Si algo enseñó la etapa de hoy en el Giro de Italia es que, en la vida, cada quien debe construirse sus propios monumentos. Así lo entendió Richard Carapaz, el de Carchi, Ecuador, cuando se quedó solo en el grupo de los favoritos, abandonado por sus gregarios en medio de la batalla por el liderato de la corsa rosa. No es tan poderoso el Ineos como podría pensarse, y tampoco el UAE, cuando no está Pogacar, pues tampoco tuvo compañía Joao Almeida.
Los que sí demostraron estar fuertes como grupo fueron los del Bora. Cuando la etapa se puso dura, en la primera subida a la Basílica de Superga, los alemanes armaron un tren con Buchmann, Kelderman y Hindley al que nadie pudo retar. Tiraron y tensaron la cuerda una y otra vez, hasta que varios corredores comenzaron a caerse del pelotón VIP, entre ellos Alejandro Valverde, quien no pudo volver a rueda tras cambiar su bicicleta.
También se quedaron los colombianos, derretidos en esas carreteras piamontesas, con un calor que superaba los 35 grados centígrados por momentos. Era imposible no tomar agua, o lo que fuera, y desabrocharse la camisa e incluso tirar las gafas. Todo estorbaba en ese horno asfaltado y rodeado de iglesias y castillos que recuerdan a la familia Saboya, problemática dinastía que llegó a reinar en Italia y España, que enfrentó duras guerras contra Luis XIV de Francia y que terminó con sus últimos descendientes en la cárcel de Potenza, por narcotráfico, corrupción y prostitución.
Al igual que Victor Manuel de Saboya y su hijo Manuel Filiberto, las fugas del día fueron rápidamente controladas y sus líderes puestos tras las rejas del pelotón. Tres colombianos habían intentado marcharse en esas escaramuzas: Diego Camargo, Iván Sosa y Harold Tejada. Ninguno de ellos llegó a buen puerto en esas animadas aventuras, de 10 y hasta 15 corredores.
La batalla estaba reservada para los capitanes, no para los gregarios, y Superga fue el escenario de los primeros flameos. Con el Bora atizando el fuego, en punta sólo quedaron los gigantes. Nibali, Yates, Carapaz, Almeida, Hindley, Buchmann, Kelderman, Hirt, Pozzovivo, Martin y el tembloroso líder Juan Pedro López, para quien la maglia rosa hoy fue plomo sobre su espalda, y terminó retorciéndose del calor y el dolor en sus piernas.
El andaluz, nervioso ante la inminencia de perder el primer puesto de la general, hasta tiró todos sus bidones sobre la carretera, como quien tira tachuelas para que sus perseguidores pinchen las ruedas. Quizás esa no era la intención del joven español del Trek, pero se ganó el abucheo y los gritos de sus rivales.
Tras la discusión, y faltando 27 kilómetros para la meta, saltó Carapaz, el campeón del Giro en 2019 y de los recientes Juegos Olímpicos. Atacó de lejos, como los valientes, y dejó sentados a los demás favoritos, todos ellos confiados en las señales de sus potenciómetros. Y Carapaz pedaleó y pedaleó al igual que el héroe Garibaldi en los lejanos tiempos del siglo XVII, cuando se unió a las fuerzas libertarias de Italia.
Carapaz, que también es héroe en Ecuador, sabía que debía subir esa cuesta de lava hirviente a como diera lugar, no para ganar la etapa en Turín, sino para arrancarle la “rosa” a López, y distanciar a Almeida, el gran favorito para cierre del Giro en Verona, el próximo domingo.
Tomó 20, 30 y hasta 40 segundos, y sí, López se fundió, murió sobre su bicicleta. También flaqueó el portugués del UAE, sin ningún gregario que le diera sombra en esa tormenta de fuego solar.
El calor los tenía machados a todos, incluyendo a Carapaz, quien no pudo seguir aumentando la diferencia, y fue cazado antes de finalizar la cuesta, por Hindley y Nibali. El Tiburón de Messina puso a gritar al público en la carretera. Ondearon las banderas y los italianos, sin Mundial como Colombia, se sintieron revitalizados por los pedalazos del “viejo” siciliano, uno de los pocos campeones de las Tres Grandes que todavía asoman por las carreteras.
Al trío de punta se unió Simon Yates, en el descenso. El británico es, sin duda alguna, el mayor amante bandido del Giro. Siempre ha querido tener entre sus brazos el Senza Fine, y vaya que ha luchado por tenerlo, pero el trofeo del Amor Infinito se le resiste, como esquiva Dulcinea.
Los cuatro gigantes avanzaron por las carreteras del Piamonte en busca de Turín y la Molle Antonelliana. La tierra de Pavese los vio llegar por sus faldas, y les abrió las puertas a la plaza Castello, y a la Plaza San Carlos. Y ellos ingresaron como guerreros del alba, de uno en uno, y con el sudor como única medalla.
Yates se les adelantó a 5 kilómetros del final, vestido de nube, y tras él pasaron Hindley, Carapaz y, finalmente, el incombustible Níbali. Tres títulos y más de 15 triunfos de etapa en los hombros de cuatro hombres, cuatro gladiadores.
Más tarde llegó Pozzovivo, y detrás, por fin, Almeida, quien redujo los daños al máximo. Ahora, el líder del Giro es Richard Carapaz, y su escolta en la general Jai Hindley, el circunspecto australiano que ganó en Blockhaus. Almeida es tercero, a 30 segundos.
El mejor colombiano es Santiago Buitrago, que hoy se subió al puesto 21 de la general, a más de 22 minutos.
Mañana, la etapa 15, entre Rivarolo Canavese y Cogne. Con 177 kilómetros y tres premios de montaña que quitarán el aliento, a lo largo del gran paraíso de Aosta.
