La Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín es un evento de muchos rostros. Basta asistir varias veces, en diferentes horarios, durante sus diez días, para corroborar de primera mano que el libro es uno de los núcleos de su programación, pero no el único, gracias a dios. Esta idea crece si se conversa con actores del circuito del libro que vistan a la ciudad con motivo de la Fiesta. Editores, periodistas, escritores, editores, coinciden en la afirmación que la Fiesta del Libro y la Cultura es un evento singular en el calendario cultural del país. ¿Cuáles son las principales diferencias? A vuelo de pájaro, la gente suele mencionar dos. Primero, su carácter público. Segundo, el escenario en el que se realiza.
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A diferencia de lo que ocurre en otros lados –FilBo, por ejemplo–, la Fiesta es un evento gratuito, al que la gente puede asistir sin la barrera de pagar una boleta de entrada. Tampoco está en la obligación de comprar libros: los planes son tantos que la transacción comercial no es un elemento ineludible en la visita. Se puede asistir a los muchos talleres que ofrecen las entidades aliadas –Comfama, Comfenalco, Confiar, las universidades, las librerías, las dependencias de la alcaldía–, se puede caminar de un lado al otro, sintiendo el pulso de las horas y de la gente, se puede conversar en una silla o en un anden; se puede... También se puede, por supuesto, ir a las charlas librescas en el orquideorama, en el Aurita López, en el Humboldt. O en el Camilo Torres, de la Universidad de Antioquia, donde se presentan las estrellas del momento –iba a escribir las sensaciones del bloque, pero me contuve–. Allá estuvieron en distintos momentos Mario Mendoza y Gilmer Mesa, acompañados por sus lectores, casi todos entre los veinte y los treinta años de edad.
Ante la enormidad de la programación –este año más de tres mil eventos– uno se pregunta si habrá alguno al que no vaya nadie. La pregunta vuelve cuando la escucho formulada en los labios de una niña, que acompaña a la mamá por el pabellón de editoriales independientes. Con la vista puesta en las preciosidades extranjeras de los estantes, la mamá le responde que hay gente para todos los parches. La niña y yo miramos hacia afuera: hay tanta gente de un lado para el otro que la mamá parece tener la razón. Sin embargo, pienso que se equivoca. La gente de afuera parece tan contenta de estar cerca de los árboles, aliviada de estos días de lluvia, de calor. La mamá y la hija desaparecen, la pregunta me acompaña. Incluso en un evento que moderé –la presentación de una novela de un profesor de filosofía– estuve a punto de ser uno de esos tipos en la tarima que espera un público que nunca llega. Al final, para consuelo del profesor, aparecieron cuatro personas. Nadie se pregunta si hay eventos en los que la gente se queda por fuera del recinto. No lo hace porque ha estado en esas filas. Este año vi mucha gente a la expectativa de las novedad editoriales de Sara Jaramillo Klinkert y de David Betancourt.
Casi recién salidos de la infancia, los muchachos compran afiches y cómics en los puestos que están por la entrada de Carabobo, por el lado de la estación del metro. Una amiga que fue a la Fiesta con su hija adolescente dijo con el tono de las mamás que los muchachos compran afiches mientras los adultos compran libros. Para que este texto no cayera en el yoísmo extremo, le pregunté por su vivencia en el evento. Respondió en unos audios de WhassApp que jugó cartas de ciencia en uno de los pabellones, que escribió unas cartas sobre la rabia en la carpa del Museo de la Memoria y que asistió por unos minutos al show de unos actores vestidos como los personajes de El Principito.
A propósito del pequeño príncipe
Aprovecho la alusión del texto de Antoine de Saint-Exupéry –reimpreso por la secretaría de cultura de Medellín para ser regalado durante la Fiesta– para incluir aquí las voces de los traductores de ese clásico francés. Por un lado, hablé con la profesora Lida Yagarí sobre la experiencia de llevar a la lengua êbêra Chamí (correcta ortografía) el universo del principito, el zorro y la rosa. También conversé con el profesor Pablo Cuartas, traductor encargado por la Fiesta del Libro para hacer la versión del libro canónico que cada año sus organizadores distribuyen entre el público.
Lida Constanza Yagarí González, docente de la Escuela de Idiomas de la Universidad de Antioquia desde 2017, realizó el trabajo de traducción de Chi charkeke (título êbêra Chamí) gracias a la propuesta de la Alianza Francesa de Medellín. Yagarí pertenece al territorio de Karmata rúa, ubicado entre Jardín y Andes, en el suroeste de Antioquia, donde habitan cerca de 1.700 personas. Desde hace ocho años enseña cursos de lenguas ancestrales en la universidad, espacio que ha pasado por diferentes etapas de consolidación.
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Según explicó la docente, los contenidos no se limitan a la gramática y la escritura, sino que incorporan elementos culturales de los pueblos originarios. Entre ellos se encuentran cantos, relatos de origen, juegos tradicionales, prácticas de siembra y pintura simbólica. La enseñanza se plantea como un acercamiento a la cosmovisión indígena y a la justicia epistémica, no únicamente como un aprendizaje lingüístico.
En el caso de El Principito, la traducción presentó desafíos particulares, pues se trataba de adaptar conceptos ajenos a la vida cotidiana de las comunidades. Las palabras avión o zorro requirieron conversaciones colectivas para llegar a equivalencias culturales. Así, el término oveja se tradujo con la palabra que remite a lo suave y esponjoso, semejante a la textura del animal descrito en el libro. También avión se convirtió en la palabra que alude al transporte que lleva a la gente por los aires.
“Cuando no había un equivalente lingüístico, hablamos con los mayores para encontrar la palabra que más se acercara”, dice Yagari.
Otro aspecto del proceso fue la recuperación de vocablos poco usados por las generaciones más jóvenes. Uno de ellos fue el equivalente de arena, palabra empleada para resolver las referencias al desierto en la obra. Este ejercicio permitió no solo la adaptación del texto, sino también la reactivación de expresiones en riesgo de olvido.
El proyecto se entiende más como un diálogo intercultural que como una traducción literal. Para la docente, el propósito central no fue únicamente trasladar un texto de una lengua a otra, sino propiciar un espacio de reflexión sobre la diversidad cultural y lingüística del país.
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A su vez, Pablo Cuartas presentó la nueva traducción de la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry.
Cuartas, nacido en Medellín y residente en Manizales desde hace seis años, es docente en la Universidad Autónoma de esa ciudad. Estudió una maestría y un doctorado en París, donde permaneció siete años y se acercó de manera directa al idioma francés. Desde entonces se ha dedicado a la traducción literaria, publicando versiones al español en las editoriales Taurus, Panamericana, Yarumo y Luna Libros.
Para él, el libro de Saint-Exupéry no se limita a la categoría de literatura infantil. “Más que un libro para niños, es un libro sobre la infancia, entendida como un refugio en medio de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial”, señaló. Recordó que el autor francés fue piloto de la Fuerza Aérea, combatió en los dos conflictos mundiales y murió cuando su avión fue derribado en el Mediterráneo.
La traducción conservó elementos del trato entre personajes que, en versiones previas, habían sido modificados. “En francés, el uso del ‘tú’ y del ‘usted’ tiene un peso cultural fuerte. Opté por mantener el respeto del principito hacia el narrador en los pasajes donde lo trata de usted, porque corresponde más a la interacción entre un niño y un adulto en esa lengua”, explicó.
El profesor también destacó el carácter alegórico de la narración, en la que cada encuentro del principito refleja un defecto o vanidad del mundo adulto. A su juicio, el escenario del desierto funciona tanto como una referencia biográfica como una representación de un espacio inhabitable que se transforma gracias a la voz del personaje.
Cuartas comparó la estructura de El Principito con la de La Divina Comedia, donde un guía conduce al protagonista a través de diversos tipos humanos. En este caso, el niño muestra al narrador símbolos que lo invitan a abandonar un mundo vacío y recuperar lo esencial. En su versión, el traductor buscó acercar la obra al público de Medellín, introduciendo variaciones en la sonoridad de frases conocidas. Una de ellas es la célebre expresión “lo esencial no se ve con los ojos”, que reemplaza la traducción habitual “lo esencial es invisible a los ojos”.
“El Principito es la obra más conocida de su autor. Está escrita en el tono de la conversación. Quise acercarla a nuestra forma de hablar”, dice Cuartas.
Medellín Capital Mundial del Libro
La Capital Mundial del Libro es una designación que hace cada año la Unesco que busca promover los libros y la lectura a nivel mundial. Este año la capital es Río de Janeiro (Brasil) y el próximo año será Rabat (Marruecos). Medellín espera ser la siguiente en 2027 y en el marco de la Fiesta del Libro oficializó su postulación.
“Medellín avanza en un sueño que nos llena de orgullo: oficializamos ante la Unesco nuestra postulación para ser Capital Mundial del Libro en 2027. Este paso es fruto de años de compromiso con la cultura y la lectura, de creer que los libros son una herramienta poderosa para transformar nuestra sociedad y proyectar la ciudad al mundo. Nuestro sistema de bibliotecas, los programas de fomento a la lectura, los Eventos del Libro y el trabajo con la ciudadanía y el sector privado han sido la base de esta candidatura”, dijo el secretario de Cultura Ciudadana, Santiago Silva Jaramillo.