Arrebatarle con letras jóvenes a la violencia. Con esa máxima el líder social y comunitario Jonier Quiceno y un grupo de amigos entre los que están los integrantes de la fundación Sonrisas a la calle comenzaron a darle forma desde agosto a una idea que venían maquinando desde hace meses: construir una biblioteca comunitaria en el corregimiento de Altavista.
Allí, en dicho sector del occidente de Medellín, Quiceno vive desde hace una década y ha sido testigo de cómo el conflicto entre bandas le quita oportunidades a los jóvenes. Él comenzó como líder artístico enseñando zancos y malabares a sus vecinos, pero hoy hace maromas administrativas para terminar la nueva sede cultural comunitaria. La idea es que con la biblioteca cerca de 300 personas, 250 de ellas entre niños y niñas, encuentren un espacio seguro y un entorno protector que mejore sus realidades y les dé más opciones de salir adelante:
“Desafortunadamente Altavista es uno de los corregimientos que se ha visto más permeado por la violencia y por eso le apostamos a este proyecto acá en esta zona, porque creemos que el arte, la cultura y la educación son transformadoras de vida”, cuenta desde el interior de una sede que ya tiene color y que está ad portas de ser terminada.
Convite cultural
La casa escogida para convertirse en este oasis de cultura fue la sede comunitaria del barrio El Concejo de Altavista, un predio al que se llega luego de subir unas escaleras que serpentean la montaña urbanizada y que recibe a los visitantes con una explosión de color y una intervención artística que hace pensar, de entrada, que dentro del lugar se tejen historias con el arte como excusa.
Ahí fue importante el aporte de la JAC del barrio que accedió a que el espacio se transformara para toda la comunidad y el apoyo de artistas urbanos como ManuRat, Chota, Yesgraff, El Topo y Pecas, algunos con obras en espacios icónicos como el grafitour de la comuna 13, que se sumaron para darle vida a la nueva sede.
La pandemia, y ver las carencias de muchas familias vecinas que no gozaban de herramientas óptimas para que los niños estudiaran a distancia, les hizo ampliar el panorama y pensar que además de biblioteca el lugar podía ser pensado y adecuado como una sala de cómputo.
Ahí llegaron los primeros diez computadores gestionados por la Fundación Sonrisas a la calle y comenzaron a hacer bulla en redes y fueron llegando donaciones de libros todos los rincones del Valle de Aburrá y de ciudades lejanas como Pasto. Hoy calculan que han logrado reunir más de 1.300 libros y de la empresa de mensajería DHL también les anunciaron una donación de 20 computadores portátiles que fortalecerán un espacio de coworking que se están soñando.
“La idea es que los pelaos no estén en la calle todo el tiempo, que se vengan acá a aprender. Son innumerables los casos en que un libro o un computador le cambió la vida a una persona”, cuenta Diego Velásquez, de la fundación Sonrisas a la calle y quien valora el arrojo con el que comenzaron el proyecto con poco más que ganas y una buena idea. Los recursos fueron llegando gracias a la generosidad de la gente que confió en ellos.
Lo que falta
Aunque ya tienen libros, algunos computadores y se intervinieron las paredes como galería urbana, a la nueva sede cultural en Altavista le faltan aún detalles locativos para ser inaugurada.
“Vamos en un 60 % y esperamos que en quince días esté lista. Seguimos en la recolección de recursos (ver Paréntesis) para poder mandar a hacer las estanterías para los libros, falta la instalación eléctrica y organizar algunas partes del techo que tiene humedades”, cuenta Jonier quien recalca que la sede aún no tiene nombre porque la idea es que se escoja luego de un proceso de construcción colectivo con la comunidad.
Luego de terminarla el reto será la apropiación y que se articule la programación cultural con estudiantes de entidades públicas del municipio como ITM y Pascual Bravo para que estudiantes del corregimiento paguen allí su servicio social comunitario.
“Más allá del espacio queremos inspirar a más jóvenes a que se piensen y se sueñen iniciativas así. Que se arriesguen y no les dé miedo y ya nos han contactado de otros lugares como Moravia o La Avanzada. Siempre les decimos que hay que saltar al charco”, dice Jonier .