Ganar la Vuelta fue lo más grande que me pudo ocurrir como ciclista... ¡y saber que ese año no quería correr esa carrera!
No lo oculto, tenía pereza de correrla, porque había sufrido mucho durante la temporada y se ampliaría en España por el clima tan frío que se vivía en ese momento. La prueba se disputaba en una época del año muy diferente a la de hoy, entonces caía nieve, llovía bastante, era muy peligrosa, y yo quería evitar eso.
Pero los entrenadores del equipo Café de Colombia me convencieron para que participara. Me dijeron que tomara las cosas con calma y como plan de entrenamiento para el Tour de Francia, por lo que, al final, me decidí.
Recuerdo que desde la primera etapa empecé a rodar muy suave, al ritmo, sin ningún compromiso y problema.
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Claro está que aunque no sentía presión, porque la responsabilidad del equipo la tenía Martín Ramírez, siempre iba en el grupo delantero.
Al pasar los días sentía que andaba bien, y pese a que caía lluvia y el frío era fuerte por la nieve, logré pasar todas esas adversidades. No me dio gripe, no recuerdo haberme caído.
Ya habían pasado diez días, y antes de la siguiente, entre Santander y Lagos de Covadonga, mirando la altimetría y toda esa vaina, me di cuenta que podía ganar.
Y lo recuerdo bien. Estaba en la cama descansando y me puse a estudiar la etapa en las revistas y libros que tenía. No se lo dije a nadie, pero sentía que podía ganar. Es que era una fracción dura, pero que me favorecía bastante por su recorrido y final.
Ese día me sentí muy bien, sabía que en la última subida era donde tenía que atacar duro a falta de unos diez o 12 kilómetros. Vi que nadie me seguía y me di cuenta que podía quedar de líder y aceleré más para sacar la ventaja que más pudiera. Y lo logré.
Con el liderato tomé las cosas de manera tranquila. Estuve siete días con la camiseta de líder, pero la contrarreloj de 24 kilómetros (etapa 18 en Valladolid) tuve una jornada realmente mala, llovió mucho, el frío me golpeó fuerte y perdí el liderato.
No me desesperé, porque en la jornada que seguía, muy difícil, de plena montaña, tuve la oportunidad de atacar de nuevo y retomar la camisa de líder hasta el final.
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Tener esa camisa por 11 días fue grandioso para mí, para el ciclismo y para todos los que estaban a mi lado. Fue un momento agradable.
Cuando llevaba puesta la camisa roja me sentía muy contento de ese privilegio en una Vuelta tan importante. En ese tiempo vivía con mis padres Esther y Rafael, quienes estaban orgullosos y optimistas. Hablaba con ellos cada dos días. Mi papá me decía que tuviera fuerzas, mi madre me deseaba suerte y, sobre todo, que tuviera mucho cuidado.
No olvido que cuando escuché el Himno de Colombia en el podio la emoción fue grande. Había alegría al poder conquistar una carrera tan importante en Europa y de ser el primer colombiano en hacerlo. Fue la satisfacción al esfuerzo y sacrificio que siempre había hecho en el ciclismo. Ya no sentía en ese momento la pereza del comienzo.
Creo que me sirvió mucho lo que me dijeron que no iba a ganar sino a prepararme. Los compañeros me apoyaron y respaldaron en todos los momentos. En cada percance y dificultad estuvieron a mi servicio.
Sufrí bastante, algo que es normal es una carrera de tres semanas, en la que hay mucho desgaste. Pero lo más importante fue sobreponerse a todos los obstáculos. La clave para lograrlo fue la confianza en mí mismo.
Ahora siento una gran satisfacción por todo lo que logré en el ciclismo y saber que aún me recuerdan. Eso es todo para mí.
En 1987 tenía 27 años. Ganar otra Vuelta era muy difícil. Ya era la referencia, y tenía la presión. Ya todo cambia. Sé que hay ciclistas en el país con ganas de conseguir triunfos en la Vuelta a España, y yo les digo que sí es posible, lo importante es tener un apoyo moral y confianza en sí mismos.