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Fabio Rubiano, al frente del Festival Internacional de Artes Vivas de Bogotá

El reconocido dramaturgo es el director del Festival Internacional de Artes Vivas que comienza este viernes 4 de octubre en la capital y que traerá a cerca de 400 artistas del mundo. Un plan que irá hasta el 14 de octubre que vale la pena visitar.

  • Mucho trabajo tiene por estos días Fabio Rubiano a la cabeza del FIAV Bogotá, el festival que recoge la bandera del Iberoamericano de Teatro. FOTO cortesía fiav / juan pablo murillo m.
    Mucho trabajo tiene por estos días Fabio Rubiano a la cabeza del FIAV Bogotá, el festival que recoge la bandera del Iberoamericano de Teatro. FOTO cortesía fiav / juan pablo murillo m.
03 de octubre de 2024
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Por Diego León Giraldo
(FIAV Bogotá)
*Colaboración especial

Por estos días Fabio Rubiano tiene pocas horas de sueño. No solo por la maratónica tarea de armar un gigantesco encuentro artístico en pocos meses al lado de un equipo igualmente acucioso, sino porque además su grupo, Teatro Petra, sigue con las giras internacionales programadas previamente y como si fuera poco escribió y dirigió dos obras que se verán durante el Festival Internacional de Artes Vivas, FIAV Bogotá.

El suyo siempre ha sido un teatro comprometido, incluso desde aquellas primeras obras como la que en 1994 le otorgó una Mención Especial del Premio para la Promoción de las Artes de la Unesco, por Amores simultáneos: “Fue en el Iberoamericano. El premio se lo ganó un grupo australiano que trajo a Bogotá una obra sobre las hermanas”. Luego vinieron becas, premios, residencias, publicaciones. Todo eso le permitió consolidar un lenguaje que tiene sus fanáticos que abarrotan todas sus obras y llenan las butacas de la Santa Sede, como llaman al teatro en el bogotano barrio Teusaquillo.

Las dos piezas que ofrecerá en FIAV Bogotá son Perderse (una visita a La vorágine), donde hace una relectura de la centenaria obra de José Eustasio Rivera, que se verá en el Teatro Petra, del 4 al 8 de octubre, y Mantener el juicio (una obra con la JEP), también en Petra pero del 11 al 14 de octubre, sobre tres casos ficcionalizados a partir de una serie de relatos, entrevistas e investigaciones sobre las confesiones que hacen ciertos responsables ante la Jurisdicción Especial para la Paz.

Su trayectoria y recuerdos

Sueño en ser almirante de navío,

para partir el lomo de los mares

al sol ardiente y a la luna fría.

Así como en el poema de Rafael Alberti, Marinero en tierra, sobre la cama de don Eustaquio y doña Sara María, un Fabio de seis años realizó los primeros viajes que lo sacaban volando como un Peter Pan por las ventanas de su casa en el barrio Restrepo, de Bogotá. Las olas feroces retrocedían y se aquietaban los mares de esos cuentos infantiles que leía y veía en televisión. Vencía cíclopes y piratas para extasiarse con los paisajes de nuevos mundos.

“Fui poco de la calle, siempre un niño ‘Interior-Día’”. El registro dice que nació en Fusagasugá, exactamente en la vereda Tierra Negra; pero eso son solo leguleyadas, pues a los ocho meses lo sacaron del pueblo. Fabio Rubiano es bogotano y se le nota en las maneras, en la dicción de sus palabras, en el usted y las distancias respetuosas.

En una casa de ocho y por ser de los chiquitos, su defensa ante el natural matoneo que hay entre hermanos era recalcar que solo él podía estar seguro de ser hijo verdadero, pues nació en casa y ayudado por partera.

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“Nosotros hemos puesto nuestros pechos para alimentar a nuestros hijos”. Tenía siete y escuchar la palabra pechos tan descaradamente dicha en el patio de la Escuela Anexa La Normal María Montesori le dejó la boca abierta y los ojos desorbitados. Toma tu lanza Sintana, una obra sobre las comunidades indígenas, que más grande sabría que fue escrita por Luis Alberto Restrepo y codirigida por Jorge Alí Triana en el TPB (Teatro Popular de Bogotá), fue lo primero de teatro que vio. “Me impresionaban mucho la voz y las palabras porque utilizaban un lenguaje súper abierto. Las mujeres decían cosas muy fuertes”.

Luego, sin siquiera tener consciencia, se comenzó a meter de actor en un par de obras que organizaban “los duros del teatro en el colegio”. Lo primero: fue un Jesucristo sonidista, cuenta y suelta su característica carcajada de golpes secos y potentes. “En la A la diestra de Dios Padre (del maestro Enrique Buenaventura). Era en el patio central, había solo un micrófono y yo era el encargado como Jesucristo de pasarlo de mano en mano para que cada uno dijera sus parlamentos”. La segunda, ya siendo uno de los chachos de las tablas, fue Golpe de suerte, del Teatro La Candelaria.

Cuando en la película a ‘Billy Elliot’ le preguntan al niño qué siente al bailar, él dice que desaparece, vuela, siente energía. ¿Usted qué siente al hacer teatro?

“Para mí es el momento más emocionante, no tanto por una relación individual sino colectiva; de ver un público que está ahí. Por eso me gusta tanto hacer comedia; porque hay una reacción inmediata. Uno ve al público riendo, comentando. En el monólogo de Marcela (Valencia), Yo no estoy loca, la gente habla, ella se mete con el público. Hay una relación viva y continua”.

¿Y el drama?

“Me gusta, pero uno tiene que esperar al final para saber si les gustó o no. Para mí la relación completa es lo más interesante del teatro, el antes, el durante y el después. Cuando veo que la cafetería está llena antes de entrar, pienso en esa gente reunida que no se conoce, pero que están en función de lo mismo. Y se genera una complicidad. Eso es lo más emocionante. Obviamente me gusta actuar, escribir, dirigir, ver la obra”.

¿El teatro para qué?

“Es una forma de crear comunidad. Es para producir placer, un placer muy particular que es el estético. El placer es una forma de felicidad y eso es lo que me interesa. Ya si a partir de eso se puede llamar a la reflexión de algún espectador, bien”.

Pero antes del teatro usted se metió a estudiar bioquímica, biología, ingeniería industrial, economía...

“Empecé bioquímica, luego hice cuatro semestres de biología en la Nacional, un semestre de ingeniería industrial en la Libre y tres semestres de economía en La Salle. Pero ahí ya estaba en la escuela de teatro. En ese momento pasé a psicología en la Nacional. Era eso o teatro y me dediqué a esto”.

Se iba por el lado científico, ¿qué pasó?

“Me iba por el lado de darles un título formal a mis papás. Ellos querían ver a un hijo profesional, ingeniero, médico. Mi hermana era economista y administradora de empresas. Otra era normalista y luego se profesionalizó. Para mis papás al principio fue duro que yo decidiera hacer teatro; luego fueron los primeros y mejores espectadores que tuve porque vieron todo, todo, todo. Hasta Labio de liebre. Una vez los llevé a una zarzuela pensando que eso les podía gustar, por colorido y musical. Cuando les pregunté qué les pareció: “Bonito, bonito, pero me gustan más obras de mi chinito”.

¿Para qué le sirvió todo eso que probó?

“No reniego de lo que hice porque me ha servido para lo que estoy viviendo. Conocí mucha gente y ámbitos laborales que se quedan, que se instauran y sirven para construir piezas, personajes. Aunque a veces digo que mejor hubiera empezado a estudiar teatro desde los 16, cuando salí del colegio. Tuve muchos trabajos, muy fuertes, atendiendo una vitrina, donde uno no quería estar, deseando que pasara el tiempo; cosa que no me ocurre con el teatro”.

Tuvo el privilegio de ser alumno del maestro Santiago García. ¿Qué significó estar en ese lugar emblemático que es el patio y la sala de La Candelaria y aprender de él?

“Repito lo que dijo Sandro Romero Rey: ‘Uno pocas veces tiene la posibilidad de conocer a un genio’. Santiago García lo era. Y genio no solo para el teatro sino en la concepción general del mundo y del universo; pues sabía muy bien leer astronómicamente el cielo, sabía dónde quedaban las estrellas, cómo era la circulación de los planetas, cómo se movían, dónde estaban las galaxias. Así como sabía cocinar, pintaba y podía llevarlo de la mano a uno para escuchar una sinfonía, un réquiem. Tenía una visión concreta de lo político. Era bueno en todo y lograba combinar los elementos para generar lo que era: un gran narrador, pues lo podía tener a uno horas contando una cosa fantástica pero absolutamente inútil y además inventada. Y creo que así como vivió, murió. Lo que cuentan Patricia Ariza y Carlos Eduardo Satizábal es que estaba en sus últimos días y se paraba en la cama y gritaba ‘sáquenme de acá, qué estoy haciendo aquí con todos estos que están ya muertos’. Había perdido cierta parte de la consciencia pero seguía siendo el mismo profesor demente que había sido toda su vida.

También conoció al gran maestro Carlos José Reyes...

“Es de las personas más generosas que he conocido. Recuerdo que estábamos haciendo una temporada de nuestra primera obra y él estaba a la salida. Nos dijo que era muy interesante y comenzó a echarnos un discurso sobre la obra. Estábamos estupefactos porque estábamos frente al gran maestro. Y la última vez que fue al teatro, hace un par de meses (falleció el 15 de septiembre), a ver Historia de una oveja, tuvimos la misma sensación. Pensamos ‘el maestro está enfermo y viene a ver teatro y nos invita a su casa, para que nos tomemos un vino y charlemos’. Nos decía: ‘Tengo una biblioteca con casa, no una casa con biblioteca’. Fuimos muchas veces a su casa, lo veíamos en su sillón al lado de la chimenea y uno no se cansaba de escucharlo”.

¿Cuál es la importancia de FIAV Bogotá?

Estamos en un momento histórico muy particular. Cuando comenzó el Iberoamericano, en el 88 –que hay que mencionarlo porque fue fundamental en nuestra historia, así este no sea el Iberoamericano sino otro festival que recoge la bandera de ese– era la época de las bombas, todo el terror del narcotráfico. Y ese festival hizo que la gente volviera a las calles, trajo alegría y un bien para contrarrestar la guerra y la barbarie. En este momento hay otra realidad, una más cruel: un estado de polarización absoluto en el país. Porque hemos tenido gobernantes que no nos enseñaron a unirnos sino a odiarnos, a que si alguien piensa diferente es un enemigo”.

Es un ejemplo de comunión...

El teatro y las artes vivas congregan a un montón de gente que piensa de diversas maneras alrededor de un hecho que nos produce alegría, y nos genera unión. Todos los que están a mi lado en un teatro, posiblemente piensen diferente, pero en ese momento estamos alrededor de algo que nos produce placer. El arte, la cultura, FIAV lo que hacen es unir por unos días a una población que está profundamente dividida”.

* Previo a la inauguración del FIAV Bogotá, el festival le cedió a EL COLOMBIANO esta conversación con el cerebro de esta fiesta de las artes.

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