Cuentan que Alejandro Dumas, autor de Los tres mosqueteros, le preguntó a su hijo: “¿Ya leíste mi última novela?”. Este le contestó: “Sí. ¿Y tú también la leíste?”.
No sabemos si esta anécdota es cierta y, aunque parezca un chiste, ilustra como pocas la idea de una figura del mundo editorial: El “negro literario” o escritor fantasma.
De este modo se les ha dicho a escritores profesionales que se encargan de componer una obra y, sin embargo, sus nombres no aparecen en las carátulas de los libros. O, en el mejor de los casos, emerge como colaborador.
Negro debe ser por la expresión racista, basada en la idea de que estos fueron sometidos a esclavitud. Escritor fantasma viene del inglés ghostwriter y se debe a que se trata de un escritor invisible.
Dicen que Dumas padre, escritor de novelas del folletín francés, es decir, esas creaciones que se publicaban por entregas y los lectores esperaban con el mismo fervor que hace unos pocos años los televidentes aguardaban los episodios de las telenovelas o, ahora, las temporadas de las series de televisión, llegó a tener 63 escritores fantasma en sus filas. El más reconocido, sin duda, Auguste Maquet.
Al parecer, “Dumas dictaba tres o cuatro novelas a distintos escritores y a cada uno le indicaba la manera cómo debía desarrollarla”, señala Darío Ruiz Gómez.
“Dumas —complementa Memo Ánjel— dejaba la parte cruda de la narración a esos hombres invisibles y lo que él hacía era poner esos diálogos magistrales y, en general, su magia”.
No es extraño que Dumas, en el siglo XIX, hubiera explotado esta figura. Total, la cultura, como todo, se industrializó en ese tiempo. La industria editorial también floreció.
Esta figura en la creación literaria no tiene nada de raro, dice Memo Ánjel. La compara con la de los talleres de escultura y pintura. No es un solo artista quien crea una obra, sino un grupo de trabajo. Así ocurre desde los artistas del Renacimiento: Miguel Ángel Buonarroti contaba con la participación de varios colegas, unos fondeaban, otros pintaban ciertos detalles y él “se encargaba de encontrar esa luz difícil, para decirlo en palabras de Tomás González”.