La fotógrafa y poeta Lina Botero se define a sí misma con un neologismo: ella es una poetógrafa. Es decir, en su trabajo se unen las herramientas expresivas de ambas artes. Esto salta a la vista en las páginas de El oficio de desvestirse, un trabajo en el que la autora explora en su vida interior tras las pistas de los elementos claves de la identidad femenina.
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Botero comenzó su carrera en el mundo de la comunicación audiovisual, con un enfoque en la imagen y el medio fotográfico, pero siempre tuvo la necesidad de escribir.
“Yo estudié comunicación porque quería escribir desde un lugar más periodístico, pero se convirtió en una escritura más íntima, en una escritura más de diario”, dice. A lo largo de los últimos 12 a 15 años, su carrera en la fotografía se ha consolidado, sin abandonar la urgencia de llevar los sentimientos y las ideas a las palabras. “Comencé a ponerle palabras a las imágenes que hacía, no explicándolas, sino como información más complementaria”.
Esta interacción entre palabra e imagen se convirtió en una parte de su proceso creativo. Hay momentos en los que las palabras surgen antes de la imagen, pero también otros en los que la fotografía inspira la escritura.
“A veces comienzo por muchísimas imágenes y luego entiendo lo que estaba mirando, y esa mirada se transforma en palabra poética”, dice.
Sin embargo, el proceso no siempre es lineal. Botero también se enfrenta al misterio de la creación. En sus palabras, su trabajo está influenciado por las vanguardias del siglo XX, particularmente por el surrealismo. La escritura automática y el juego con las palabras son los motores de sus versos. “Me gusta mucho el juego del lenguaje y, de hecho, me gusta mucho leer sobre personas que escriben y cuestionan el lenguaje”, dice.
En su caso, siente cercana la influencia de André Bretón, el pontífice del surrealismo.