En la universidad tuve un compañero que era gran fanático de Enrique Bunbury; en la adolescencia yo había tenido un encanto con Héroes del Silencio; aprendía a tocar la guitarra eléctrica estudiando las técnicas de Juan Valdivia, el otro pilar de la banda española: por un lado, estaba el magnetismo de Enrique, su puesta en escena, la voz gestual; más allá se encontraban las armonías, los arpegios redondos de las guitarras. Ellos dos eran Héroes, fueron el principio y el fin. Luego me radicalicé como metalero, así que no toleraba que me nombraran al aragonés. Pero ya siendo un hombre despojado de ismos —el fanatismo musical es temible— escuché el disco Gran Rex, un concierto de Bunbury en ese teatro de Buenos Aires, y caí rendido, como esta noche cuando sale al escenario en medio de un ambiente místico acodado por un acorde menor en el piano y una guitarra saturada de reverberación.
Sale al escenario, la ovación y los celulares —despreciables— en alto que no dejan ver mucho, solo intuir el magnetismo. La voz suena profunda, ya no afectada. El vibrato alto, potente. La primera canción es Nuestros mundos no obedecen a tus mapas:
Soluciones imaginarias / Una voz que da las gracias / Y abandona la eterna costumbre de pedir / Las canciones ponen la mirada / Dónde los demás la retiran / Química y magia y lógica irracional.
La letra es contestataria, habla de quienes viven en los bordes. Digamos los viejos. El mundo está hecho para los más jóvenes, para los que apenas abren los ojos a las responsabilidades y pueden vivir en la noche eterna; no veo a nadie menor de 30 años cerca de mí. Bunbury nos habla. Y mientras escucho pienso en una de las tesis del libro Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, de Frédéric Martel; allí se dice que los cantantes tienen más o menos siete años de fama y reconocimiento, quizá diez si empiezan muy jóvenes, pero luego el público con el que conectaron se les escapa por una trampa del sistema que los obliga a hacer canciones para adolescentes siempre, condenados al fracaso de hablarle a una generación a la que no pertenecen. ¿Quiénes burlan esa trampa? Los cantantes o las bandas que crecen con su público y renuncian a la fama estrepitosa de los más de diez millones de oyentes en Spotify, de llenar estadios de fútbol. Es decir: Bunbury nos habla a nosotros, a sus contemporáneos, tiene un público adulto, y en eso consiste este rito.
No le interesa a nadie, pero este año Bunbury fue mi artista más escuchado tanto en Spotify como en Youtube, y eso se debe a que ha estado aquí en medio de los momentos más difíciles de la vida. Lo digo por la tesis anterior: escuchamos a quien nos habla, a quien vive algo parecido a nosotros y, cuando habla, su lenguaje se acerca al nuestro. Escucho a Bunbury desde hace diez años, pero cada vez con más persistencia. Admiro que empezara con una canción nueva, como quien dice “no soy una vieja gloria, tengo cosas nuevas por cantar, tengo ideas”. Como en Apuesta por el rock and roll, el aragonés continúa con su apuesta por la música. Es importante remarcarlo ahora en este concierto después de que hace más de un año cancelara una gira por cuenta de una afección extraña; se creyó que no volvería a cantar, pero se supo que lo enfermaba el humo que se aplica en los escenarios para imprimirle misterio (¿?) al espectáculo. El hombre enfermo, el hombre aquejado por algo que no controla —enfermedad o no—, otro tema del que nos habla en este concierto y en su disco Greta Garbo: del mundo en contra.
La tercera canción es Cuna de Caín y sube la pasión, el desenfreno. Bunbury sigue siendo esto: la pose del boxeador, la carrera en el escenario, la boca tan abierta, la canción como lugar del teatro, los movimientos de hombre atlético y luchador. La letra de Cuna de Caín habla de una idea arquetípica: el daño que se hacen los iguales. Y luego suena La tormenta perfecta, del último disco:
Cuando algo llega / Uno está ya en otro lado / Toda la vida peleando / Levantándote de la cuneta / Esquivando flechas / Soy la diana y el blanco / Uno acaba un poco harto / Arrastrándose hasta la puerta / Este es un tiempo de mierda / Todo se está transformando / De mariposa a gusano / Atrapado en la enredadera.
Hace pocos días en medio de unos tragos me dijo un amigo: “Y uno cumple treinta años y cree que se va a tragar el mundo, pero el mundo se lo traga a uno”. Con los años nos volvemos más pesimistas que Ciorán, o mejor: entendemos a Ciorán. La vida está descolocada y nosotros nos empecinamos en ese sinlugar. Pese a la letra, y gracias a la cadencia medio funk, bailo como nunca bailo, como lo hice algunas veces en privado, como gringo en fiesta, como Philip Jennings en The Americans cuando abandona su vida de espía de la KGB y busca un bar donde zapatea country por largas horas. Bailo con los ojos cerrados y digo fuerte: “Este es un tiempo de mierda”.
Me alegro de ver a Los Santos Inocentes, la banda que gira con Bunbury hace más de diez años; hace unos meses temí que no estuvieran más, porque no grabaron el Greta Garbo. La ejecución de Los Santos es limpia, como sicario con puñal. Tocan precioso, sin las trampas modernas de las secuencias en vivo, que consiste en enviar por debajo de la mezcla algunos instrumentos que se usaron en grabación. Escucho los armónicos de los amplificadores de tubos y ese pequeño detalle me hace feliz. Antes del concierto un amigo me escribió: “¿Cantará las canciones de los plagios?”. Fue un mal chiste, pero se refería a un texto que publicó el diario El País hace varios años en los que mostraban evidencias de copia en las letras de Bunbury, copias a poetas, algunos buenos, otros malísimos, como Benedetti. Pero, digan lo que digan, son interpretaciones, como aquel escritor argentino que republicó El Aleph de Borges por un mero ejercicio literario y luego terminó con una demanda de María Kodama en el bolsillo.
Hablaré en pasado: entonces sonó El Rescate: “Desde la plaza de armas de un lugar cualquier te escribo esta carta para que tú sepas...”. Digan lo que digan: ¿quién no ve en esa letra, más allá de todo, una idea? Como sucede en la literatura, las canciones no hablan de temas ni de historias, hablan de ideas. La idea del juicio propio, de la súplica. Y sonó El Extranjero: “...pero allá dónde voy me siento el extranjero”. Cito para decirles que Bunbury es grande porque creció con nosotros, porque nos habla de nuestro sino, porque no renunció y porque no regresó con Héroes del Silencio. Hay que recordar que todos vivimos lo mismo, y que la vida nos trampea haciéndonos creer únicos, que nos devoraremos el mundo.
Hay una felicidad en cantar lo que se cree —¿vieron cómo cantan en las iglesias?—, así es esta noche. Cantamos lo que creemos, lo que vivimos. Detrás de la banda hay una gran pantalla y cuando suena Lady Blue —Hoy voy a empezar / Hoy es el comienzo del final / El cocodrilo / Astronauta soy en órbita lunar— aparece un gran universo cuya imagen debe venir del telescopio James Webb. Una gran constelación, una galaxia, lo que sea, acompaña a Bunbury y a Los Santos Inocentes a la perfección. No hay gran pirotecnia, solo imágenes, las armonías, las melodías, la voz. La fuerza de la música. Como en la literatura el gran chiste es engañar al lector para que crea que no hay esfuerzo, así mismo sucede aquí: parece que no hay esfuerzo, los de la tarima nos hacen creer que cantan ficciones y que son jovencísimos, cuando todos ya cargan años. Es bello.
No haré una lista de canciones. Pero cuando sonó Entre Dos Tierras, en la versión de Héroes, con una guitarra sonando en si menor con un delay ping pong que pasa en los parlantes de derecha a izquierda, todo estalló; lo mismo pasó con Maldito Duende, versión de Los Santos Inocentes. Aquí, llegando al final, quiero mencionar Desaparecer, también una canción del Greta Garbo, donde justo se recuerda ese acto mágico y último de la gran artista, la desaparición, el partir sin aspaviento, después de un gran gesto, de entregarse sin condiciones, después de un acto de generosidad:
El día menos pensado / Tengo que aprender / A desaparecer / Ya es hora que sepas lo que se siente / Confuso o transparente / El valor de la intención / Sin nada que perder / Las cosas como son no son suficiente / Incluso lo permanente / Se puede disolver / Tuve que ceder a la presión de la ocasión / Salir de paso a lo Greta Garbo / Sin ofrecer / Una explicación.
Por Bunbury, salud.