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Yery Michelle nació en Quibdó y en Medellín encontró el camino para cumplir sus sueños en el voleibol

Con solo 17 años, es una de las mejores jugadoras de voleibol en Medellín. Su gran talento y el amor de su familia la mantienen firme en su anhelo.

  • Yery compite con el Club Thunder de Medellín en la primera edición de la Volleyball Conference League. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
    Yery compite con el Club Thunder de Medellín en la primera edición de la Volleyball Conference League. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
hace 3 horas
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Desde la tribuna cualquiera diría que su talento nació natural, como si la red y el balón fueran extensiones de sus manos. Pero detrás de cada salto y de cada bloqueo late una historia de valentía, sacrificio y amor familiar. Yery no solo juega voleibol: lo habita, lo transforma y lo ofrece como un regalo para su mamá, su hermana, su padrastro y su abuelo, los pilares invisibles que sostienen cada uno de sus triunfos.

Quibdó la vio nacer y Medellín la está viendo crecer, pero el voleibol la proyecta hacia donde sus sueños se atreven a llegar. En la cancha se le nota: es pura determinación, la certeza de que cada punto es también una deuda de gratitud.

El corazón de Yery tiene nombre: Kelly Bahena Valencia, su madre. Aunque hoy la distancia las separa, Yery juega como si cada remate fuera un abrazo que recorre kilómetros. La recuerda en cada madrugada, en cada llamada de aliento, en cada sacrificio que su mamá hizo y hace por ella. Todo lo que hace se lo dedica a ella y a su hermana Kyan, de ocho años, porque su motor es doble: la madre que le enseñó a ser fuerte y la niña a quien quiere regalarle un futuro luminoso.

Al lado de su madre apareció Ángel Ortencio Palacios, el padrastro que nunca necesitó apellidos compartidos para ser verdadero papá. Es quien la espera en las noches con la comida lista, quien vela por su alimentación, quien está aunque los horarios los separen. Ella lo dice sin titubeos: lo ama como si fuera de sangre.

En Quibdó quedó su primer amor incondicional, Aldemar Valencia Murillo, el abuelo periodista que todavía la llama para regañarla cuando olvida marcarle y que le bromea diciéndole que juega muy mal cuando pierde. Pero en sus palabras se cuela siempre el orgullo, el mismo con el que la cargó de bebé y la acompañó hasta los nueve años. Yery lo sabe: su abuelo es raíz, es memoria, es brújula.

El voleibol llegó casi por accidente. Primero fue el fútbol, su primera pasión, pero el miedo la alejó. Después, un campamento del Inder Medellín la puso frente a una red. Al principio dudó, incluso pensó en dejarlo. Pero aparecieron entrenadores que vieron más allá. Primero Hugo Villa, con quien aprendió a enamorarse del juego; luego José Andrés Mosquera, el hombre que la exigió hasta hacerle creer en su propio potencial. Él la sacó del miedo y le mostró que podía soñar con una liga europea.

Con el Club Thunder, Yery encontró no solo un equipo, sino una familia. Allí ha forjado su carácter, ha vivido torneos internacionales y ha sentido el peso de ponerse la camiseta de Antioquia, con la que ya celebró títulos y finales inolvidables. El 2024 fue su año dorado: selección Antioquia juvenil, campeona en una categoría y subcampeona en otra, además de la experiencia internacional en Chile. Su sorpresa más grande fue el llamado a la selección Antioquia mayores, un acontecimiento que aún le saca lágrimas de felicidad y le hace erizar la piel.

La gente suele ver solo la gloria en las canchas, pero pocos saben de las caminatas de media hora hasta el metro, los transbordos hasta El Poblado y las subidas agotadoras a pie para llegar a entrenar. Pocos imaginan que muchas noches regresa a casa casi a medianoche para dormir apenas unas horas antes de volver al colegio, o que le toca llegar caminando a casa para ahorrarse los pasajes, ignorando el agotamiento. Pero Yery sube con los sueños en la mente, siempre con una sonrisa, con una palabra bonita y la fe intacta de que todo valdrá la pena.

Durante los partidos, ella es la que arma las barras, alienta en las gradas a las pequeñas, ofrece una sonrisa y mantiene la alegría del ambiente. Yery simplemente es luz en cualquier lugar al que llega.

Vive entre cuadernos y balones, entre alfabetizar niños en las tardes para ganarse unos pesos y las horas infinitas de entrenamiento. Todo, siempre, con un solo propósito: que a su mamá nunca le falte nada.

Sueña con estudiar psicología jurídica, aunque también la tienta la fisioterapia deportiva. Pero más allá de las aulas, su mayor deseo está claro: vestir la camiseta de la selección Colombia y algún día jugar en Europa, tal vez en Italia, donde el voleibol es pasión. Ella quiere ser un punto de apoyo y de superación para sus compañeras.

En cada salto, Yery carga con su familia entera: con la fuerza de Kelly, el respaldo de Ángel, la ternura de Kyan, la sabiduría de Aldemar y la fe de entrenadores como José Andrés Mosquera, William Machado y su tío Gustavo Medina. Y si el voleibol es un escenario de sueños, ella ya está en la obra principal. Porque Yery Michelle Acosta Valencia no solo juega: inspira.

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