A Jorge Vanegas siempre le ha gustado buscar en lo inexplorado: llevó el fútbol de salón y el fútbol femenino a Girardota. O bueno, lo consolidó.
Para él, que fue un jugador asiduo de la Selección Barbosa y que por la banda izquierda siempre encontró la pasión de la pelota, era inconcebible que en este municipio del Valle de Aburrá no se implementara dos deportes tan básicos.
“Hermano, a mí siempre me ha gustado traer e imponer cosas nuevas y Girardota no contaba con estas disciplinas, así que me le medí a este proceso, con las uñas”.
Nacido y criado en la vereda El Hatillo, de Barbosa, este licenciado en Educación Física llegó al Inder de los girardotanos por una buena participación deportiva en su pueblo.
Allí, hace siete años, cargó con la tarea de buscar niñas en los colegios y vincularlas al deporte, con una tabla en blanco por escribir y muchos sueños por cumplir. Al primer año, logró conformar un grupo de 40 deportistas y gestionó diversos tipos de elementos como guayos y balones.
“¿Qué hay y qué no hay?, con esa pregunta comencé mis andanzas y me fui guiando para iniciar este hermoso y sufrido proceso”, exclama.
Pero su proceso no solo se detiene en enseñar. A él le gusta aprender mirando videos, leyendo y escuchando charlas sobre el proceder del fútbol femenino.
Además, cuando no está con las chicas, recorre en su moto el área metropolitana, por cerca de 50 minutos, para dictar clases en La Colegiatura.
Lección aprendida
Esta edición que arrancó el sábado, ante Pantanito de Bogotá (cayó 0-1), es la segunda que vive en el Festival. El año pasado, reconoce, fue de aprendizaje y, producto de eso, perdió los tres juegos de la fase de grupos, con 15 goles en contra y ninguno anotado.
“En el último partido, ante el Limonar, le di la posibilidad de jugar a las que no habían tenido minutos y nos comimos once goles, eso fue algo que nos dejó malucos”.
Por eso, y corrigiendo todo lo que provocó esa actuación, metió mano y trae un grupo más consolidado. Sobre todo y como dato particular, porque trae 13 niñas que participaron el año pasado -eran el equipo más joven- y que han pulido sus destrezas.
“Yo veo a esas niñas jugando cada vez mejor, ellas le meten mucha actitud y eso les puede ayudar”, declara Luis Eduardo Marín, padre de Alejandra, quien es una de las líderes del equipo.
Por lo pronto, Jorge es consciente de que esto del fútbol femenino de calidad lleva un proceso, pero, mientras más asista a certámenes como el Pony, podrá seguir adquiriendo jerarquía.
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