Todo arte tiene un Homero. En el caso de la trova paisa dicha distinción la comparten Antonio José Ñito Restrepo –jurisconsulto, orador, economista– y Manuel Salvador Ruiz, Salvo –trovador, músico, coplero–. Esos son los nombres escogidos por la tradición para otorgarles la paternidad de ese arte repentista que mezcla la guitarra con la picardía y el ingenio. Ambos fueron personajes de finales del siglo XIX y mediados del XX.
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Entre las anécdotas más difundidas sobre Salvo Ruiz figura un contrapunteo con Ñito Restrepo. Según la tradición oral, en una fonda, Restrepo le planteó: “Oiga, Salvo Ruiz, que le voy a preguntar: ¿cómo pariendo María entonces ella pudo quedar?”. A lo que Ruiz habría respondido: “Escúcheme, doctor Restrepo, que le voy a responder: tiene una piedra al agua, esta se abre y se vuelve a cerrar. Así María parió y pudo quedar”.
En cuanto a los orígenes de la trova en Antioquia, expertos explican que llegó con los campesinos. Recuerdan que la región fue históricamente aislada, sin influencia directa de poblaciones esclavizadas, lo que favoreció que los antioqueños trabajaran sus tierras por sí mismos y crearan expresiones propias. La palabra “trova” proviene de la lengua de oc (lengua romance de Europa) y significa inventar, crear o repentizar.
Esa particularidad geográfica explica por qué en 1975 la trova era una destreza cultivada en algunos municipios de Antioquia, no en todos. El año mencionado no es un capricho: precisamente durante este, Augusto Vásquez organizó el Primer Festival de Trova en Medellín. Él mismo recuerda que en ese entonces en la capital de Antioquia había solo un trovador, que por su condición de único era invencible. “Claro, él se atacaba y él se respondía”, recuerda con risas Vásquez.
El contacto personal de Vásquez con la trova se produjo en 1968, en una reunión con políticos antioqueños. Luego, en el estadero Las Margaritas, de Medellín, escuchó improvisar a un hombre conocido con el seudónimo de Garrote. Posteriormente, en La Pintada, conoció a Pastor y Aurora, también trovadores. Estos encuentros le dieron la idea de organizar un evento que reuniera a diferentes intérpretes de la trova.
El primer Festival de la Trova se realizó en 1975 en el Parque Norte. Vásquez lo organizó junto con Miguel Zapata, del Radio Periódico Clarín. Anunciaron la convocatoria mediante un aviso, al que respondieron 32 personas interesadas. No había equipos de sonido ni reglamentos establecidos, y la improvisación caracterizó la jornada. El ganador fue un campesino de Montebello.
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El impacto fue inmediato. EL COLOMBIANO le dedicó una página entera al evento, hecho que impulsó la participación en la segunda edición. Esa vez, comenzaron a inscribirse estudiantes universitarios, entre ellos Jorge Mario Correa, médico que resultó ganador. Vásquez organizó cinco festivales en total, pero hacia la quinta edición enfrentó dificultades por la interferencia de grupos ilegales. Ante esta situación, decidió retirarse y trasladarse a Bogotá.
A medio siglo de aquel primer encuentro, Vásquez insiste en la importancia de rescatar y preservar la trova en calidad de manifestación cultural y expresión de identidad antioqueña. También recuerda que el festival surgió sin apoyo institucional y se sostuvo gracias al entusiasmo de quienes veían en la improvisación un medio para expresar ingenio y agudeza verbal. “Todo este trabajo me ayudó para rescatar un género literario”, recuerda Vásquez.
Hoy la trova continúa presente en eventos regionales y en festivales que han heredado parte del espíritu de aquel primer certamen. Sin embargo, Vásquez advierte que la tradición ha experimentado transformaciones notables en su forma y contenido, por lo que considera fundamental mantener viva la memoria de sus orígenes y de figuras del tipo de Salvo Ruiz y Ñito Restrepo.
De esas transformaciones ha sido testigo y protagonista César Augusto Betancur. Conocido en el mundo artístico con el seudónimo de Pucheros, él ha recorrido un camino que lo llevó de improvisar versos en escenarios de festivales a escribir guiones para la radio, el teatro y la televisión. Su historia está marcada por la trova, género que descubrió en la adolescencia y que, según reconoce, fue el punto de partida para desarrollar su creatividad.
El vínculo con la trova surgió mientras estudiaba bachillerato en el colegio Gilberto Alzate Avendaño, en Aranjuez. Su padre, Leonel Betancur, profesor aficionado a este arte, lo acercó a sus primeras experiencias. “Mi papá toda la vida fue muy aficionado a la trova. Iba a los festivales, escuchaba las transmisiones por radio y mis hermanos y yo escuchábamos eso”, recuerda. La afición se volvió más cercana cuando su padre llevó al colegio a los trovadores Jorge Carrasquilla y Miguel Ángel Zuluaga.
Tenía entonces 13 años. Aquella presentación le abrió la puerta a un nuevo lenguaje. Descubrió que podía comunicarse a través de los versos, improvisar y escribir con naturalidad. “Con la trova fui descubriendo que tenía cierta habilidad para argumentar, para crear”, explica.
A los 14 años ya participaba en encuentros, y dos años después era socio de la Asociación Colombiana de Trovadores (Astrocol). Su nombre comenzó a figurar en festivales regionales y acumuló victorias. En 1984, con apenas 18 años, debutó en el Festival Nacional de la Trova y lo ganó. Ese triunfo lo hizo conocido y le abrió la puerta a la radio.