En El retorno del hijo pródigo un hombre de rodillas reposa la cabeza en el vientre de su padre. El padre lo cobija con la elegancia y la ternura con las que abrazan las madres. El cuadro está expuesto en el Museo Hermitage, de San Petesburgo, y fue pintado en 1662 por Rembrandt. La crítica ha reconocido en el trabajo del holandés la maestría en el uso de las sombras y las luces: las pinceladas resaltan el contenido emocional de las historias, el sentimiento. En esa pintura, a pesar de que varios personajes intervienen en la escena, son el padre y el hijo, bañados por una capa de luz, quienes capturan la curiosidad de los espectadores. El mensaje parece muy claro: en un abrazo se unen la generosidad y la limpieza humanas. La certeza de la importancia de los abrazos la han ratificado estudios psicológicos recientes.
Según han descubierto los científicos, un abrazo de más de diez segundos tiene efectos benéficos para la salud mental de las personas. El contacto cálido con los brazos de un ser querido libera en el cerebro oxitocina y endorfinas, sustancias que regulan la cortisona y la adrenalina, las hormonas relacionadas con el estrés. También se abren las compuertas de la serotonina y la dopamina. Por el contrario, el aislamiento social y físico eleva los niveles de soledad y ansiedad en los individuos. Unas de las funciones reconocidas del abrazo es la de reforzar los vínculos, permitiéndole a la persona sentirse parte de un colectivo. Si el sujeto no interactúa amistosamente con otros es muy probable que se produzca algo que los psicólogos llaman “hambre de piel”, y que fue un padecimiento muy visto en los consultorios por los días de las restricciones sanitarias de la covid-19, informa el artículo “¿Cuál es la importancia de los abrazos en pandemia?”, publicado por la Universidad CES.
El profesor universitario y psicólogo clínico Juan Carlos Posada Mejía recuerda el valor terapéutico del abrazo. Habla de las investigaciones que la ciencia ha hecho respecto a la importancia del contacto respetuoso con los niños. “Se descubrió que los bebés, que no son tocados ni acariciados ni abrazados tienen un problema de desarrollo mental”. Por tal motivo, recomienda establecer un ritual de abrazos constantes que nutra la energía y estreche los lazos familiares. “En la medida de lo posible hay que abrasarse mínimo tres veces al día. Un abrazo al levantarse, otro al mediodía y uno más para acostarse”.