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Querer verlo todo: Víctor Gaviria habla de los inicios de su arte

Esta entrevista es una versión de la charla que el cineasta antioqueño, autor de películas memorables, tuvo con el periodista Jorge Caraballo en el podcast afueradentro.

  • Reconocido por sus cuatro larometrajes, Víctor Gaviria es uno de los artistas antioqueños de mayor proyección internacional. Foto: EL COLOMBIANO.
    Reconocido por sus cuatro larometrajes, Víctor Gaviria es uno de los artistas antioqueños de mayor proyección internacional. Foto: EL COLOMBIANO.
22 de junio de 2025
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Por: Jorge Caraballo

Víctor Gaviria es poeta, director de cine y este episodio es muy significativo para mí, porque cuando yo empecé a planear afueradentro, en 2021-2022, cuando eso era solo una idea, una posibilidad, algo que quizá podría ser un podcast con personas creativas en Latinoamérica, comencé a hacer una lista con esas personas a las que me gustaría invitar. Los invitados soñados, y la primera persona que puse en esa lista, la primerita, apenas abrí el documento y ahí está: es Víctor Gaviria.

Yo conocí a Víctor, como la mayoría de las personas, por sus películas: La vendedora de rosas, Rodrigo D., La mujer del animal, Sumas y restas. Pero hace unos meses, en 2024, la editorial Planeta publicó un libro con su poesía reunida. Yo sabía que Víctor, además de hacer películas, era poeta. Me había encontrado con algunos de sus poemas en revistas o en blogs, y me gustaban. Me parecían buenos, pero nunca había explorado esa obra con detenimiento. Para mí él era un director de cine.

Y cuando leí ese libro —se llama Órbita de cosas olvidadas— que reúne poemas entre 1978 y 2024, tuve una revelación. Es como si de repente, en ese universo de poetas amados, de poetas admirados, queridos, llegara este ser inesperado a hablar de algo que a mí me resulta muy íntimo, porque soy de Medellín, como él. Soy del occidente de Medellín, de barrios del occidente de Medellín, y aunque somos de generaciones muy distintas, es una persona que ha mirado esta ciudad y ha vivido esta ciudad como muy pocas.

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En tus primeros libros uno siente una mirada de alguien muy cómodo en su territorio, y su territorio es el occidente de Medellín, su territorio San Jerónimo, su territorio son esas mangas donde se encontraba con las amigas. La poesía tuya es eso: es la mirada de alguien que está habitando un espacio muy cotidiano, muy ordinario, muy simple, tratando de entender qué es lo que hay ahí...

“Qué bueno que digas eso, porque en ese primer poeta todavía no había hablado con esos otros barrios que conviven con uno. Claro, esas realidades estaba obviamente cruzándose con uno en los autobuses, en las esquinas. Porque ese mundo, aunque uno no haya ido a los barrios en esa época, ya estaba en todas partes y uno lo sentía de alguna manera, lo intuía. Gravitaba sobre uno, como una tarea por hacer, como una responsabilidad, como algo por descubrir. Estoy hablando del poeta de clase media, que está en estos barrios de Florida Nueva, de San Joaquín, y todo eso, pero siempre con la idea de que después fue otro momento. Había una expectativa muy importante para mí. Yo hacía parte de una revista, hablaba con Darío Ruiz Gómez. Creo que Darío fue a mi cumpleaños 22”.

Comenzaste a compartir con poetas desde muy pequeño...

“Entré a la universidad en el 73. Estudié un primer semestre de matemáticas puras por la influencia de Jorge Alberto Naranjo, que había sido profesor mío en el colegio Calasanz. Él era profesor de física en la Nacional, entonces yo voy a estudiar matemáticas. Luego de una huelgas tremendas, me fui a estudiar psicología, la otra opción que Jorge Alberto me dio a mí”

Parecen mundos muy distantes...

“En quinto de bachillerato tuve la fortuna de entrar a unos grupos de estudio que fueron fundados por Estanislao Zuleta. Él fundó unos grupos de estudio en la ciudad, y cada grupo de estudio tenía una persona que lo lideraba, que era como una especie de discípulo de Estanislao Zuleta. Eran muchos grupos, podrían ser 30, 40, 50 grupos de estudio, cada uno de 10, de 15 personas, que eran liderados por una persona. Eran grupos preparados para cambiar el país. Queríamos una revolución por el pensamiento mismo. La tarea de esos grupos fue estudiar los cuatro primeros capítulos del Capital, de Karl Marx, estudiar a Freud, La interpretación de los sueños, y estudiar a Nietzsche, La genealogía de la moral. Y leer algunos libros de Thomas Mann, La montaña mágica.

Del grupo en el que yo estaba todas se volvieron unas personas activas intelectualmente. Fueron profesores, profesoras, psicoanalistas, escritores, poetas. No hubo alguien que no saliera es esa línea. Y nos reuníamos en las casas de los miembros del grupo”.

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¿Qué es lo que los hacían tan importantes o tan definitivos para quienes estaban ahí?

“Eran unas tareas muy concretas y con unos elementos muy importantes. Trabajamos a los tres grandes pensadores que habían cambiado el siglo XX, mostrando que hay un determinismo. Con Freud supimos de la determinación por el inconsciente. Con Marx de las determinaciones por los procesos económicos. Y Nietzsche hizo todo ese análisis de la moral. Yo nunca fui muy estudioso...”

“Ahora, la lectura de esos primeros capítulos de El Capital eran fundamentales, porque te dan como elementos para analizar la sociedad y la vida desde un punto de vista general. Sí leí La montaña mágica y este libro lo cambia a uno. Es una novela de dos tomos enormes, con una prosa extraordinaria”.

Esos grupos de estudios eran jóvenes y también adultos...

“Era una mezcla de gente. Había unos profesores de la universidad que ya tenían pues un recorrido. El psicoanálisis estaba en la mitad. Ya estaba con Lacan. En esos grupos de estudio estuvieron Joel Otero, Julián Aguilar. A ellos me los encontré en un programa muy ambicioso intelectualmente en la Universidad de Antioquia. Se llamaba Sección de Investigaciones Psicológicas. Esa sección es lo que después se convirtió, digamos, creo en la Facultad de Psicología, pero totalmente psicoanalista. Joel se había dado a conocer porque había escrito unos análisis psicoanalíticos sobre un cuento de Poe, analizando el alcoholismo y demás. Ahí estaba el profesor Francisco Lopera”.

¿Cómo descubriste la poesía?

“Yo empiezo a escribir poesía en sexto bachillerato, porque mi hermano empezó a escribir poesía bajo el influjo de Juan Diego Mejía y sobre todo de Esteban Carlos Mejía. También tenía unos compañeros de bachillerato que leímos a Vargas Llosa, leímos Cien años de soledad. A Cortazar lo leí en la universidad. Estuvimos influenciados de Freire, de La pedagogía del oprimido, que también era muy fascinante y conectaban rápidamente con uno. Nosotros hicimos una revolución en el colegio. Nos echaron del San Ignacio”.

¿Y por qué?

“Influenciados por las ideas de Paulo Freire hicimos unos textos en el colegio donde pedimos el cambio de educación. Y cuando íbamos a empezar sexto de bachillerato, los del colegio nos dijeron que teníamos que retractarnos. No lo hicimos. Nos echaron a tres: a Alberto Quiroga, a Luis Gabriel Bernal, que después fue una de las personas que secuestró a Marta Nieves Ochoa, y a mí”.

¿Y qué pasó?

“En Calasanz me encuentro con el hermano de Jorge Alberto Naranjo. Él fue muy importante para nosotros. Jorge Alberto es un deleziano, que mientras aquí se hablaba de Lacan, él tuvo las banderas de El anti-Edipo, de Félix Guattari y Gilles Deleuze. Siendo un profesor de la Nacional lideró una resistencia contra el psicoanálisis”.

¿Te graduaste de psicología?

“Estudié como 5 o 6 semestres. Me sirvieron mucho toda la psicolingüística, la sociolingüística, me sirvieron cantidades. Hice estudios de la imagen poética. Ahí ya escribía poesía. Es más, con los amigos del Calasanz y con mi hermano fundamos el taller literario Nicanor Parra, nos reuníamos en la casa de Juan Felipe Jaramillo. En esas sesiones terminábamos ebrios.

Ese taller tenía la característica que no tenía un líder, un profesor... éramos nosotros mismos quienes hablábamos. Mi hermano Juan, que sabía mucho, hablaba, pero no había un profesor, no había una autoridad. Era bueno eso porque era de mucha libertad”.

En los poemas de La luna y la ducha fría ya está la mirada, la cámara del cine...

“Sí, en ese libro ya está la cámara, porque una hermana me la regaló. Mi papá hacía pues películas en 8 mm. Hacía grabaciones de la familia, de nuestros hermanos, del abuelo.

El cine también entró. Hago mi primer corto en el 79, Buscando tréboles. Y obviamente seguramente han influido mucho en mí haber ido a los cineclubes. Siempre fui una persona de cineblubes”.

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