mario Jurish en su crónica reciente de la revista El Malpensante y titulada "Memoria feliz de un bebedor de ron". Según él, "todas las bebidas, con independencia de su origen y color, nos desinhiben y producen diferentes grados de arrechera".
Después de escuchar historias cuando hay bebida y celebración a la vez, creo que lo importante es estar feliz y no poner la vida o el honor en peligro. Molesta y da vergüenza ajena ver personas que todavía se suben a conducir después de tomarse unos tragos y dicen las frases rayadas de toda la vida: "Vea cómo le hago el cuatro". O escuchar que congresistas, concejales o comandantes de policía fueron encontrados en estado de embriaguez.
También me preocupan los datos de la Dian. De acuerdo con esta entidad, el 25 por ciento del alcohol que entra al país es adulterado. Y sabemos que son muchas las personas que compran la bebida en sitios no confiables, sin preguntar. Diciembre es un mes en el que muchos están más dulces, alegres y generosos. También en el que muchos exhiben conductas decadentes: deudas hasta el extremo, pólvora, alcohol y velocidad. Los destruye pensar que son inmunes. Querer sentirse más vivos.
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