En Abriaquí la vida transcurre sin prisa. El parque, pequeño y tranquilo, es el centro de todo. La gente conversa, se toman un café con la lentitud del que nada le preocupa y el día avanza sin sobresaltos. Desde el segundo piso de una de sus esquinas, esa misma quietud se mira distinto. La vista de las montañas abre el paisaje y hace que el tiempo parezca aún más lento. Allí está La Herradura, el sueño de Daniela Jiménez, un espacio hecho a pulso para que los habitantes y los visitantes sientan que están en un lugar distinto sin salir del pueblo.
Daniela no nació en Abriaquí, pero su voz transmite arraigo. Llegó desde Urrao cuando era niña y creció entre el parque y los locales comerciales. A los quince años ya trabajaba con su mamá vendiendo fritos y comidas rápidas. Ese fue su primer aprendizaje sobre cocina, servicio y trabajo constante. Con el tiempo intentó estudiar en Medellín, pero la ciudad no la sedujo. Volvió y se preguntó qué podía hacer en un municipio pequeño y lleno de calma donde las oportunidades parecen limitadas. Encontró la respuesta en lo que siempre la había movido: cocinar, atender e imaginar espacios para compartir.
Su primer local era pequeño, apenas un lugar para vender hamburguesas artesanales y otras preparaciones que ella misma comenzó a diseñar. Pronto sintió que necesitaba algo más amplio, un lugar donde el ambiente fuera parte de la experiencia. Entonces apareció el segundo piso en una de las esquinas del parque. Preguntó, arrendó y empezó a transformarlo. Luz cálida, mesas cuidadas, plantas, detalles en madera y una vista que se robó el corazón de los clientes. Muchos entran y dicen lo mismo. Que parece otro lugar, que no parece Abriaquí. Daniela sonríe cada vez que lo escucha porque esa era la intención. “Yo quería que fuera un espacio que conservara la calma del municipio pero que, al mismo tiempo, evocara otros ambientes”, dice.
Ella cocina, emplata, sirve, limpia mesas y prueba sabores. La acompaña su mamá, a quien le heredó la disciplina y la sazón, y dos jóvenes que rotan entre cocina y servicio. El espacio funciona como restaurante y también como punto de encuentro. Ahí celebran cumpleaños, se reúnen amigos y algunas noches hay karaoke. Daniela disfruta ver a la comunidad apropiarse del lugar. Le gusta que sea familiar y cálido.
Emprender en un municipio pequeño exige creatividad. “Uno aquí no puede quedarse quieto. La gente quiere nuevas ideas, algo que los sorprenda”, dice. Hay días muy buenos y otros más calmados, y eso la impulsa a innovar para que el público regrese. Por esto, hace parte de un comité de comerciantes jóvenes que buscan crecer juntos y fortalecer la oferta local.
En el camino, la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia ha sido un apoyo constante, con capacitaciones y visitas directamente en el municipio. Hoy cursa formación en finanzas y siente que el negocio crece a la par de sus conocimientos. “Yo valoro mucho estos espacios porque emprender no es solo trabajar, sino tratar de hacerlo mejor todos los días”, afirma.
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