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Una mirada a fondo a la OMS tras un año de pandemia

El organismo ha logrado sobrevivir a críticas, contradicciones y sospechas políticas. ¿Qué retos tiene hacia el futuro?

  • Desde su creación, hace 75 años, la OMS es la instancia coordinadora de sanidad más importante del mundo. FOTO gETTY
    Desde su creación, hace 75 años, la OMS es la instancia coordinadora de sanidad más importante del mundo. FOTO gETTY
15 de marzo de 2021
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Es posible que hace un año pocos supieran lo que significa la OMS. La pandemia impuso una realidad con nuevas palabras, conceptos e instituciones. La Organización Mundial de la Salud existe desde 1948, pero tal vez no ha habido otro momento histórico en el que haya estado más presente en el día a día de todas las personas en el mundo. Durante los últimos 12 meses, y a raíz del coronavirus, la organización se ha jugado su prestigio, credibilidad y papel en el futuro.

Su Constitución fue adoptada por los representantes de 61 Estados en la Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York, del 19 de junio al 22 de julio de 1946 y entró en vigor el 7 de abril de 1948. Desde su origen, la OMS ha definido la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades”. Hoy, 75 años después, 194 países hacen parte de la organización, agrupados en seis regiones (África, América, Asia Sudoriental, Europa, Mediterráneo Oriental y Pacífico Occidental). En cada una de ellas hay una oficina de la OMS.

El objetivo principal de este organismo se podría definir en dos líneas, una de liderazgo y otra de asesoramiento técnico. La OMS es la autoridad directiva y coordinadora en asuntos de sanidad internacional en el sistema de las Naciones Unidas, pero además es fuente de conocimiento científico y da recomendaciones técnicas a las que intenta seguir su cumplimiento.

Funciona a través de una estructura muy básica. Su gobernanza se tramita en dos instituciones: la Asamblea Mundial de la Salud y el Consejo Ejecutivo. El primero es el máximo órgano de la institución. Allí se sientan todos los miembros a definir las políticas generales; nombrar al director, que en la actualidad es el conocido Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, elegido en 2017 para un período de 5 años; supervisar las políticas financieras; y aprobar los presupuestos generales.

El poder de la Asamblea y de la persona que nombra como director general se traduce, por ejemplo, en que el Dr Adhanom Ghebreyesus es el único facultado para declarar una emergencia de salud pública de importancia internacional (ESPII), como la que se vive actualmente. El Consejo Ejecutivo, a su vez, está integrado por 34 personas técnicamente calificadas en el campo de la salud. Son elegidos para un mandato de tres años por la Asamblea General y su función es dar efecto a las decisiones y políticas de la primera, asesorarla y facilitar su trabajo.

Financiación, la clave

La OMS tiene cerca de 7.000 empleados en todas sus oficinas. Lidera programas de investigación, control e incluso erradicación de enfermedades. ¿Con qué recursos lo hace? El presupuesto de la organización es una de sus claves y, por ejemplo, fue motivo de discordia política en la administración de Donal Trump en EE.UU., que amenazó con “cortar el grifo” de los aportes de su país.

Las finanzas del organismo provienen de dos principales fuentes: las contribuciones obligatorias que hacen los 194 miembros, definidas con base en el producto interno bruto de cada país. Por ejemplo, mientras la “cuota” obligatoria de EE.UU. representa el 22 % del presupuesto general, la de Colombia solo el 0,2 %. El resto de dinero tiene origen en las contribuciones voluntarias que recibe la OMS y que pueden ser aportadas también por los Estados Miembros y otras organizaciones de Naciones Unidas, pero más que todo, por fundaciones filantrópicas como la de Bill y Melinda Gates.

El equilibrio entre los dos pilares de la financiación está muy desbalanceado. Para el período 2020-2021, la OMS aprobó en su Asamblea General de mayo de 2019 un presupuesto de US$ 5.840 millones. El 83 % (US$ 4.883 millones) proviene de contribuciones voluntarias; y solo el 16 % (US$ 956,9 millones) de las “cuotas” de los países. Esto no siempre fue así.

En sus primeros años, la labor de la OMS fue financiada íntegramente por los países que la conforman. Para 1990 las contribuciones voluntarias habían ascendido hasta representar el 54 % del total de los fondos, un crecimiento en la participación que no se ha detenido. Esto plantea varios problemas. Como son voluntarias, las contribuciones en ese campo se hacen a los programas de atención que el contribuyente elige respaldar a su gusto.

Esto genera lo que la OMS llamó, en el informe sobre Sostenibilidad Financiera de su Consejo Ejecutivo de 2019, “bolsas de pobreza”. La situación “conduce a que ciertos componentes del presupuesto por programas, ciertas oficinas principales y ciertos niveles de la Organización están infrafinanciados mientras que otros están sobrefinanciados”.

El panorama se complejiza mucho más cuando se revisa la lista de esos contribuyentes voluntarios y se constata que los cinco principales donantes aportan entre el 30 % y el 60 % de esa financiación. “La retirada de cualquiera de ellos generaría de inmediato un importante déficit de financiación que no sería fácil cubrir debido a los muy escasos aportes disponibles de financiación sostenible, flexible y predecible”, advierte el organismo.

El primer financiador es Estados Unidos que aportó, en 2019, entre su contribución obligatoria y las voluntarias, más de US$ 900 millones; al país lo siguió la Fundación Bill y Melinda Gates, que aportó de forma voluntaria más de US$ 500 millones.

Otros países como Alemania, Reino Unido y Japón aparecen también en la lista, junto a otras organizaciones públicas y privadas como la Alianza GAVI (una asociación de salud público-privada con el objetivo de aumentar el acceso a la inmunización en los países pobres) y la National Philanthropic Trust, una de las organizaciones benéficas más importantes de EE.UU.

Por eso cuando Trump ratificó en 2020 que su país saldría del organismo (algo que revocó el actual presidente, Joe Biden), la preocupación en el mundo fue mayúscula. “ La crisis por la enfermedad del coronavirus ha demostrado la crucial importancia que revisten las funciones mundiales de detección, respuesta y coordinación, que solo la OMS está en condiciones de cumplir en todos los Estados”, señaló el organismo, antes de reconocer que la pandemia “ha puesto de relieve el desfase existente entre lo que el mundo espera de la OMS y lo que esta puede ofrecer con los recursos y la capacidad que dispone”.

La evaluación de la gestión del organismo de la crisis, aunque más positiva que negativa, deja grandes retos.

Críticas y logros

“No ha sido una labor perfecta. Hay que reconocer que al principio la OMS cometió errores importantes, principalmente en la demora que hubo en generar las alertas”, comienza su análisis Yessica Giraldo, docente e investigadora con maestría en epidemiología de la Universidad CES. El director del organismo declaró emergencia internacional el 30 de enero de 2020, cuando ya había casos confirmados en 18 países fuera de China, y en cuatro de ellos estaba probada la transmisión del virus persona a persona.

Solo una semana antes el organismo había evitado la declaratoria considerando que era “demasiado temprano” y había alabado las medidas y transparencia de China, algo que comenzó a generar molestia pues ya se conocía el hostigamiento que las autoridades locales habían ejercido sobre los primeros médicos en Wuhan que alertaron sobre una “misteriosa neumonía”. La desconfianza y un supuesto favoritismo hacia China fueron la principal razón que expuso Trump para abandonar el organismo, aunque no fue el único que expresó molestia.

El viceprimer ministro japonés, Aso Taro, explotó en abril de 2020 cuando declaró con rabia que “la Organización Mundial de la Salud debería cambiar su nombre de OMS a OCS: Organización China de la Salud”. Después de que declaró la emergencia sanitaria, la OMS tuvo idas, vueltas y contradicciones en decisiones fundamentales como el uso de mascarilla, que sostuvo solo debían usar personas enfermas y personal de salud hasta abril de 2020; y el cierre de fronteras y restricciones de movilidad, que incluso llegó a criticar con dureza.

“Todo esto demostró que, si bien era un organismo competente, no estaba lo suficientemente prevenido para considerar el riesgo real que teníamos ante una situación de pandemia. Faltó anticipación y proactividad en la actuación”, dice Giraldo. Aun así, para la investigadora el organismo mejoró rápidamente en ámbitos como la coordinación y la comunicación.

“Tal vez porque al principio no estaban tan acostumbrados a ser una organización visible, cometieron errores, pero poco después crearon páginas de mitos y verdades, respondieron preguntas globales, resolvieron miedos, etc. Se preocuparon por este tema”. De hecho, en junio de 2020 el organismo realizó su primera conferencia sobre “infodemiología”, la ciencia para gestionar “infodemias”, así llamó lo que identificó como una sobreabundancia de información — correcta o no– durante una epidemia.

“De cara a lo que necesitamos en la salud pública, han mantenido esa imagen de credibilidad, de ser un organismo serio y confiable, algo muy importante porque finalmente tienen el poder y la capacidad de dictar, actualizar y mantener las normas de bioseguridad en el mundo”, explica Giraldo. Esto es clave porque el mismo organismo ha reconocido la posibilidad de que esta no sea la peor pandemia a la que el mundo se puede enfrentar, y por ende la necesidad de prepararse.

“Las máximas lecciones giran alrededor de la capacidad de lectura y anticipación de señales biológicas que puedan generar alertas. Es fundamental mantener una vigilancia epidemiológica y detección temprana de nuevos agentes”; explica la académica, quien agrega que “la investigación y vigilancia genómica se tienen que activar y mantener”. El mundo es frágil, reconoció en diciembre de 2020 el director de la OMS. “Nos está hablando”, finaliza Giraldo, “no tendremos futuro en la Tierra si dentro del cuidado de la salud humana no tenemos en cuenta el desarrollo sostenible, el equilibrio y protección de todas las especies”

83%
de los recursos de la OMS para 2020-21 provienen de contribuciones voluntarias
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