Detrás de Alfredo Arias, el técnico que acaba de iniciar un nuevo proceso con el DIM y que tiene como misión implementar un modelo de juego que guste y ofrezca títulos a los aficionados, hay un hombre que se ganó la vida durante 22 años, después de retirarse del fútbol profesional, manejando un asadero de carne, al que con el tiempo le agregó una pizzería y un karaoke. Un tipo que a los 51 años decidió, inspirado por lo que veía del Barcelona de Guardiola, ser entrenador.
¿Cómo empezó su relación con el fútbol y en qué momento decidió que fuera su estilo de vida?
“Todo empezó cuando era muy chico. El primer regalo que me hicieron mis padres fue una pelota porque, aunque yo nací en Montevideo, desde que tenía un mes ellos se mudaron para Sangrilá, un balneario que queda a 15 minutos de la capital, al que la gente va mucho a veranear, pero en el que no viven casi personas. Entonces, como tenía pocos amigos, me dieron un balón y desde ahí, como todo niño en Uruguay, empecé a desear ser futbolista profesional. Es más, recuerdo que el primer dibujo que hice consciente fue un arco, el balón en la red y a mí con la camiseta número 9”.
¿Cómo fue su proceso para llegar y qué recuerdos tiene de esa etapa: fue lo que esperaba?
“Como dije, para mí era un sueño ser futbolista y lo conseguí con mucho esfuerzo y pasión. El camino fue como el de todos los niños en mi país: jugué el baby fútbol hasta los 11 años. Después fui a las formativas de Nacional, jugué un partido en Primera a los 18 años y me cedieron a Montevideo Wanders. Después tuve la suerte de hacer unos goles, ir a la Selección, jugar en Chile y México. Luego me lesioné la rodilla y tuve que retirarme”.
¿Cómo fue la transición a esa nueva vida?
“Complicada. Yo el fútbol nunca lo vi como un trabajo. Recién vine a saber que era un laburo cuando me retiré. Ahí conocí la realidad de la vida que tienen la mayoría de seres humanos. Se rompió la burbuja del fútbol y supe lo que era pagar la luz, el agua, el colegio de mi hija, saber que si no alcanza hay que pedir prestado y pagar intereses”.
¿El fútbol es una burbuja?
“Sí. Crecemos en una burbuja en la que a uno le dan todo y uno no conoce la obligación del trabajo”.
¿Y cómo enfrentó esa situación complicada?
“Puse un negocio de comida, un poco inspirado en mis padres que siempre tuvieron lo que aquí llaman tiendas y me dijeron que a Sangrilá siempre iba mucha gente a veranear. Ellos me impulsaron a montar lo que primero fue una parrilla (asadero de carne). Después le agregamos una pizzería y al final un karaoke. En ese momento volví al barrio que me vio crecer, ser futbolista profesional y después estar detrás de un mostrador atendiendo a la gente”.
¿Y Cómo se sentía en ese rol?
“Debo confesar que al principio me daba pena y lo hice porque tenía la necesidad económica y no tenía otro medio de vida; aunque había estudiado unos semestres de ciencias económicas en la universidad. Nada de eso me preparó para lo que vino de un día para otro: un divorcio, responder por mi hija por medio de algo que no sabía hacer porque en ese momento no sabía ni freír un huevo. Sin embargo, la gente me ayudó, creyó en mí, iba al negocio de Alfredito y eso me ayudó a crecer como persona, como padre. Así pasé 22 años de mi vida”.
¿Dejar el fútbol fue traumático?
“Sí. A mí me costó muchísimo. Cada día cuando me levantaba pensaba en lo que hacía poco tiempo atrás. No estaba preparado. De hecho, por eso siempre he dicho que la preparación para el retiro, aún si hiciste mucho dinero, debe empezar desde antes, que desde los 27 años los sindicatos de futbolistas ofrezcan cursos de oficios o profesiones para que se pueda seguir ligado al deporte, y si no, los deportistas tengan conocimiento en mecánica de autos, electricidad, cualquier cosa. Si yo hubiese tenido esa oportunidad habría sentido menos inseguridad y miedo. Pero bueno, tuve la fortuna de que el negocio funcionó”.
¿Qué tanto del Alfredo negociante queda hoy en su faceta como entrenador?
“Justo hace unos días hablaba con Pacho Nájera y le dije que si yo me hubiese vuelto técnico inmediatamente después de mi retiro, habría fracasado. No estaba preparado porque si en ese momento hubiese perdido dos o tres partidos me hubiera dado miedo que me despidieran. También le conté que yo notaba que esos 22 años me sirvieron para aprender a gestionar los egos de los jugadores, a saber tratar con los dirigentes, la prensa. Tener un negocio me enseñó a servirle a la gente para que volviera y también ahora sé que si no sigo en el fútbol puedo sobrevivir con otra cosa: volver a hacer pizza, poner un negocio, hacer un karaoke, porque aparte yo siempre dije que no quería ser entrenador”.
¿Entonces cómo llegó a usted la idea de ir a tocar la puerta de Montevideo Wanders en 2010?
“Eso fue una sorpresa para mi familia, pero es que yo en 2008 decidí hacer el curso de entrenador y volver al fútbol porque en esos años apareció el Barcelona de Guardiola. De hecho, lo empecé a ver en mi negocio porque en la medida en que creció puse televisores y en ese momento ese juego de posesión que veía me atrapó, me parecía que el deporte había evolucionado y era muy distinto al que yo jugué. Ya no se perdía tiempo, ni ganaba el más tramposo como cuando yo jugaba; se había vuelto a la esencial del deporte: tener el balón y hacer goles, y yo quería hacer parte de eso”.
Ya lleva 13 años de carrera como entrenador, ¿cuál ha sido el aprendizaje más grande?
“Creo que lo que pasó en Peñarol me aportó un granito más de enseñanzas porque a mí nunca me ha faltado trabajo desde que empecé a dirigir y mis equipos siempre han estado primeros. Pero igual siempre nos tocó ganar y perder. Y en este equipo se nos dieron los dos extremos. A un cuadro que había terminado séptimo el torneo anterior, lo sacamos campeón, ganamos los dos clásicos contra Nacional. Sin embargo, en medio tuvimos la Copa Sudamericana en la que nos goleaban y me di cuenta de que no basta con ganar. Ahí fue que yo le perdí el miedo a que se hablara de la palabra fracaso y entendí que se puede fracasar, pero que lo que no se puede es que eso se quede con vos, sino seguir”.
¿El fracaso es parte de la vida?
“Total, pero lo importante es no quedarse ahí. Después de lo de Peñarol, que para mí era un sueño cumplido, pude rechazar las ofertas que me llegaron para hacerle el duelo a lo que pasó, pero no fue así. Sin embargo, eso me hizo consciente de que fracasé varias veces en la vida. Hubo un momento en el que jugaba en el estadio Azteca, pero 6 meses después no tenía equipo, me lesioné la rodilla, me tuve que retirar, me divorcié y tuve que poner el negocio de comidas, y después volví al fútbol. Pero sí, fracasé en el fútbol porque no pude volver, en mi matrimonio, el primer día que puse una carne en el negocio y se me quemó, cuando tuve que decirle al proveedor que me había dejado el queso para la pizza que no tenía dinero porque no había ido gente, con Peñarol en la Sudamericana porque no pude ganar un partido y después, para hacerlo más doloroso, también fracasé con el DIM ante San Lorenzo. Pero sabés qué es lo importante: que ese fracaso no se quedó conmigo. Ahora le ganamos a Junior y lo seguiremos haciendo si Dios quiere”.
¿Le duelen las críticas?
“Sí, claro. Lo que pasa es que al ser humano actual lo afectan las críticas porque siempre quiere ser reconocido. Viste que la palabra lo dice todo: re-conocido”.
Usted es pasional en la raya, pero siempre se muestra sereno y autocrítico ante la prensa...
“Yo al borde de la cancha soy un desastre. Muchas veces veo cómo actué y me da mucha vergüenza, y afuera de la cancha trato de no ser así porque entiendo que hay diferencia entre lo que se vive dentro y fuera. Pero también porque desde que empecé a ser entrenador me prometí que nunca iba a olvidar que fui jugador, entonces siempre recuerdo que yo también me equivoqué y eso me baja del pedestal. Después llego a la rueda de prensa y contesto cosas de las que algunas veces me arrepiento porque tengo la cabeza al mil. Trato de cuidar eso porque sé que eso no es una virtud, sino un defecto”.
A usted se le nota que lee mucho, ¿Qué le gusta leer?
“Me gusta mucho leer, pero muy para mi pesar de un tiempo para acá no lo he podido hacer con tanta frecuencia, porque se ha incrementado la cantidad de partidos debido a que ahora se juega muy seguido porque por la televisión tenemos que competir cada día más para que el fútbol se sostenga. Eso pasa en todo el mundo. He leído los libros que hablan de Guardiola, de fútbol y cosas de filosofía”.
¿El fútbol es un deporte líquido, como usted ha dicho?
“Es un deporte cambiante porque existen mil posibilidades en el que un equipo puede planear algo, pero lo tiene que cambiar porque lo que hay al frente no le permite desarrollar esa idea. A mí se me ocurrió que es líquido porque es como me pasaba a mí cuando estaba en la playa y quería coger en las manos el agua y se me escurría rápido de los dedos. Ese fue el ejemplo que debí dar: el fútbol es un juego que muchas veces se te escapa de los dedos”.
¿Se siente conforme con la plantilla actual del equipo?
“Yo soy un eterno inconformista, pero creo que a través del tiempo y entrenando como se debe este equipo sí puede llegar a lo que quiero”.
¿Qué quiere con el DIM?
“Que gane y juegue de buena manera. También, empezar a entrenarnos como un equipo campeón, para que el día que lleguemos a serlo, ya sepamos cómo vivirlo”.