Isabel Cristina Ospina se sentó en frente de la tumba de su niño. Había postergado este momento durante más de una semana. No soportaba ver el nombre de Christopher en las paredes blancas del cementerio de El Carmen de Viboral, ubicado en el Oriente antioqueño. Con tan solo 14 años fue enterrado en una tumba demasiado grande para él, que murió tan pequeño.
Su hijo es la última de las víctimas reportadas en carreteras de Antioquia (18/02/20), por accidentes en bicicleta mientras practican el llamado gravity bike, descensos peligrosos en los que se desafía la vida, sin mayores protecciones.
Al lado de Isabel, en el pabellón contiguo, un grupo de jóvenes desde sus bicis saludan con los nudillos de sus manos las lápidas de los amigos que, como Christopher, murieron en estas circunstancias. El año pasado se registraron ocho víctimas mortales en Antioquia por esta práctica y en lo que va corrido de 2020 van otras dos.
Para los alcaldes de las localidades, los vecinos de la zona y, por supuesto, las familias de los jóvenes, la búsqueda de soluciones para evitar estas muertes en las vías es un reto diario. En cinco años, se han registrado 46 accidentes, que han dejado 31 lesionados y 14 muertos, en hechos registrados por la concesión Devimed, que opera las carreteras del Oriente antioqueño, especialmente en La Unión, El Carmen de Viboral y La Ceja.
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¿Por qué lo hacen?
El gravity consiste en descender por una montaña solo con el impulso que genera la gravedad, de ahí el nombre. El Alto el Ochuval, ubicado en la vía que conduce de La Unión a La Ceja, con una altura de 2.400 metros, es el más concurrido porque les permite alcanzar velocidades de más de 100 kilómetros por hora.
El desafío es rodar lo más rápido posible y llegar abajo primero. Cada uno tiene sus propios trucos para modificar la bicicleta y alcanzar ese objetivo. “Uno le puede agregar peso en el cuadro, llenándolo de cemento o poniéndole pesas a los lados, porque entre más pesada más corre; cambiar las llantas por unas que la hagan andar más rápido en la carretera y cambiarles el sillín por uno más largo para poderse acostar”, explica Kevin, un muchacho de 16 años que se “descuelga” desde los 14. Algunos, incluso, llegan a quitarles los frenos o los pedales para facilitar la maniobra, pero eso la hace más peligrosa.
“Lo que más nos gusta es la adrenalina, ese sentimiento de no saber qué va a pasar”, de esquivar carros en medio del camino, dice Alejandro, quien empezó a “descolgar” hace tres años.
José Andrés Gómez, sicólogo deportivo, encuentra una forma de explicar esa sensación. “Ellos hacen esto buscando sentirse vivos, estimulando su cerebro. Lo que no logran dimensionar es la magnitud de sus acciones, porque buscando sentir la vida, se chocan con la muerte”.
El gravity como deporte
La práctica surgió en los años 70 en el continente norteamericano y llegó a Colombia hace unos 20. En Italia y Estados Unidos es un deporte oficial. Allí, quienes lo practican siguen estrictos protocolos de seguridad usando cascos, trajes especiales resistentes a la fricción, coderas y rodilleras y, por supuesto, descendiendo en carreteras habilitadas para ese fin.
Aquí, por el contrario, los jóvenes se arriesgan a tirarse sin ningún tipo de protección y en vías donde circulan vehículos por ambos carriles. Por eso la accidentalidad y el riesgo de morir son tan altos.
El periódico EL COLOMBIANO hizo esta semana un recorrido por los municipios donde se ha registrado más ocurrencia de este práctica: El Carmen, La Unión y La Ceja.
Autoridades consultadas en las tres localidades concuerdan en que los esfuerzos no han dado los resultados esperados. Solo el año pasado, la seccional de Tránsito y Transporte de la Policía, en cabeza del coronel Juan Carlos Torres y la patrullera Viviana Bastidas, decomisaron más de 800 bicicletas en operativos de control en las vías.
Hasta ahora, el trabajo de cada municipio ha sido en solitario.
En La Ceja, por ejemplo, los identificaron y se reunieron con ellos, “Convocamos a 14 de ellos que practican gravity. Queríamos conocerlos y escucharlos. Pero encontramos que no están dispuestos a abandonar esa actividad”, relató la secretaria de Movilidad, Idbed Santa, mientras explicaba que este municipio recibe jóvenes de diferentes partes del Oriente y de Medellín, lo que les ha dificultado hacer un seguimiento continuo.
Idbed menciona un dato con el que están de acuerdo los secretarios de Gobierno de El Carmen de Viboral y de La Unión, Diego Orozco y Mario León Montes, respectivamente. “No tenemos el personal necesario para estar cuidando la vía en varios tramos y las 24 horas, porque se pueden tirar desde cualquier parte de la carretera y a diferentes horas”.
Así que han optado por realizar campañas de sensibilización y por decomisarles las bicicletas de forma definitiva o, en otros casos, devolverlas solo si van con el acudiente y se comprometen a restaurarlas.
En ese sentido, Bastidas, habla de la importancia de los padres en este proceso y de la necesidad de que estén pendientes de sus hijos y de lo que hacen con sus tiempos libres. Cito, por ejemplo, una reunión que se realizó en El Carmen de Viboral donde, a pesar de haber convocado a varios padres de familia, solo llegó una mamá. Ese mismo día, y aún sin terminar el encuentro, la patrullera recibió la llamada que anunciaba la muerte de Christopher.
Pedalear en conjunto
En lo que sí están claros todos es que prohibir la práctica no ha funcionado.
León dijo que una posibilidad es migrar a otro deporte similar que conlleve menos riesgos, como el downhill, que es un tipo de ciclismo de montaña cuesta abajo con altas descargas de adrenalina.
Pero para Jhon Carmona, licenciado en Educación Física con énfasis en entrenamiento deportivo que viene trabajando con deportes urbanos desde hace una década, esa no es la solución, pues los trajes y la bicicleta necesarios para este deporte son muy costosos.
Desde su punto de vista, “prohibirles que lo hagan los emociona más, porque lo que realmente necesitan es ser escuchados, incluidos y reconocidos”, en lo que concuerda el sicólogo Gómez.
Carmona considera que “una solución es darles un espacio, cerrarles una vía secundaria un par de veces al mes y empezar a capacitarlos en temas de seguridad”. Así, los jóvenes adquirirán un beneficio y se les descargaría de la responsabilidad de hacerlo en vías que estén abiertas a otros vehículos y empezar a usar protección para disminuir el riesgo. “Esto ya se ha hecho con otras prácticas de alto riesgo, como los piques en motos y ha funcionado para disminuir los riesgos y controlar la situación”, explica Carmona.
La idea no es tan descabellada, las autoridades de La Ceja y La Unión la apoyarían.
“Nosotros sí estaríamos dispuestos a usar protección, a dejar de descolgarnos por La Ceja, pero dígales que nos den un espacio”, plantea Alejandro.
Sin embargo, Orozco, de El Carmen de Viboral, no está de acuerdo, pues piensa que cerrar la vía sería “privilegiar a unos por encima del interés general”.
Los jóvenes también reclaman que no se les juzgue sin antes darles la posibilidad de demostrar que lo pueden hacer bien y que están dispuestos a seguir las normas.
“Nosotros sí estaríamos dispuestos a usar protección, a dejar de descolgarnos por La Ceja, pero dígales que nos den un espacio”, plantea Alejandro.
En todo caso, es urgente que las autoridades concerten nuevas medidas pues, como dijo Isabel, no se puede esperar resultados diferentes realizando las mismas acciones. Tal vez, de hacerlo, su hijo tendría hoy una nueva oportunidad.